Las cifras oficiales muestran que el número de personas consideradas en “pobreza multidimensional” se redujo en 13.4 millones entre 2018 y 2024. Si bien a la luz del ingreso de los hogares que reporta el Sistema de Cuentas Nacionales de México (SCNM), esa reducción parece estar sobrestimada, lo cierto es que difícilmente se puede argumentar que la el número de personas en pobreza multidimensional no se redujo en varios millones a pesar de que la economía prácticamente no creció, lo cual es de todas maneras un logro encomiable y digno de celebración.
Para sorpresa de algunos, este logro no resulta fundamentalmente del agresivo aumento del gasto en programas sociales del gobierno federal, sino del incremento en las remuneraciones al trabajo subordinado, las cuales a su vez fueron impulsadas por una subida de más de 100% en el poder de compra del salario mínimo general, que implicó casi haber triplicado su valor nominal en tan solo seis años, al pasar de 88 pesos en 2018 a 249 pesos diarios en 2024.

Así las cosas, el salario mínimo emerge como la herramienta de política clave detrás de la importante disminución de la pobreza ocurrida durante la administración del presidente López Obrador, quien gracias a un trabajo realizado durante el sexenio del presidente Peña para el reemplazo del salario mínimo por la Unidad de Medida y Actualización como referente para el ajuste de precios, encontró la mesa puesta para revertir la represión que durante décadas se había impuesto sobre el salario mínimo.
De hecho, luego de haber logrado su valor más alto en 1976, el poder de compra del salario mínimo general inició una trayectoria descendente en la segunda mitad de la década de los setenta, la cual se profundizó en los años ochenta y noventa, lo que le llevó a un extenso periodo de atonía en el que quedó estacionado en sus niveles más bajos entre los años 1996 y 2018, durante los cuales el salario mínimo fue de menos de una cuarta parte del valor que tenía en 1976. Comparando el valor más alto en dicho año con el más bajo en 2009, el poder de compra del salario mínimo general se redujo en más de 76%.

El proceso de deterioro del salario mínimo de mediados de los setenta a mediados de los noventa respondió primero a que no pudo ganar la carrera a las altas tasas de inflación, que en varios años superaron el 100%, y después a que se convirtió en una “ancla nominal” que perseguía el propósito de desacelerar las expectativas de inflación, dado que muchísimos precios estaban conectados de manera automática, mediante una multiplicad de normas, con los salarios mínimos. Entre los tomadores de decisiones del banco central y del gobierno federal dominó por muchos años la idea de que el evitar incrementar el poder adquisitivo del salario mínimo era un precio que se tenía que pagar por evitar que la inflación se acelerara; y ciertamente el precio lo pagaron los asalariados subordinados formales de baja calificación, pero no solo ellos, dado que la contención del mínimo también ayudó a reprimir otros niveles salariales directamente por encima de éste.
Así las cosas, si consideramos los últimos nueve sexenios presidenciales completos, vemos que el valor real (ósea, ajustado por el efecto del incremento de los precios) del salario mínimo general sólo se incrementó durante el gobierno de Luis Echeverría (+34.0%), el de Enrique Peña (+11.7%) y el de Andrés Manuel López (+108.6%). En el resto de los sexenios hubo caídas: José López Portillo (-20.2%), Miguel de la Madrid (-49.8%), Carlos Salinas y Ernesto Zedillo (-23.4%), Vicente Fox (-2.5%) y Felipe Calderón (-0.8%).
