
Hay algo muy perturbador que une a los gobernantes más visibles de la ola ultraderechista que está sacudiendo el mundo: la crueldad (o lo que es lo mismo, la incapacidad de sentir compasión, la palabra más noble para definir a políticos como Abraham Lincoln o Isaac Rabin, que fueron asesinados por defender causas tan justas como la abolición de la esclavitud o el derecho de los palestinos a una patria).
Lo que define a Donald Trump, al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, o al presidente de Argentina, Javier Milei, es la absoluta falta de empatía ante el sufrimiento de los más vulnerables: los niños, ya sean hijos de inmigrantes hispanos, palestinos de Gaza o discapacitados o jubilados argentinos.
No es casualidad que, coincidiendo con el informe de expertos de la ONU, que presenta más de 15 mil pruebas de genocidio israelí contra el pueblo palestino en Gaza, el ministro de Defensa israelí escribiera en su red social “Arde Gaza”, para celebrar el inicio de la invasión terrestre para destruir lo que queda en pie de la ciudad; el secretario de Estado de EU, Marco Rubio, apoyara sin condiciones el genocidio israelí con un sentido rezo en el Muro de los Lamentos de Jerusalén; o que Milei (que protagonizó una escena de llanto en el mismo muro) dijera esta semana que no piensa eliminar “un milímetro” sus duros recortes sociales, que en la práctica significa el desmantelamiento del Estado de bienestar en Argentina.
Pero algo ha cambiado en el país de la motosierra, la misma que el economista Milei levantaba mientras vociferaba en sus mítines “¡Viva la libertad, carajo!” y con la que arrasó en las elecciones del 19 de noviembre de 2023. Lo que ha cambiado en este año y nueve meses de gobierno del presidente ultraliberal es que ni entusiasma como antes a sus seguidores ni intimida como antes a la oposición.
El escándalo de las coimas

El punto de inflexión ocurrió el pasado 20 de agosto, cuando se filtró a los medios de comunicación audios de Diego Spagnuolo, director de la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS). En dichos audios, quien fuera abogado personal de Milei habla de un presunto esquema de sobornos en la compra de medicamentos, donde los laboratorios debían entregar hasta 8% del valor de los contratos. Según admite ante sus interlocutores, el 3% de las coimas recibidas iban destinadas a Karina Milei, “El Jefe”, como la llama su hermano, a la que nombró secretaria de la Presidencia, pese a que la ley prohíbe nombrar a un pariente cercano al jefe de Estado, para evitar, precisamente, el nepotismo y el tráfico de influencias.
En otro de los audios, Spagnuolo (que se vio obligado a dimitir y está siendo investigado) confirma la implicación directa de Karina Milei en la trama y cita a un interlocutor el mensaje que le envió: “No te podés hacer el boludo conmigo. No me tires a mí este fardo”; en otras palabras, le advirtió que su nombre no saliera por ningún lado (lo que no cumplió).
La reacción de los “hermanos presidenciales” fue negar la participación e interponer una querella criminal por espionaje ilegal. Además, Karina se niega a comparecer ante el Congreso para dar explicaciones. Pero, lo que no pudieron evitar es que millones de argentinos llegaran a una penosa conclusión: quien decía que quería el poder para acabar con la casta, es parte de la casta; la misma casta corrupta que denunció tantas veces.
Hay, sin embargo, un factor que convierte aún más grave el escándalo: esos miles de millones de pesos en coimas se robaron desde la misma agencia a la que el presidente recortó 177,762 millones de pesos, un 45% del presupuesto para el pago de pensiones por invalidez.
Cegado por la soberbia
El escándalo de las coimas estalló, además, a días de las elecciones en la provincia de Buenos Aires, celebradas el 7 de septiembre; y es aquí donde Milei cometió el mayor error político de su meteórica carrera: convirtió unos comicios locales en un plebiscito a su gobierno.
Cegado por la soberbia de quien se cree que tiene la verdad absoluta y sordo a las protestas en la calle y a los consejos de quienes le pedían tímidamente que bajara un poco el tono de los insultos a sus adversarios, Milei declaró en campaña que la derrota de la oposición en su bastión iba a ser “el último clavo en el ataúd del peronismo”. Ocurrió lo contrario.
