
Es enero de 1995, estamos en el Centro Cultural La Escalera, hay una lectura de textos con jóvenes escritores de la ciudad a la que he sido invitado. Nada más terminar mi participación se acercó a la mesa un muchacho, alto, robusto, algo rollizo, con una enorme y plena sonrisa. Me dijo que le había llamado la atención lo que leí, que estaba interesado en conocer algo más de aquel conjunto. Me dijo que estaba iniciando un proyecto editorial y ese tipo de literatura encajaba con la línea que planeaba. La colección se llamaba “Narraciones breves”; el proyecto editorial, Ediciones del Plenilunio; el muchacho era Carlos Bustos.
El encuentro con Carlos fue breve y en cierta medida intimidante. Esa misma noche regresé a casa y me puse a escribir para poder entregarle una muestra lo más presentable posible. Unos días más tarde, nos encontramos y le di un legajo de hojas tamaño carta en un sobre amarillo, en el que había escrito con torpe caligrafía: “Periplos. Notas para un cuaderno de viajes”. Al día siguiente, me llamó por teléfono con un entusiasmo que superaba con mucho la amabilidad intrínseca de los encuentros anteriores. Me dijo que el libro le gustaba y que quería publicarlo.
(He pensado, en varias ocasiones, que ese fue el momento en que se generó un vínculo que fue más allá de la relación autor-editor o la de los colegas que coinciden necesariamente. Lo que sí ocurrió tras esa llamada fue el nacimiento de una amistad y un vínculo por demás especiales. Ese día iniciamos una larga conversación que se extendió por más de treinta años. Lecturas comunes, autores que nos apasionaban, proyectos de escritura, posturas en torno a la creación, el descubrimiento de nuevos libros y las lecturas compartidas que cada vez eran más abundantes.)
Un mes antes de aquel primer encuentro, en diciembre de 1994, Ediciones del Plenilunio había arrancado con un libro de la autoría del propio Carlos Bustos: Árbol de lunas. En la primera página aparecía una “nota editorial” que presentaba una identidad bien definida para la colección: hablaba del “interés por divulgar la literatura de jóvenes para jóvenes”. Carlos tenía 26 años. Como particularidad, la editorial también estaba interesada en el talento plástico local, pues la cubierta estaba ilustrada por una pintura de Alejandro Colunga. El libro era un pequeño volumen de 15 por 10.5 centímetros que emulaba, en tamaño, a la colección Alianza Cien que circuló por aquellos años también. En febrero de 1995 apareció El último relato de Ambrose Bierce de Luis G. Abbadié, cuya imagen de portada era de Javier Campos Cabello.
Los días transcurridos entre aquel enero y marzo del 95 fueron intensos. Leímos y releímos mis textos, los comentamos arduamente, los corregimos, eliminamos alguno, escribí nuevos pasajes y, de manera sorprendente, para la última semana de abril Periplos. Notas para un cuaderno de viajes, con una portada de Giorgio de Chirico y con grabados antiguos en los interiores. El tamaño inusual, las portadas tan llamativas, el buen gusto editorial, la publicación de nuevos autores, lo económico de su precio, todo de alguna manera contribuyó a que “Narraciones breves” resultase un acontecimiento en la ciudad. El año 1995 se distinguió por las numerosas presentaciones de libros de Ediciones del Plenilunio y por la buena cobertura de la prensa, hay que decir que para octubre de ese mismo año ya existían reimpresiones de los tres primeros títulos, pues habían agotado los tirajes de 500 ejemplares. En septiembre ya se había sumado a la colección el cuarto título de la colección: La culpa es de la luna de Dulce María Zúñiga con una imagen de Carlos Vargas Pons en la portada.
Aunque Carlos Bustos ya había publicado en 1992 La música del baile de los gigantes, fue su trabajo de editor que lo dio a conocer en la ciudad de manera más amplia, especialmente la colección “Narraciones breves”. Ediciones del Plenilunio forma parte de la biografía intelectual del escritor, pero también de la historia de la literatura de nuestra ciudad en los finales del siglo XX y las primera décadas del XXI. Afortunadamente Carlos Bustos centró su carrera en la escritura y conformó una importante obra que está respaldada por una docena de libros y un buen número de premios nacionales e internacionales; sin embargo la edición jugó un innegable papel en su legado, pues continuó haciendo libros, especialmente destacan la serie de antologías sobre el cuento fantástico, algunas resultado de convocatorias. El primer gran paso de Carlos Bustos como autor y editor se dio justamente con la colección “Narraciones breves”, hace ya 30 años. Una favorable fortuna me hizo cruzarme con él en aquel remoto enero de 1995, estas líneas quieren ser un agradecimiento y un homenaje…

*Ricardo Sigala (Guadalajara, 1969) es escritor, periodista cultural y profesor. Autor de más de media docena de títulos que abarcan la narrativa, la poesía, el ensayo y la crónica: “Periplos”, “Paraíplos”, “Letra Sur”, “Domar quimeras”, “Extraño oficio” y “La cristalina superficie del silencio”, entre otros. También ha realizado estudios y antologías sobre literatura del sur de Jalisco. Fotografía: Araceli Gutiérrez