Como toda la gente, naces empujado al mundo por un torrente de líquido amniótico, sangre, sal y una bolsa que llaman placenta; luchas por cruzar el umbral vaginal de tu madre y afuera te reciben lámparas, aplausos, manos, cubre bocas, sudores, nalgadas, llanto, esperanza y quizá terror. Suponte que creces de la mano de tus padres, que encaminan tu niñez y tu estudio, que conoces el amor y su desgarradora locura, que te embarazas, suponte que ahora esa bebé también nace acompañada de torrente y que por fin cuando empiezas a acostumbrarte a ser madre, olvidas cerrar la puerta, una tarde de juego tu hija sale y la atropellan, ella muere y tú, por convicción y gusto te vuelves alcohólica, y decides morir por tu propia mano.
Suponte que el infierno existe, y como lo dicta la pulcra sociedad, te mereces el infierno y vas directo ahí, tras haber decidido quitarte la vida con pastillas de bupropión y 2 botellas de vodka. Entras brincando, pues debajo de tus pies hay un río turbio y el camino está marcado por piedras que te encaminan a una densa niebla, no hace calor, tampoco frío, sólo sopla el aire y está tan desolado que tus pisadas hacen eco. Y mientras brincas recuerdas a tu hija, su vestido con estampado de patos y a ese maldito camión.
Suponte que además de infierno hay un Diablo, cuando te topas con la niebla y no se abre ante ti una magnifica puerta ancha, y no tocan las trompetas, tampoco te ciega el túnel luminoso, y sabes que, seguro llegaste a otro hemisferio, al que se referían con terror. Ves a un hombre viejo que con ojos desorbitados tararea una canción, su piel de migajas secas, su ropa sugiere que no ha tocado el agua en bastantes años, en el infierno también se mendiga, pues trae una tacita de peltre que te aturde cuando él sacude las monedas que carga en ella; Te saluda y te dice: sigue, hasta que las rodillas te truenen y tú le dejas una moneda.
Suponte que hay un Diablo y te estáesperando, que mala suerte, llegar al infierno justamente con las botas que hace que te suden los pies, con la blusa que vomitaste hace 3 días después de emborracharte. De repente se eleva ante ti un volcán que ruge, comienzas a subir, te afianzas a cada piedra como garrapata a un perro.
Suponte que el Diablo llegue, cuando la fricción de tus rodillas se hace evidente, te tumbas y sin querer has llegado a la cumbre; Sentiste que alguien te tiraba piedras en el hombro, volteaste y viste a una anciana de ojos que parecían lunas eclipsadas, pelo blanco, falda colorida. Sabías que era el diablo porque en su mirada había condena.
Se sentó a tu lado y sin decir palabra alguna sacó de su falda una botellita de tu mezcal favorito, te ofreció un sorbo y te atragantaste, sólo por amortiguar el golpe.
–¿Y ahora cuál es mi condena? –preguntaste.
Te sonrió y te dijo:
–Sólo tendrás que venir a diario, acompañada de tus rodillas desechas, no vamos a platicar, sólo vas a anhelar lo que nunca sucedió y no hay peor nostalgia que esa. Se levantó y caminó despacio, lo último que viste fue su joroba perdiéndose el cráter. Esa y todas las tardes de la eternidad imaginarás cómo habría sido tu hija de adulta, como sonaría su voz, como sería el cielo en donde ella estaba y que colgaba al otro lado de tu mundo.
(Colaboración especial de la Escuela de la Sociedad General de Escritores de México, SOGEM, para La Crónica de Hoy Jalisco)
lg
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