En vez de la victoria que esperaba, Milei perdió por casi 14 puntos de diferencia y tuvo que tragarse sus palabras sobre la muerte del peronismo. Bastó con modificar dos palabras de su augurio para que retumbara la bofetada al presidente hasta Ushuaia: la derrota en la provincia más poblada (40% del censo) y que rodea la capital fue “el primer clavo en el ataúd del mileísmo”.
La clave de su derrota la dio el gran triunfador de la noche y quien emerge con fuerza como “presidenciable”, el gobernador peronista de la provincia de Buenos Aires, Alex Kicillof. Y puesto que Milei quiso que las elecciones se interpretaran en clave nacional, el gobernador hizo un discurso de la victoria en clave nacional.
“El 7 de septiembre comenzó el fin de la crueldad”, proclamó ante un plaza que rugía en La Plata, capital de la provincia.
Y agregó: “El pueblo le dio una orden al presidente: gobierna para el pueblo. No se puede frenar la obra pública, no se les puede pegar a los jubilados, no se puede abandonar a las personas con discapacidad.”
El mensaje estaba claro. Le estaba exigiendo que no cumpliera con la amenaza que lanzó el presidente en un mensaje televisado el 10 de julio, que bien podría pasar a la historia como uno de los más infames de un gobernante contra su propio pueblo. Mirando a la cámara desafiante, declaró: “Apuesto mil a uno a que todos saben lo que voy a hacer: vamos a vetar”.
Lo dijo en referencia a su decisión de vetar tres leyes aprobadas en el Congreso: la ley que establece un aumento del 7.2% en las jubilaciones y una moratoria para que los trabajadores en la informalidad puedan acceder a una pensión; la ley de emergencia pediátrica, que incluía fondos extraordinarios para hospitales infantiles, especialmente el Garrahan, el mayor del país, además de una mejora salarial para el personal médico y un mayor abasto de insumos; y por último la ley de financiamiento universitario, que establece una actualización del presupuesto del Estado destinado a las universidades públicas, los salarios de los profesores y el personal no docente del sector de la educación superior, donde están matriculados cerca de 2 millones de estudiantes.
Las tres leyes, impulsadas por la oposición, fueron aprobadas por el Parlamento en agosto pasado y vetadas por Milei el 10 de septiembre, bajo el argumento de que su aplicación es incompatible con el objetivo de ‘déficit cero’ de su Administración.
Lección no aprendida
Tras la dura derrota del partido oficialista La Libertad Avanza, muchos pensaron que Milei había aprendido la lección y que ya no iban a escuchar más el ruido de la motosierra, o así lo quisieron interpretar cuando Milei admitió la derrota y dijo que algo habría que cambiar. La ilusión duró, como diría Joaquín Sabina, “lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks”.
El presidente argentino se negó a levantar el veto, lo que obligó al Congreso a tomar una medida drástica aprovechando que su legislación lo permite: forzar a retirar el veto, si los opositores suman dos tercios de los votos de cada cámara.
Este miércoles, la Cámara de Diputados logró tumbar el triple veto y la plaza estalló de júbilo, pese a que falta aún que lo apruebe el Senado. Pero fue el pasado 4 de septiembre cuando, por primera vez en 22 años, el Congreso revertía un veto presidencial, el de los recortes a la Agencia Nacional de Discapacitados (ANDIS).
En la memoria de la opinión pública todavía retumba el mensaje de Spagnuolo (el de las coimas) que retuiteó Milei y que iba dirigido a un niño autista, Ian Moche, que reclamó contra los recortes en la ANDIS: “Tener un hijo con discapacidad es problema de la familia, no del Estado”.
Este jueves, furioso por la nueva derrota legislativa, Milei se dedicó a hacer lo que mejor sabe: insultar. Llamó “kukas” (por cucarachas kirchneristas) a los diputados; pero sus insultos ya no tienen efecto: los diputados, como el resto del país, estaban más preocupado de lo que ocurría en las casas de cambio: con el dólar en máximos por la inestabilidad política, lo que obligó al Banco Central a intervenir, mientras el riesgo país de Argentina superaba por primera vez al de la vecina Bolivia, todo un síntoma de que algo anda muy mal en el país que hace un siglo fue la sexta potencia, que se prepara para las elecciones legislativas nacionales este 26 de octubre.