Nació el 17 de septiembre de 1821 en Guadalajara. Se graduó de bachiller en el Seminario Conciliar en 1842 y de abogado en la Universidad de Guadalajara, en 1846. Ese mismo año, al estallar la rebelión del general José María Yáñez contra el presidente Mariano Paredes y Arrillaga, se dio de alta como voluntario en el Batallón Terán de la Guardia Nacional, a las órdenes del coronel Luna. Se batió en defensa de Guadalajara del 12 de junio al 11 de agosto.

De marzo de 1854 a enero de 1855 tomó parte en la Revolución de Ayutla. A las órdenes de Santos Degollado, asistió a la toma de Zapotlán el Grande (Ciudad Guzmán); y bajo la dirección de Ignacio Comonfort a la de Colima. Ogazón fue secretario general de gobierno en 1855; ascendió a coronel y se le dio el mando del Segundo Batallón Republicano de 1855 a 1856. Fue diputado del Congreso Constituyente de 1856 a 1857.
Fue gobernador suplente de Jalisco el 7 de abril de 1858 en el sur del Estado, en plena Guerra de Reforma. El nombramiento de gobernador suplente lo había recibido directamente del Congreso Estatal el 27 de enero de 1858; el cargó obedecía a la necesidad de que cubriera las ausencias el gobernador sustituto.
En opinión del historiador Luis Pérez Verdía, su designación fue anticonstitucional, pues la ley estipulaba que, ante la ausencia o falta de gobernador, las personas facultadas legalmente para sustituirlo eran los insaculados (o auxiliares del poder ejecutivo electos por el voto popular y ratificados por el congreso) o en su defecto el presidente del tribunal.
Después de que general Anastasio Parrodi capitulara y Guadalajara fuera ocupada por los ejércitos conservadores, Ogazón se dirigió a Colima. El 27 de abril se entrevistó con Juárez quien le dio su voto para que siguiera al frente del gobierno de Jalisco, a pesar de las irregularidades que acompañaron a su designación (Pérez Verdía, 1952b: 42).
En el otro frente, con el apoyo de los militares que secundaron el Plan de Tacubaya, Urbano Tovar asumió la gubernatura; despachaba desde el Palacio de Gobierno los asuntos del rebautizado Departamento de Jalisco. A la par, Ogazón instalaba su gobierno en Zapotlán el Grande, cabecera del Noveno Cantón (Cambre, 1949: 85).

A unos meses de que culminara la Guerra de Reforma, los ejércitos liberales desalojaron a las fuerzas conservadoras que ocupaban Guadalajara. El general que comandaba estas fuerzas, Severo del Castillo, pactó con los liberales, que sitiaban la plaza, la salida de sus tropas y la entrega de la ciudad. Acompañado de otro destacado general conservador, Adrián Woll, se replegó a Tepic, es decir, a los dominios del caudillo indígena y aliado de los reaccionarios, Manuel Lozada, el “Tigre de Álica”.
El General Ogazón ocupó la capital tapatía, el 3 de noviembre de 1860. Aquí concluía para Jalisco la Guerra de Reforma e iniciaba la difícil labor de levantar el estado de las ruinas y la anarquía.
El General no pudo desentenderse del todo de sus deberes militares y asumir tranquilamente sus funciones políticas como gobernador del estado; pues, aunque los liberales habían firmado su victoria definitiva en Calpulapan, faltaban todavía muchos asuntos por finiquitar relacionados con las secuelas de la guerra.
El 11 de enero de 1861 declaró ciudadano jalisciense al general José López Uraga por los servicios prestados al estado durante el conflicto armado; sobre todo se reconocía su valiente desempeño durante el ataque que dirigió contra Guadalajara para desalojar de ella a las fuerzas conservadores que, a las órdenes de Abrían Woll, la mantenían ocupada. Combatiendo contra ellas perdió una pierna, el 24 de mayo de 1860, por una herida recibida en la coba calle de Santa María de Gracia.
En el mes de febrero, advertido de que Manuel Lozada, pese a la derrota de sus aliados, los conservadores, se preparaba para resistir al gobierno liberal, Ogazón decidió comandar él mismo una campaña militar en su contra. El gobernador intentó pactar con los rebeldes un armisticio el 1 de febrero; éstos se negaron y pasaron al combate.
Aunque la campaña contra los lozadeños era vital para alcanzar la pacificación del estado, había otras prioridades a ser atendidas que demandaban la presencia del gobernador en la capital tapatía. La administración estaba en completo desorden, además, había la urgencia de darle verdadera aplicación a la Constitución de 1857 y a las Leyes de Reforma; en otras palabras, había que echar andar la reforma del estado y el establecimiento del nuevo orden jurídico; orden inspirado en los ideales liberales.
Como veremos en otro apartado, entre batallas y tratados de paz, la rebelión lozadeña nunca fue del todo sofocada e incluso se agravó con la llegada de los franceses, pues los rebeldes nayaritas se aliaron a los invasores y con su ayuda lograron inclinar la balanza a su favor.

Sin alcanzar una victoria definitiva sobre el “Tigre de Álica”, el 22 de febrero, Ogazón está de vuelta en la capital dispuesto a atender otras prioridades, entre ellas las políticas. Suponemos que no dejaba de ser para él una preocupación que su designación como gobernador no hubiese sido del todo de acuerdo a la ley y, al parecer, deseaba continuar en el cargo. Aunque, por otro lado, un general con su trayectoria e influencia, seguramente no tenía por qué preocuparse, de momento, por legitimar antes sus gobernados su autoridad.
En el mes de mayo tuvo una atención con la tropa que luchó en las filas liberales, en especial con los reos que fueron obligados a servir como soldados. A los excarcelados que mantuvieron el uniforme hasta el final de la guerra les redujo a la mitad su condena y a los que no habían sido juzgados todavía, también les hizo extensiva esta gracia una vez que fueran sentenciados.