Un intrépido piloto, susceptible a la Fuerza, hace estallar la estación de batalla más mortífera de la galaxia: la Estrella de la Muerte. No fue un logro individual; detrás de ese certero golpe al Imperio estuvo el sacrificio de otros héroes, menos notorios; pero, igualmente importantes, como Cassian Andor, el agente y piloto rebelde que robó los planos de la Estrella de la Muerte, mismos que permitieron descubrir su punto vulnerable; punto que fue el blanco acertado de Luke Skywalker.

Ambientada cinco años antes de los sucesos de “Rogue One” y catorce después de “La venganza de los Sith”, “Star Wars: Andor”, en sus dos temporadas, ha resultado una serie bien aceptada por los fanáticos de la saga galáctica ideada por George Lucas.
Y en verdad, la Casa del Ratón estaba necesitada de un acierto, aunque fuera modesto, después de haber decepcionado a los fans con otras series como “Kenobi” y “The Acolyte”, que se ganaron en redes sociales críticas y repudios que se tradujeron en bajas audiencias.
Con “Andor” está pasando algo distinto. Después de que Disney nos entregara una serie como “Skeleton Crew” pensada para un público más juvenil que juega bien con una narrativa de aventuras adolescentes que la pone a competir, aunque con algo de desventaja, con “Stranger Thing”, la siguiente apuesta de la Casa del Ratón fue esta segunda temporada “Andor”.
¿Qué tiene de particular la serie “Andor” en sus temporadas? ¿Y por qué un fan de Star Wars debería verla? La serie no pone la lente en los inmaculados caballeros Jedi ni en sus némesis, los siniestros señores del Lado Oscuro, los Sith; no es una historia de samuráis del espacio. Trata más bien de los hombres y mujeres ordinarios sufrieron la opresión del Imperio y que decidieron hacer algo al respecto.
En “Andor” está la génesis de la Alianza Rebelde, que se fue entretejiendo desde abajo, cuando el Imperio y su emperador, Palpatine, hincaban la espuela de su tiranía sobre miles de mundos a los que expoliaban en provecho de unos pocos.

En un meme de Internet aparece George Lucas diciendo: “¿Por qué ciertos seguidores de la saga romantizan al Imperio? Ellos son los malos de toda esta historia”. Podríamos responder al señor Lucas que razones no faltan: está la estética —que, aunque banal, no deja de tener su peso—; a muchos fans les agrada la elegancia de los uniformes de los oficiales imperiales, les deslumbra la ocre armadura de Darth Vader… Y qué decir de aquellos que, en sus fantasías totalitarias, zurdas o diestras, especulan con la idea de que el reinado de Darth Sidious trajo paz, prosperidad e igualdad a la galaxia, entendiendo esto último como la supresión de toda jerarquía excepto la militar.
Andor intenta desmentir estos presupuestos idealizantes de los “team Imperio”; el Imperio, según el nuevo canon impuesto por la CEO de Star Wars, Kathleen Kennedy, fue sobre todo tiránico, represivo y cruel. Como en muchas tiranías, no le faltó una oligarquía, una élite aristocrática o del dinero que se favorecía con el orden de cosas reinante y que era frívolamente indiferente a los sufrimientos de las mayorías (algo de esto recuerda a “Los juegos del hambre”).
Andor no solo explica los orígenes de la rebelión, también la justifica, y a la vez denuncia las injusticias del orden galáctico establecido por los Sith. La serie regresa y reaviva las referencias a la Segunda Guerra Mundial que tanto le agradaban a Lucas.
Veámoslo, encargándose de vigilar y anticipar cualquier foco de insurrección, hay toda una Gestapo imperial, cuyo accionar lo representan los personajes de contrainteligencia Dedra Meera y Syril Karn.
Esta pareja está a cargo de desentrañar una incipiente y mal organizada conspiración que tiene lugar en el planeta Ghorman, el cual —curiosamente— es el centro de la alta costura; los mejores diseñadores de ropa lo habitan y sus telas son igual de famosas. El cliché resulta más que obvio: Ghorman es la Francia del Imperio Galáctico; y, al igual que ella, resultó un centro de resistencia contra la tiranía de Palpatine.

Andor los visita por encargo de su enigmático jefe, el vendedor de arte Luthen Rael. Los conspiradores planean atacar un transporte de armas imperial cuyo destino es una armería que sus invasores planean construir allende la plaza principal de la capital de Ghorman, tristemente célebre por ser el lugar donde murieron, en calidad de mártires, 500 ciudadanos víctimas de la represión del despiadado Moff Tarkin (futuro comandante de la Estrella de la Muerte). Lugar con historia, cuyo monumento está siempre concurrido por manifestantes.
Andor, que vive fugitivo, descalifica el plan: lo encuentra absurdo y difícil de ejecutar. Andor no es Luke Skywalker, no es susceptible a la Fuerza ni tiene a un sabio Jedi sirviéndole de mentor; es alguien más simple, pero no menos heroico. Ha madurado y encara la maldad del Imperio ateniéndose a sus propios códigos de justicia, que lo inducen a sacrificarse en todo momento por la causa, como de hecho ocurre en “Rogue One”.
Star Wars, en su planteamiento moral, siempre fue maniquea: negro o blanco, buenos y malos, sin puntos intermedios o escalas de grises. Andor enfatiza esta categórica división sin importarle ofender a los que idealizan al Imperio. Lo muestra en toda su malignidad y, sobre todo, injusticia, dándole la razón a quienes decidieron, en este universo, emprender una rebelión para restaurar la antigua República.