Cuando pienso en escribir sobre Pedro Miguel, pienso en todo lo que representaba para mí y para el mundo literario. Además de haber sido un esposo excepcional, Peter, como más lo conocimos, fue desde niño un gran apasionado por la literatura. Crear historias, hasta sus últimos momentos aquí, en esta realidad que de pronto se torna absurda, fue su pan de cada día.
Recuerdo bien cuál fue el último cuento del que me habló, “Adiós, Capitán Torner”: un hombre viejo cuya resignación ante los avances tecnológicos no terminó nunca de llegar. Con el transcurrir de su vida, Pedro fue puliéndose en el oficio hasta llegar a ser el brillante diamante que fue: un escritor maduro, amante de lo viejo pero innovador en la técnica narrativa. Cuadernos y cuadernos fueron llenados con sus ideas, entrevistas, diagramas y dibujos; cuya única finalidad fueron siempre darle un sentido nuevo y fresco a su literatura pero al mismo tiempo dotarla de olor a inciensos y perfumes de tiempos muertos.
De Pedro Miguel Guillén Mejía, fundador y organizador del EREE (Encuentro Regional de Escritores y Editoriales independientes, 2017), podemos encontrar publicado: “Buffet literario” (Ediciones La Rana, 2014), un menú de cuentos que puede disfrutarse en el desayuno, en la sobremesa y hasta en la cena, envolviendo al lector en la cotidianidad y el gozo por historias complejas bien contadas.
Luego nos toparemos con las que fueron sus primeras novelas:“Sicra: el inicio del otoño” (2015) y “Sicra: otoño rojo” (2016); serie cuya intención original alcanzaría los 6 tomos. Ambas obras ocupaban un lugar especial en el corazón de Pedro pues fueron ideas emergidas en la transición de la niñez a la adolescencia y ante su fascinación por mundos envueltos de fantasía, personajes mágicos y conflictos inusuales. También se cuenta “Rompecabezas”(2016), cuya narrativa impone a sus lectores un reto estructural e histórico. Posterior a estos primeros textos, Pedro fue madurando en sus letras. Se convirtió en un escritor que exploró la minificción con su libro “Problemáticas fantásticas” (Editorial La Tinta del Silencio, 2018), cuyos minúsculos y precisos textos consiguen dejarnos un bello sabor agridulce en la boca. Algunos por su áspera naturaleza, otros por su maravillosa agilidad y sencillez.
En su camino como lector y escritor, Pedro comenzó a enamorarse del realismo, de la crudeza que la vida develaba ante sus ojos. Una crudeza que ya no se satisfacía de la fantasía y del juego sino que debía ser contada así, como se vivía en la carne. Con la experiencia, en la vida y en la escritura, fue explorando otros terrenos literarios mientras aplicaba sus propias técnicas, sus propios ritmos y música, bailando entre un mar de ideas cada vez majestuosamente ejecutadas.
Y si me llegaran a preguntar por uno de mis cuentos favoritos de mi amado Pedro, podría mencionarles “Relato a Conway” (Editorial Ariadne, 2018); un texto exquisito en su narrativa, con una paleta de colores tan triste pero al mismo tiempo con un sutil tono de esperanza. Es un cuento que desgarra y nos deja “Al filo del agua”. Poco antes de morir, nos enteramos de que Peter había sido ganador de “Pinches Recuerditos”, concurso y convocatoria de publicación organizado por la Editorial Rey de ardillas y Fóbica Fest (2024), con su texto “Lázaro” que salió a la luz después de casi 3 años, en contraste con ese personaje que nació sin poder ver nada en absoluto.
Pedro fue un hombre que inspiró, iluminó y sembró la semilla de la palabraen cada uno de los que tuvimos la fortuna de ser sus alumnos en la vida cotidiana, en las aulas y en el jardín, en una noche de juegos o en una sesión de taller, en una charla ocasional, durante la cena y después de ella. Fue un hombre que respiraba literatura y exhalaba inspiración, grandes ideas, magia y amor por la escritura, mismo que lograba contagiar desde el primer contacto. La literatura infantil fue otra de sus grandes pasiones. A través de ella, enseñó a muchos a reflexionar, a ver más allá de la imagen y descubrir lo fascinante.
En 2018, con la ilusión de acompañarme en un sueño, se subió a la barca de “Los Cuentacuentos”, nuestra academia de escritores que, en el pasar del tiempo, se volvió parte fundamental de nuestro plan de vida. Él se entregó por completo al proyecto y éste mismo pudo rescatarlo en sus tiempos de inactividad por la enfermedad. En cada clase se entregó como agricultor que cuida con ahínco las semillas que puso en tierra fértil. Su pasión motivó a muchos a ser escritores, maestros y lectores.
Pedro se fue, pero me dejó el amor honesto y entregado al tope, el amor a la palabra, a las preguntas y la reflexión, el amor por la vida. Siempre vivirá en mí, en el mundo literario y la palabra encarnada. No me voy sin antes dejarte a ti, lector, una breve reflexión nacida del día, recién levantada la mañana:
“¿Qué es primero, la palabra o la imaginación? Una fecunda a la otra, sin embargo, ¿ninguna pudo existir antes que su sucesora? Para que la primera sea posible, la segunda tuvo que haber existido primero; y viceversa. Me parece que ambas fueron creadas al mismo tiempo, de tal manera que el pensamiento de los hombres está hecho de imaginación y palabras. Según Sergio Pitol, esas dos virtudes son las que nos distinguen de las bestias; las que nos permiten crear, encarnar y por tanto, volvernos inmortales.”
Hasta siempre, Corazón de mi vida, amor de mi existencia.
*Laura Jaqueline Serrano Conrique es Fundadora y Directora general de la academia de escritores “Los Cuentacuentos”. Ha encabezado certámenes de cuento nacionales e internacionales, así como la fundación y organización de la “Jornada literaria Los Cuentacuentos” (2024). Es autora de cuentos como “El Alacrán”, “Santa Fe”, “De dioses y hombres” y “Hombre azteca”.