Nuestras raíces, el legado que da identidad a un pueblo, se resisten a morir del imaginario colectivo y más tratándose de una leyenda que enfrentó a los españoles durante la conquista de la Gran Tenochtitlán: Cuauhtémoc.
Avenida Cuauhtémoc se torna una avenida tranquila, limpia, incluso sin baches, y al menos en el nombre, lleva el reconocimiento a Tonatiuh, porque la colonia lleva el nombre de Ciudad del Sol. Ahí ese encuentra la glorieta a Cuauhtémoc, como si estuviera a la caza del enemigo con su tepoztopilli (lanza). En su mano izquierda lleva un pergamino, dándonos a entender que la fuerza de un guerrero también radica en el estudio y la estrategia que se enseñan en los calmécac (instituciones de educación militar avanzada).
Sabia nuestra cultura mexica, que para formar guerreros, necesitaba conocer el día de nacimiento del ya ciudadano. Los dioses, por medio de la fecha, asignaban el talento que serviría a la Gran Tenochtitlán, nación de grandes combatientes.
El destino lo llevaba en su nombre: “Águila que cae o desciende”, fue último emperador Azteca, le tocó pelear con los españoles que buscaban conquistar un territorio lleno de riqueza, en el sentido más extenso de la palabra. Nunca se rindió. Ni quemándole los pies pudieron obtener de él información relevante. Prefirió el tormento que a la traición de su pueblo.
El honor de un combatiente tan leal a su pueblo, es con la muerte. El pueblo tapatío le rinde un homenaje al último emperador Azteca (cuyo padre de nombre Ahuízotl) que nació entre 1495 y 1503.
(Fotos: Andrea García)
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