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El problema de Lula son las cuatro B: Biblia, Buey, Bala y Bolsonaro

El ganador de las elecciones del domingo en Brasil acaba de comprobar que casi la mitad del electorado quiere que el presidente autoritario siga en el poder. La bancada de evangélicos, ganaderos y diputados ultras, primera en el Congreso

elecciones en brasil

Seguidores de Bolsonaro durante una protesta en agosto de 2021 para pedir la intervención del Ejército y el cierre del Supremo Tribunal Federal y el Congreso

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Datafolha

“Nos equivocamos: había voto oculto”; “subestimamos el poder de atracción del discurso incendiario del presidente”; “menospreciamos el nivel de movilización de las bases conservadora”. Así se expresaron analistas, políticos y encuestadoras sobre lo ocurrido el domingo en Brasil, cuando parecía que Lula da Silva iba a arrasar en las urnas y no sólo no ganó en primera vuelta, sino que su rival, Jair Bolsonaro, se quedó a tan solo cinco puntos por debajo, en vez de los 15 que insistían machaconamente las encuestas durante semanas.

Lula, con gesto serio, saluda junto a su mujer, Janja, a los simpatizantes que festejaron su triunfo (aunque sin mayoría absoluta)

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EFE

Como es preceptivo del ganador, Lula salió a saludar a los seguidores y les aseguró a modo de consolación que la primera vuelta del domingo fue una “prórroga”, ya que el próximo 30 de octubre ganará definitivamente el duelo final contra el presidente Bolsonaro. Pero bastaba con ver la cara del líder izquierdista durante el festejo de su victoria para entender su desconcierto, apenas disimulado con una sonrisa forzada.

Porque, lo que acababa de comprobar el candidato izquierdista, favorito a convertirse (por tercera vez) en presidente de Brasil, es que las temidas cuatro B —Biblia (evangélicos fundamentalistas), Buey (ganaderos que sueña con convertir la Amazonia en un pastizal), Bala (partidarios de las armas y de la “vigilancia” de los militares) y Bolsonaro (51 millones de votos)— no son producto de una anomalía circunstancial, que triunfó hace cuatro años al calor de la ola populista en el mundo, y que muchos esperaban que muriese en las urnas, tras el desastroso gobierno del “genocida” (así llamado por su desprecio ante la pandemia que ha dejado casi 700 mil muertos en Brasil).

No fue así. Las cuatro B han venido para quedarse, y si no pueden hacerlo con Bolsonaro de presidente (está por ver si no hay una nueva sorpresa el último domingo de octubre), los partidarios del mandatario ultraderechista ya tienen asegurada la primera bancada en el Congreso de Diputados, que también se renovó este domingo.

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El síndrome Biden (otra B)

De hecho, se podría añadir una quinta B: la del síndrome Biden que tuvo que sufrir Lula la noche del domingo, cuando comprobó, con escrutinios oficiales en la mano, que él mismo se tomó la píldora amarga que se tuvo que tragar el demócrata aquel primer martes de noviembre de 2020, cuando comprobó que las encuestas subestimaron el poder de convocatoria de Donald Trump, pese a su radicalismo, y descubrió que la base conservadora de EU era más grande de lo que imaginó.

Si en EU, un 46.91% de los votantes (74.22 millones) lo hizo por Trump, hace dos años; ahora, un 43.20% (51 millones) lo hizo por Bolsonaro para que gobierne otros cuatro años más.

“Dios por encima de todos”

Bolsonaro en una marcha evangélica, haciendo apología de las armas

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O Dia

No sólo 66 millones de brasileños acudieron a las urnas para que Lula no regrese al palacio de la Alvorada de Brasilia, sino que 51 millones de estos votantes lo hicieron para que ganase Bolsonaro y prosiga con su política de deforestar la Amazonia para enriquecer a sus aliados madereros, agricultores y ganaderos; para que siga despreciando las políticas de sanidad pública (“de algo hay que morir”, llegó a decir cuando Brasil superó los 300 mil muertos por COVID-19; ya van casi 700 mil); para que siga armando al pueblo y dando a la policía licencia para matar; o para terminar de convertir Brasil en un gigantesco templo evangélico, con él de pastor fundamentalista que defiende la familia tradicional cristiana (no hay otra posible) y que le gustaría volver a gobernar otros cuatro años con un fusil en la mano y la Biblia en la otra. Su lema no deja margen de dudas: “Brasil acima de tudo, Deus acima de todos” (Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos). A fin de cuentas, le gusta que le llamen “Messías” (su segundo nombre), aunque también le agrada que le digan “mito” y “Trump del Trópico”.