Claramente, la subida registrada en el sexenio del presidente López Obrador es el más notable, y equivale a que en cada año de su administración el valor real del salario mínimo se hubiera incrementado en 13.0%, lo que contrasta con el sexenio del presidente De la Madrid, durante el cual el valor de compra del salario mínimo tuvo una dinámica equivalente a una reducción de 10.8% cada año. Queda claro que a medida que la inflación fue quedando bajo control, al estabilizarse en niveles promedio anuales en torno del 4% a partir del gobierno de Vicente Fox, la tasa de deterioro del poder de compra del salario mínimo disminuyo y casi detuvo su tendencia al deterioro, para luego comenzar una tímida recuperación en la administración del presidente Peña Nieto, con un aumento global equivalente al 1.9% cada año y luego el gran aprovechamiento de la oportunidad con López Obrador, que sin embargo se quedó corto respecto de los máximos históricos del salario mínimo, ya que para el sexto año de su administración el poder de compra del salario mínimo apenas equivalía al 53% del de 1976. Cabe mencionar que para el primer año de la presidencia de Claudia Sheinbaum se alcanzó el 57% del valor del salario mínimo de 1976.
Pese a los fuertes aumentos de los últimos años, parecería entonces que hay todavía mucho espacio para aumentar el salario mínimo, sobre todo considerando que su recuperación durante el sexenio pasado no vino acompañada por una aceleración relevante de la inflación. Sin embargo, es importante recordar que el salario mínimo partió de niveles mucho muy bajos, incluso inferiores a los que se pagaban para personas trabajadoras informales de baja calificación, como las trabajadoras del hogar, de manera que los fuertes incrementos del sexenio pasado no presionaron demasiado sobre la estructura de costos de los negocios formales, donde el pago del mínimo es más cercanamente vigilado.
Sin embargo, al irse acortando la brecha con los salarios pagados en el sector formal, el riesgo de que se atente contra la viabilidad de los negocios se incrementa, sobre todo en consideración de un contexto doméstico de nulo crecimiento económico en términos per cápita y de un entorno internacional adverso e incierto, dado el creciente proteccionismo y la manifiesta impredecibilidad de nuestro principal socio comercial.
En este sentido, si consideramos la evolución del salario mínimo general en relación con el “promedio de cotización” que se paga en el IMSS para el conjunto de los sectores, vemos que la distancia entre los dos se ha venido reduciendo, pasando de 25.1% en 2018 al 42.8% en 2024. En el caso de sectores con menores niveles promedio de calificación de la mano de obra, el salario mínimo se acerca aún más al formal de mercado, como ocurre para las actividades de agricultura, ganadería, caza y pesca, y las de construcción, para las cuales el salario mínimo llegó en 2024 a representar el 51.9% y el 56.6%, respectivamente.
La magia del salario mínimo como herramienta para la disminución de la pobreza no puede durar por siempre. Sería fantástico poder seguir reduciendo la pobreza a fuerza de aumentos en el mínimo, pero eso no es factible, al menos no con la misma potencia que durante el sexenio pasado. El hecho de que hasta el momento los incrementos en el salario mínimo no hayan incidido de manera importante sobre la inflación ni sobre el desempleo o la informalización del empleo, no significa que ello no pueda pasar si se pretende mantener el mismo ritmo de crecimiento, y parece que la administración de la presidenta Sheinbaum lo tiene suficientemente claro, tal como lo refleja el hecho de que su primer aumento, de 12%, es bastante más bajo que el de cualquier año de su antecesor.
Es deseable que esa prudencia se mantenga, puesto que si el gobierno (que aunque tiene sólo uno de 23 votos en la Comisión Nacional de Salarios Mínimos, es quien termina fijando el rumbo de sus decisiones) se dejara dominar por el reflejo populista, se corre el riesgo de perder mucho de lo ganado en los últimos siete años. En este sentido, dadas las condiciones actuales, un incremento al salario mínimo general en 2026 que sea superior al de 2025, lanzaría una señal negativa que mermaría la confianza en la economía y aumentaría la probabilidad de que se termine por perjudicar a quienes en primera instancia se busca beneficiar. Por otra parte, dado el valor político del aumento y el espacio que aún permanece en relación con los salarios formales de baja calificación, es previsible que el aumento para 2026 sea todavía de dos dígitos, probablemente algo de entre el 10 y el 11%. Veremos.