Nacional

Héroes, nobles espíritus y la vida por patria: así les contaban la historia a los niños porfirianos


Si bien es cierto que no todos tenían la fortuna de poder asistir a la escuela en el México decimonónico que daba al salto al siglo XX, había otros recursos formativos que acaso tuvieron impacto en muchos niños que en la nueva centuria llegarían a adultos y estarían convencidos de que para ser buenos ciudadanos había que rendir culto a los héroes nacionales. Lo habían leído o se los leyeron en cuentos que eran muy pequeños, pero, eso sí, también eran muy emocionantes

Aunque los grabados que ilustran la Biblioteca del Niño Mexicano se atribuyen en general a la mano de José Guadalupe Posada, solamente tres tienen su firma. Eso no las hace menos ricas ni impresionantes para los niños de hace 120 años.

Aunque los grabados que ilustran la Biblioteca del Niño Mexicano se atribuyen en general a la mano de José Guadalupe Posada, solamente tres tienen su firma. Eso no las hace menos ricas ni impresionantes para los niños de hace 120 años.

Fue, ciertamente, la necesidad, pero también el aprecio por la historia nacional los factores que empujaron al periodista y escritor Heriberto Frías a escribir pensando, o al menos eso dijo, en los niños del México porfiriano, ese que veía morir al siglo XIX y que aguardaba al XX con esperanza e incertidumbre. Así fue como aquel hombre, curtido por los violentos sucesos que le había tocado ver a lo largo de su vida, quiso dirigirse a los pequeños, contándoles la gran historia nacional.

Hoy día, las narraciones que escribió Heriberto Frías son vistas con escepticismo por los historiadores profesionales: “son historia patria”, “historia de bronce”, dirán algunos. Pero en aquellos pequeños cuadernos, con coloridas y sorprendentes portadas que se atribuyen a José Guadalupe Posada, aunque solo unas cuantas están firmadas, existía la convicción de que el culto a los héroes y la exaltación de quienes dan su vida por la patria eran dos mecanismos valiosos e indispensables para formar buenos ciudadanos: la historia era, pues, herramienta de la educación cívica, y bajo esa premisa generaciones enteras de mexicanos llegaron a la vida adulta, aún mucho después de que don Porfirio desapareció de la escena nacional.

LA BIBLIOTECA DEL NIÑO MEXICANO Y SU AUTOR

Así fue como empezaron a circular los pequeños cuentos que formaban lo que se conoció como la Biblioteca del Niño Mexicano. No hay duda de que el proyecto de los editores, los hermanos italianos Carlo y Alessandro, apellidados Maucci, le cayó muy bien a aquel periodista que conocía lo peor de su época: la violenta represión porfirista que reflejó en el reportaje que luego volvió novela y que por poco le cuesta la vida: Tomóchic.

Heriberto Frías, militar en su primera juventud vio de cerca el modo en que se ejercía la fuerza contra quienes, por una u otra razón, rompían el equilibrio del país que gobernaba don Porfirio. Era ese mismo Heriberto Frías el que había ido a parar, por una breve temporada, a la oscura Cárcel de Belem, considerada por todos los mexicanos de fines del siglo XIX como una “escuela del crimen”, juicio que se vio confirmado por las crónicas del preso Frías, que denunciaron una realidad sangrienta y brutal.

Pero en 1899, Frías quiso contar la historia de su país a los niños mexicanos. Y para fomentarles el amor a la patria, para convencerlos de que en el pasado había grandes historias que debían recordarse aunque pasaran los años, echó mano de leyendas que hoy no conocemos ni de lejos, pero que hacia 1899 formaban parte de un imaginario fantástico que se confundía con los hechos reales. Así creó varias docenas de pequeñas narraciones donde el heroísmo, el valor a toda prueba, la defensa feroz de la patria y muchísimos hechos de sangre se articulaban en una larga narración del pasado nacional.

Si los adultos de aquella época tenían la posibilidad de leer México a Través de los Siglos, la gran narración histórica producida por algunos de los intelectuales sobresalientes del momento, conducidos por el famoso general y escritor Vicente Riva Palacio, los niños podían entretenerse y emocionarse con aquellos “cuentos ligeros” -así los definió él mismo- producidos por don Heriberto Frías.