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Paralelismo peligroso

Pero, más allá del hecho preocupante sobre el nulo desgaste de Bolsonaro y Trump entre las bases conservadoras en sus respectivos países —Bolsonaro tiene más apoyo de este sector que hace cuatro años—, lo que puede ser potencialmente muy peligroso es el paralelismo en el comportamiento de ambos políticos surgidos del populismo autoritario. En cuanto supieron que las encuestas no les eran favorables, empezaron a soltar el bulo de que se estaba gestando un fraude electoral.

De momento, Bolsonaro, que lleva meses diciendo que las urnas electrónicas están trucadas para favorecer a Lula, no mencionó la palabra maldita la noche electoral. A fin de cuentas, logró impedir que su rival ganara en primera vuelta y él pasó a segunda vuelta con un resultado mejor de lo esperado.

Además, el presidente brasileño pensará como el expresidente brasileño: el verdadero duelo ocurrirá dentro de cuatro domingos. Será entonces cuando habrá llegado la hora de la verdad y el momento más temido por millones de brasileños: ¿Reconocerá Bolsonaro su derrota, en caso de que gane Lula da Silva, como anuncian las encuestas, o apretará el botón nuclear, como hizo su admirado Trump, llevando al país al momento más peligroso de su historia moderna, con el asalto de sus seguidores al capitolio?

Bolsonaro salió la noche electoral del domingo a saludar a seguires afuera del palacio de la Alvorada de Brasilia

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EFE

No hay que olvidar que Bolsonaro, capitán retirado del Ejército y un nostálgico de la dictadura militar, cruzó varias veces la línea roja cuando alentó a sus simpatizantes a manifestarse contra la Suprema Corte de Justicia y contra el Congreso de los Diputados, en protesta por aceptar los jueces que un grupo de legisladores emprendieran un impeachment para destituir al presidente por su desastrosa gestión de la pandemia, entre otros males.

“Los jueces no están tensando la cuerda sino que ya la reventaron”, dijo Bolsonaro en agosto de 2021 sobre los magistrados que autorizaron el juicio político, a los que advirtió de paso: “Aquí el jefe del Ejército soy yo”.

Animados por estas declaraciones del propio presidente, miles de seguidores de Bolsonaro paralizaron Brasilia con sus protestas al grito de “intervención militar ya, en apoyo al presidente”, o “Ejército: cierra el STF y el Congreso”.

La protesta amainó cuando miles de camioneros seguidores del líder ultraderechista casi hunden la economía con la toma de carreteras vitales para el comercio, lo que ya no le gustó tanto a Bolsonaro, y desaparecieron cuando el juicio político en su contra fracasó.

Pero, nadie duda de que las protestas resurgirán con furia entre los seguidores de Bolsonaro (fuertemente armados en estos cuatro años), si su caudillo no gana; o peor aún, si este sigue el ejemplo de Trump y se niega a reconocer su derrota, insistiendo en el fraude.

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La lección que debe aplicar Lula

A falta de respuesta sobre qué va a pasar la noche del 30 de octubre, la mejor manera de neutralizar la amenaza de Bolsonaro es que la victoria de Lula sea muy contundente. Cuanto más apoyo popular tenga en votos, más difícil será que el presidente se vea tentado a denunciar fraude y a arengar a las masas o a los uniformados a que le apoyen.

Por eso, es vital que Lula entienda que tiene poco menos de cuatro semanas para cautivar el voto que no atrajo y para ello debe moderar su discurso y debe demostrar que es, ante todo, un demócrata, y no un líder izquierdista que se negará a denunciar las violaciones a los derechos humanos de gobiernos “hermanos”, como los de Venezuela, Nicaragua o Cuba, como sí hizo el izquierdista Gabriel Boric en Chile para ganar a su adversario ultraderechista.

En Brasil nadie olvida (y si es así, Bolsonaro lo recordará estos días) que el PT de Lula saludó efusivamente la victoria de Daniel Ortega en las elecciones, con todos sus rivales encarcelados.

Si Lula no rectifica algo el rumbo y el margen de su victoria (si es que la logra) es pequeño, la posibilidad de que Bolsonaro siga la vía Trump es casi un hecho.

Por tanto, la pregunta final queda en el aire, y con ella la que casi nadie dice en voz alta: ¿Se atreverá el Ejército a dar un golpe de Estado en Brasil para mantener a Bolsonaro en el poder, ahora en su papel de dictador?