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Leer con el corazón: El Principito

Queridos lectores, es un placer saludarles nuevamente a través de esta columna, un espacio que nos permite estar interconectados con los vastos mundos de la información, el conocimiento, la comunicación y la cultura. Siempre con el objetivo de reflexionar, entretener y, por qué no, compartir uno que otro dato curioso para aprender algo nuevo. Hoy les traigo una columna muy especial, en la que compartiré mi primer encuentro con la lectura, gracias a la recomendación de una profesora sobre el libro El Principito, y la importancia que tiene la lectura en nuestras vidas.

Mi primer acercamiento a la lectura fue complejo. Me considero una persona con un perfil kinestésico, lo que me llevó, en el jardín de niños, a desarrollar más actividades prácticas: era fan de las manualidades, la actuación y la interacción social. En esa etapa, todo funcionó bien; disfrutaba lo que hacía, aunque tenía apenas una ligera noción sobre la lectura y la escritura. Sin embargo, al llegar a la primaria, la situación se volvió problemática. La mayoría de los niños ya sabían leer y escribir. Recuerdo muy bien mi primer examen: una prueba con dibujos donde debía escribir el nombre de cada objeto. No pude responderlo; no entendía las instrucciones. Sabía cómo se llamaba cada cosa, pero no sabía expresarlo por escrito. Con las pocas herramientas que tenía, logré escribir la primera palabra de mi vida: “cazuelita”. Obtuve un acierto de diez.

Afortunadamente, conté con el apoyo de una gran maestra, la profesora Paulita del Instituto Carlos Gómez Salesiano. Ella se percató de mi situación y, en lugar de regañarme, me tuvo paciencia. Me enseñó detalladamente las vocales, el abecedario y las reglas gramaticales básicas; literalmente, me enseñó a leer y escribir. Además de las tareas normales, me encomendaba ejercicios extras diariamente; uno de ellos fue leer libros, y una pieza clave en este proceso fue la recomendación de El Principito.

Durante mucho tiempo me pregunté por qué me había recomendado ese libro: ¿sería por su lectura sencilla y práctica o porque era un clásico? Ahora, como adulto y bibliotecario, comprendo que esta recomendación fue fundamental en mi relación con la lectura. Primero, para aprender a leer; y, de adulto, para interpretar el mundo más allá de las palabras, donde estas encuentran un contexto y un sentido.

Hace pocos días conversaba con los bibliotecarios Daniel Guerrero y Carlos Laureano sobre el trasfondo de El Principito y lo que lo hace tan interesante. Coincidimos en que se trata de un clásico: una obra que marca un momento, una alegoría atemporal y asincrónica que ha llegado a convertirse en parte del imaginario colectivo. Es un libro que, en la infancia, ofrece lecturas más literales, pero que al releerse en la adultez revela una profundidad que invita a la interpretación y a la reflexión. Diría que funciona como un espejo: nos devuelve una imagen de nosotros mismos a través de sus personajes — especialmente el principito y el aviador —, así como de conceptos como la amistad, el amor y las relaciones humanas, tan necesarias en estos tiempos de aislamiento e individualismo.

El Principito

Algunos datos curiosos

El Principito es uno de los libros más icónicos del mundo. A menudo se clasifica como literatura infantil, pero en realidad encierra una profunda reflexión para los adultos. Fue escrito por Antoine de Saint-Exupéry (1900–1944), aviador y escritor francés que combinó su pasión por volar con una mirada poética sobre la existencia. Su carrera como piloto comenzó en la década de 1920, llevándolo a sobrevolar África y Sudamérica, escenarios que inspiraron sus obras. Durante la Segunda Guerra Mundial, se desempeñó como piloto de reconocimiento. En 1944, partió en una misión sobre el Mediterráneo... y no volvió. Su avión fue hallado casi 60 años después en el mar, cerrando así una vida que terminó como había comenzado: en el aire.

El Principito fue escrito en Nueva York en 1942 e ilustrado por el propio autor con trazos sencillos y acuarelas delicadas, como si quisiera recordarnos que lo más profundo puede expresarse con lo más simple. Se publicó por primera vez en 1943, en inglés y francés, en los Estados Unidos. Su éxito inicial fue discreto… hasta convertirse en un fenómeno universal.

Hoy, es el libro más traducido del mundo después de la Biblia. Ha sido traducido a más de 624 idiomas y dialectos, cuenta con más de 140 millones de ejemplares vendidos y 1,300 ediciones, lo que da testimonio de su impacto duradero. (Petit Prince Colletion) y (Paris Secret.com).

El Principito no solo es una narración; es una conversación íntima con uno mismo. En sus páginas, Saint-Exupéry se desdobla en sus personajes: el piloto perdido en el desierto representa la razón y el desencanto; el pequeño príncipe, en cambio, encarna la mirada inocente, la capacidad de asombro y la búsqueda del sentido profundo de la vida. Ambos dialogan en un mundo donde un atardecer puede ser motivo de contemplación y donde el amor exige presencia, cuidado y comprensión.

El principito en cine

A casi un siglo de su publicación, El Principito sigue siendo una brújula espiritual. Ha sido adaptado al teatro, al cine, a la ópera, a novelas gráficas e incluso a videojuegos. Una de las películas más representativas es Le Petit Prince, filme francés de animación dirigido por Mark Osborne, que utiliza una historia paralela para introducir a nuevas generaciones en el universo del libro.

Y es que El Principito no puede capturarse del todo en una adaptación. Porque no es solo una historia…

Existen varias obras relacionadas con El Principito, como Tierra de hombres y Memorias de una rosa, de Consuelo de Saint-Exupéry, esposa de Antoine. Esta última es una autobiografía que ofrece la perspectiva de la rosa del principito, que era ella.

Desde mi perspectiva, la lectura cumple con varios propósitos fundamentales, entre los cuales destacaría el fomento de una mirada sapiencial, el desarrollo del pensamiento crítico, el amor por la verdad y el aprendizaje. Sin duda, uno de los grandes valores de leer El Principito, tanto en la infancia como en la adultez, es su capacidad para invitarnos a interpretar y comprender: al mundo y, sobre todo, a nosotros mismos.

“Lo esencial es invisible a los ojos. Solo se ve bien con el corazón”.

Con esta hermosa cita de El Principito, los invito a ver lo invisible a los ojos, a ver con el corazón, a sentir, ver, buscar y amar ese rayo de luz que todos tenemos al amanecer, que nos impulsa a dar lo mejor de sí y crecer.

Hasta la próxima, lectores.

Jorge Alejandro Peña Landeros

Jorge Alejandro Peña Landeros. Director de Biblioteca. Universidad Panamericana

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