“¿Qué carajos hago aquí”, pensé seriamente el día de mi boda viendo cómo a cada uno de mi lado se encontraban dos mujeres dormidas que ni de mi familia eran.
Nací en una familia humilde, mi madre y padre se casaron muy jóvenes y yo fui la última hija de siete hermanos, al ser la más pequeña y llevarme muchos años con mis hermanos, sin tener con quién jugar porque la mayoría de ellos estudiaban, y los que no lo hacían ya trabajan, llegué a pensar muchas veces “¿qué carajos hago aquí?”. Muy pronto me quedó claro que fui la hija no esperada de aquel linaje.
La familia de mi madre vivía en un rancho de San Luis Potosí, sus vecinos próximos quedaban a unos veinte minutos de ahí, la gente estaba esparcida en esas tierras y, a veces, caminaban todo un día entero para trasladarse al pueblo más cercano, que era Matlapa.
Mi mamá no fue criada por su familia biológica, sino por la tía que no podía tener hijos y en un arranque de compasión, la madre biológica se la cedió a su hermana para que tuvieran a quién criar. Así que mis abuelos fueron Don Irineo y Doña Tomasa. Desde pequeña mi madre no quería que perdiera el contacto con los abuelos, entonces en vacaciones me mandaba por varios días con ellos. Recuerdo hacerles compañía a los abuelos, mi abuela solía enseñarme a hacer “cosas que las mujeres debían saber para ser casaderas”, como cocinar, tejer, limpiar, etc., y mi abuelo consentidor disfrutaba de la compañía de su nieta para platicarle sus interminables historias. Cuando debía acompañar a mi abuelo por agua, teníamos que caminar senderos muy largos con las vasijas para el agua que cargábamos con un palo sobre el cuello y ahí era cuando yo seriamente me preguntaba una y otra vez, ¿qué carajos hago aquí?
Doña Tomasa evitaba que jugará con los chiquillos de aquel rancho, sin embargo, como cualquier niña, solo tenía un interés en mi cabeza, divertirme; y siempre sería más grato hacerlo con los demás que sola. Así que solía escaparme cuando estaba ocupada con las vecinas y me iba a buscar con quién podría entretenerme.
Hice amistad con un niño que me simpatizaba demasiado, no sabía que, al pasar los años, llegaría a ser mi novio en la adolescencia y más adelante mi actual esposo. Cuando mi abuela supo que salía con él, me dijo: “¿cómo sales con ese chomatón?”, llamándolo así, de manera despectiva por ser prieto y poco agraciado según ella.
Hoy, precisamente me casé con ese chomatón aquí en el rancho, lo decidió así su familia y yo solo obedecí los mandatos de esta a petición de mi marido, pero nunca esperé que en mi noche de bodas yo tuviese que dormir entre la abuela y la tía de mi actual esposo por ser parte de las costumbres de aquel recóndito lugar, en lugar que con mi pareja, es por ello que esa noche volví a cuestionarme, ¿qué carajos hago aquí?