HÉROES, LEYENDAS, CONSPIRADORES

Para Heriberto Frías, la historia nacional comenzaba en el momento en que en el antiguo lago de Texcoco apareció el águila que devoraba una serpiente y, de ese modo, los que fueron llamados aztecas encontraron el lugar donde crearían una ciudad poderosa e impresionante. A partir de ahí, Frías comenzó a desgranar los episodios más relevantes del pasado nacional, con algunos agregados, como el descubrimiento de América por Cristóbal Colón.

El proyecto fue, definitivamente, exitoso, incluso, para un país donde la mayor parte de sus habitantes eran analfabetos y carecían de los centavos que se requerían para comprar uno de los pequeños cuadernillos de los hermanos Maucci; tan pequeños que bien cabían en la palma de la mano. Heriberto Frías acabaría escribiendo nada menos que 110 -que para la época era mucho- historias para la Biblioteca del Niño Mexicano. A la distancia, podemos verlo hoy como un ejercicio pionero de la divulgación de la historia dirigido a un público infantil.

No hay que pensar en un Heriberto Frías quebrándose la cabeza para encontrar “el tono” para sus cuentos históricos. La verdad es que fuera de referirse constantemente a los pequeños lectores que conocerían sus narraciones como “Amiguitos míos”, no era una época donde se pensara en que las narraciones para niños deberían desarrollar un lenguaje propio. En 1899 se tenía la certeza de que la infancia era corta y la vida dura, y todavía no se desarrollaba el concepto de adolescencia. Los niños se volvían jóvenes adultos con rapidez, y el futuro estaba lleno de incertidumbres y hechos sorprendentes o aterradores. Las narraciones de Frías no le escatimaban sustos ni muertos a los pequeños lectores o escuchas a los que intentaba llegar. Entre sus cuentos del pasado indígena llegó a contar la historia de la princesa alcohua que, para convertirla en diosa -al menos ese fue el argumento- había sido asesinada y desollada por los mexicas que ambicionaban convertirse en un imperio.

Esa lectura que no escatimaba la violencia del pasado, fue reforzada por las ilustraciones, que con toda corrección representaban el fusilamiento de Maximiliano, pero que no le ahorraban al cliente la visión de las cabezas cercenadas de los famosos hermanos Ávila, ejecutados a consecuencia de la llamada Conspiración del Marqués del Valle. Coincidentemente, ese periodo, 1899-1901, años de circulación de la Biblioteca, coincidió con una parte de la muy larga producción editorial de Antonio Vanegas Arroyo, quien también echaba mano de los servicios de José Guadalupe Posada en su amplísimo catálogo, en el que destacaban las famosas hojas volantes, llenas de historias tremebundas de los hechos de sangre de la vida diaria.

Dividida en cinco series, la Biblioteca del Niño Mexicano abarcó toda la historia nacional: Relatos de Tradición Indígena, Descubrimientos y Conquistas, Época Colonial, Independencia y Reforma, eran los grandes conceptos, aderezados con la narración del descubrimiento de América y nada menos que la Paz Porfiriana, representada por el sol esplendoroso que brillaba en un país pacificado y vigilado por don Porfirio, dibujado con su uniforme cuajado de medallas.

Naturalmente, aquel cuento en especial era un asunto inevitable, que seguramente tenía que ver más con los intereses de los editores que con el verdadero sentir del autor. Pero ahí estaba el presidente Díaz, colocado en los altares nacionales del mismo modo que lo estaban Miguel Hidalgo, José María Morelos, Ignacio Allende o Ignacio Zaragoza.

¿Había mercadotecnia según los valores y estrategias de la época? Los había. Los hermanos Maucci, habilidosos, habían desarrollado una eficaz narrativa: leer a los chicos los cuentos de Heriberto Frías era ser padres amorosos, preocupados por la educación de los hijos: “…instruidlos, educadlos, no los abandonéis. Que lean, que se instruyan, que no desconozcan los grandiosos episodios de su país. Hacedlos patriotas, nobles y dignos…”, porque, agregaban, “los ignorantes son una pesada carga para la patria…” ¿Qué padre, de entonces, como ahora, no se preocuparía por hacer de sus hijos buenos ciudadanos? En el salto al nuevo siglo, el conocimiento de la historia era un recurso indispensable.