
Las recientes protestas contra las redadas migratorias en el sur de California, particularmente en Los Ángeles, han estado marcadas por una imagen recurrente: cientos de banderas mexicanas ondeando entre los manifestantes.
La escena ha sido interpretada por la administración Trump como una provocación, y por conservadores como Stephen Miller como una prueba de que “Los Ángeles es territorio ocupado”.
De acuerdo con un artículo de The New York Times, la presencia de la bandera tricolor se ha convertido en un blanco fácil para las narrativas antiinmigrantes. Fotografías virales de manifestantes enmascarados agitando banderas mexicanas sobre taxis Waymo en llamas desataron una tormenta en redes conservadoras.
Para Trump y su equipo, esas imágenes justifican la decisión de desplegar a la Guardia Nacional y endurecer las políticas migratorias en California.
¿Mala estrategia política?
La interrogante no solo se ha planteado en la derecha. Incluso entre activistas progresistas, el uso masivo de banderas extranjeras en un contexto político estadounidense ha generado dudas tácticas. ¿Podría percibirse como una falta de lealtad nacional? ¿Se está regalando munición retórica al trumpismo?
Los manifestantes, sin embargo, sostienen otra lectura. La bandera mexicana no representa para ellos una nación extranjera, sino su identidad chicana, su linaje familiar y su historia en California. “Estoy orgullosa de ser americana, pero lo que más me hace sentirme parte de algo es ser californiana y ver esa diversidad que a Trump le molesta”, explicó Bonnie García, ciudadana nacida en Los Ángeles e hija de inmigrantes de Guatemala y México.
La presencia de las banderas ha llevado a figuras como Lorena González, dirigente de la California Labor Federation, a tomar acción. El lunes pasado, llevó 60 banderas estadounidenses a una manifestación en el centro de Los Ángeles para repartirlas entre los asistentes. “No me molesta ver banderas mexicanas, pero también creo que es importante recordar que estoy muy orgullosa de ser estadounidense”, afirmó.
La tensión no es nueva. En los años noventa, durante la campaña por la Proposición 187 en California —que buscaba negar servicios públicos a inmigrantes indocumentados—, las protestas también estuvieron llenas de banderas mexicanas.
Según analistas como Mike Madrid, eso fue un error político que ayudó a consolidar el rechazo a la iniciativa entre los votantes indecisos. Hoy, Madrid teme que se repita la historia. “Pierdes el enfoque en derechos y constitucionalidad cuando empiezas a ondear una bandera extranjera”, advirtió.
El temor a ser borrados
Otros sostienen que ceder en ese terreno es justamente aceptar el marco de Trump. Kevin de León, exlíder legislativo y actual concejal angelino, recordó que en su época de organizador sindical se cometió el error de no portar banderas estadounidenses. “Dejamos que la derecha se apropiara del símbolo nacional. Pero nosotros somos tan americanos como cualquiera”, dijo.
Aun así, muchos reconocen que el peso simbólico de la bandera mexicana en California es ineludible. Para Fernando Guerra, del Center for the Study of Los Angeles en Loyola Marymount University, “estratégicamente no conviene, pero es imposible evitarlo”.
En una ciudad donde casi la mitad de la población es latina, las banderas mexicanas forman parte del paisaje urbano, no solo en marchas, sino en eventos deportivos, desfiles y celebraciones.
María Flores, ciudadana estadounidense nacida en México, portó orgullosa su bandera en una protesta reciente. A pesar de tener una estadounidense, prefirió no usarla: “Si pongo la bandera de EU en mi casa, mis vecinos pensarán que apoyo a Trump. Yo porto la mexicana por mi familia y por los que no tienen papeles. Soy su voz”, dijo.