Nació el 21 de julio de 1801 en Arandas. Estudió las primeras letras en su pueblo natal y, bajo la protección de su tío Juan Camarena, se trasladó a Guadalajara, por ser la sede del único establecimiento de enseñanza superior que existía en la región en aquellos entonces. Posteriormente se inscribió en la Escuela de Jurisprudencia. Al terminar su carrera obtuvo el título de abogado, el 3 de marzo de 1828.

En 1846 fue electo diputado al Congreso de la Unión, y por esas fechas contrajo matrimonio con Isabel Gómez. En 1856, nuevamente alcanzó una diputación formando parte de la legislatura del Congreso Constituyente. Intentó renunciar a su curul para atender sus negocios de minas en Unión de Tula; pero, esta no procedió por ser un cargo de elección popular. Fue miembro de la comisión para la ley de portación de armas e intervino en el tortuoso proceso seguido contra la compañía Barrón y Forbes.
A comienzos de la Guerra de Reforma, cuando Anastasio Parrodi lo dejó de gobernador sustituto en su propósito de ponerse al frente de una coalición de estados que combatiría el pronunciamiento armado de los conservadores en contra de la Constitución de 1857. La nueva carta magna recogía anteriores leyes como Ley Lerdo y Ley Juárez que atentaban contra los intereses y privilegios de la Iglesia y el Ejercito; ambas instituciones defendidas y representadas por el Partido Conservador.
El entonces presidente, Ignacio Comonfort, liberal de la línea moderada, fue persuadido por su compañero de partido, el escritor Manuel Payno, de entrevistarse con el general conservador, Félix Zuloaga. El general lo exhortó a desconocer la Constitución y lo invitó a encabezar un golpe de estado cuya demanda sería la disolución de las cámaras y conformación de un nuevo congreso constituyente.

De principio Comonfort aceptó conspirar para revertir el orden constitucional; al poco tiempo se retracta. Zuloaga lo desconoce, entonces, como líder del levantamiento al que bautizó como el Plan de Tacubaya. Las tropas de los generales Luis G. Osollo y Miguel Miramón ocuparon la Ciudad de México.
El general Comonfort renuncia a la presidencia y antes excarcela a Juárez cuyo cargo de presidente de la Suprema Corte de Justicia lo convertía, según la tan repudiada Constitución, en el sucesor del general. Un solo México, dos presidentes: Zuloaga, apoyado por los conservadores; y Juárez respaldado por los liberales. Sobre esta disyuntiva y confrontación facciosa estallaba la llamada Guerra de los tres años; también conocida como Guerra de Reforma.
Partiendo de que los golpistas disponían de mayores recursos y de respaldo social en el centro y en el bajío de México, Parrodi replegó a los ejércitos constitucionalistas hacía el norte; donde, según sus cálculos militares, enfrentaría con ventaja a los ejércitos conservadores. Mientras tanto, Juárez y su gabinete se despedían del gobernador Manuel Doblado y salían de Guanajuato con rumbo a Guadalajara; donde son recibidos, el 16 de febrero de 1858, por representantes de todos los poderes, en la garita de San Pedro Tlaquepaque.

Los condujeron a palacio, donde el gobernador, Jesús Camarena, puso a su disposición el edificio para que con plena libertad lo convirtieran en sede temporal del gobierno federal.
A pesar de las buenas intenciones de Camarena, de brindarle seguridad y algunas comodidades, lo cierto es que en Guadalajara Juárez se encontraba rodeados de enemigos, como el coronel Antonio Landa. De Landa circulaba el rumor de que abrazaría el Plan de Tacubaya; dado que su suegro, el general J. Castro, pelaba en el bando conservador; además frecuentaba a clérigos y ciudadanos desafectos a la Constitución; quienes al final lo instigaron a defeccionar.
Hasta donde pudo, el Coronel mantuvo en secreto sus intenciones. El propio Parrodi, antes de salir rumbo al Bajío a enfrentar a los insurrectos, lo cuestionó a cerca de su lealtad y le dio la oportunidad de desertar, sin represalias. Le respondió que con gustó pelearía por la causa constitucionalista poniendo como única condición no combatir contra su suegro.
Que Guadalajara fuera temporalmente la sede de los poderes constitucionales obligaba extremar la preacusación y con Landa tenían los liberales jaliscienses un foco rojo que demandaba su atención. El gobernador puso en alerta al presidente y al ministro de guerra, Melchor Ocampo sobre las sospechas de la posible traición del Coronel. Al ser cuestionado el general Jesús Silverio Núñez acerca de Landa; este contestó que: “tenía mucha confianza en el coronel Landa porque era un caballero, y que no había más motivos para desconfiar de éste que de sí mismo” (Olveda, 2006:123).