No hay mejor campaña contra una adicción, y sobre todo si es perniciosa, que un cambio cultural que conlleve la adopción de nuevos hábitos por, gusto o convicción, y no por imposición.
Así parece estar ocurriendo con el alcohol, y presumimos que también con las drogas; si a un adolescente o joven de entre 13 y 28 años le das a elegir entre una cerveza y un control de Xbox, casi con seguridad —en la mayoría de los casos— te arrebatará el control y te dirá, con toda cortesía, que te tomes tú la cerveza.

Antes, generaciones más atrás, como la baby boomer o la X, era todo un rito de iniciación a la adultez el enunciar “ya cumplió los 18 años, ya puede tomar”; así decían con toda la aceptación social nuestros padres.
En algunas familias de antes, el abstemio era estigmatizado como alguien antisocial, que no sabía departir ni convivir, ya que, por cultura, se tenía la convicción de que de las botellas fluía la alegría, se desinhibía al opacado y se daba arrojo al cortejador.
Estamos lejos de una sociedad que repruebe la embriaguez; el alcoholizarse está menos mal visto que el drogarse, por ejemplo. Pero el intoxicarse con bebidas espirituosas está perdiendo su atractivo entre las nuevas generaciones.
Son otros tiempos, tiempos posmodernos; hay nuevas formas de conseguir un estado de excitación y de frenesí que no requieren ningún tipo de ingesta de sustancias estimulantes de nuestras funciones biopsíquicas. ¿Cuáles son estas? Todos las conocemos. Son de dominio público y están al alcance de cualquiera. Encabeza la lista el streaming, o servicios de plataformas como Netflix, Amazon Prime, Max… que ofrecen desde documentales hasta series completas listas para quien adictivamente quiera maratonear; están también los videojuegos, con los que fueron distraídas y educadas las nuevas generaciones.
Igual de entretenidas tenemos a las redes sociales, desde el Facebook cooptado por boomers y adultos de la generación X hasta el Instagram o Snapchat de uso más juvenil.

Los estudios lo revelan. La tendencia en las nuevas generaciones es entretenerse y divertirse empleando los nuevos distractores electrónicos —como su smartphone, tablet, smart TV— más que destapando una cerveza, y mucho menos descorchando una botella de vino.
Baja el consumo de alcohol entre los jóvenes y gana terreno el ocio digital. Si hace unas décadas el hipster, en sus excentricidades más esnobistas, frecuentaba cantinas viejas, ahora estos establecimientos ya pasaron de moda o sólo son frecuentados por viejos bohemios; antros y bares siguen manteniendo clientela entre los millennials, mientras que los jóvenes de la generación Z prefieren pasar sus noches libres en una partida de “Fortnite” o viendo una temporada completa de “Demon Slayer”.
El asunto va en serio y se consolida como una tendencia que ya ha llamado la atención de las compañías del rubro. La empresa cervecera japonesa Asahi, con un portafolio que incluye marcas como la italiana Peroni y la holandesa Grolsch, señaló en 2023 que el consumo mundial de alcohol bajó un 1%, aunque el valor de esta industria subió un 2%. Esto significa que quienes siguen bebiendo escogen productos más caros, como las famosas cervezas artesanales.
Ese tiempo de confinamiento consagrado a una partida online o un episodio de streaming deja poco margen para el bar y el antro. La socialización de la generación Z ya no es cara a cara, sino a través de Discord o WhatsApp; para ellos, lo de hoy es ganar amigos virtuales y hasta tener romances de Internet, que implican menos compromiso y esfuerzo que las relaciones tradicionales. El factor económico también entra en juego: con lo que un joven gasta en una noche de juerga, le alcanza para pagar —y de sobra— la mensualidad de Netflix, comprarse un videojuego digital o adquirir las últimas actualizaciones de su avatar virtual.

Estamos ante la construcción acelerada de una nueva cultura. Los viejos pasatiempos pasan de moda. Las formas de socializar cada vez son más mediatizadas por los dispositivos electrónicos. Los jóvenes están cada vez más preocupados por su salud. Entiéndase que, así como están metidos en los videojuegos, también en sus muchas o pocas horas de ocio prefieren gastarlas en entrenarse en algún deporte o realizar algún tipo de actividad física o atlética. El bar también compite contra el gimnasio. Mejor tomarse un batido de proteínas que beberse una botella de tequila.
El narcisismo manda y es un dictador implacable al que obedecen con diligencia los más jóvenes: hay que estar en forma, ser brillantes y, de pasada, también sanos. Para estos propósitos, el alcohol no ayuda. Bajo este espíritu y concientización, no vale la pena matar neuronas ni aumentar kilos por malos hábitos de antaño como el embriagarse hasta embrutecer.
Que viva la sobriedad. Según un estudio reciente de Berenberg Research, la generación Z consume un 20 % menos alcohol que la generación anterior, los millennials, cuando estos tenían su misma edad. El 64 % de estos jóvenes con proclividad a la abstinencia proyecta precisamente beber menos por un asunto de salud y porque quieren vivir más.
Streaming, videojuegos o gimnasio, entre otras opciones, son las preferidas por nuestros jóvenes para obtener su dosis diaria o eventual de dopamina. Estamos en transición hacia nuevas formas de esparcimiento, más digitales o sanas. Todo abuso o exceso es nocivo por regla, sentencia la filosofía aristotélica.
Con los videojuegos y el ejercicio, si no hay mesura y autocontrol, es fácil incurrir en verdaderas patologías como la vigorexia (la obsesión por desarrollar cuerpos musculosos o atléticos), o el gaming disorder, un trastorno reconocido por la Organización Mundial de la Salud que consiste en una compulsión, a veces obsesiva, por los juegos digitales.