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Ires y venires de los héroes de la patria en los libros de texto gratuitos

Personajes esenciales para explicar los procesos históricos aparecen, desaparecen y reaparecen en las páginas de los textos educativos, a través de los 64 años que llevan funcionando

HISTORIA DE LOS LIBROS DE TEXTO

Obra de Juan O'Gorman que representa a Francisco I. Madero en la revolución

Obra de Juan O'Gorman que representa a Francisco I. Madero en la revolución

CONALITEG Histórico

Uno de los temas más polémicos dentro de los materiales de estudio publicados por la Secretaría de Educación Pública ha sido, desde 1960, el tratamiento de las figuras históricas, y en particular en aquellos a quienes se llama héroes como ejemplo de sacrificio por la patria. Reformas educativas van y vienen, y personajes esenciales para explicar los procesos históricos aparecen, desaparecen y reaparecen en las páginas de los textos educativos, a través de los 64 años que llevan funcionando.

Desde hace años que el concepto de “héroe” le produce incomodidad a una parte de las comunidades de historiadores. El desarrollo de la disciplina, como campo de conocimiento y de actividad profesional pretende explicar procesos, demostrar que un hecho histórico no tiene una sola causa, así sea la repentina decisión de un sacerdote de 58 años que decide, una madrugada de septiembre, llamar a la rebelión.

El asunto se pone más complicado cuando se trata de los materiales de estudio de niños y adolescentes. ¿Qué se hace entonces, con los héroes? ¿Son ejemplo edificante? ¿Son la pequeña hebra que permite adentrarse en el aprendizaje de muchos elementos? Para no variar, esas figuras heroicas con también materia de discusión y de polémica, y adquieren o pierden peso, según lo determine el plan de estudios.

Héroes Modelo 1960

Cuando se instituyó el libro de texto gratuito en México, el país se preparaba para conmemorar los 150 años del inicio de la guerra de independencia y los cincuenta años del inicio de la revolución maderista. Muchos materiales conmemorativos se produjeron entonces. El secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet, dijo en público que la mejor forma de celebrar aquella gran fiesta patria sería entregar a los escolares mexicanos sus libros para estudiar. Pero se optó por volverlos, al tiempo que herramientas de estudio, objetos conmemorativos.

No se trató de una decisión involucrada con la aplicación del plan de estudios de 1959. Simplemente se quería dar a los libros un toque acorde con la gran conmemoración nacional. El director de la Comisión Nacional de Los Libros de Texto Gratuitos, Martín Luis Guzmán, convocó a muralistas destacados, para que realizaran diversos óleos que se transformarían en las primeras portadas de los libros. Participaron David Alfaro Siqueiros, Fernando Leal, Roberto Montenegro, Alfredo Zalce y José Chávez Morado. Les dieron algunas instrucciones básicas: había que representar los tres grandes momentos de la historia nacional: Independencia, Reforma y Revolución. Le agregarían los colores de la bandera mexicana y algunos elementos tradicionales de las representaciones de los héroes clásicos, como ramas de olivo y de laurel. La opción más sencilla, pensando en que se trataba de libros para educación primaria, fue pintar retratos de los diversos personajes representativos de cada momento histórico. Se planteó que, con pintar a Benito Juárez, a Miguel Hidalgo y a Francisco I. Madero, el problema quedaba bien solucionado y bien planteado.

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Así llegaron a las manos de los alumnos de primaria aquellos libros. No todos los artistas se quedaron en el requisito del retrato: Zalce pintó a los personajes y, detrás de ellos, al pueblo en armas, en defensa del bien de la patria. Leal prefirió pintar solamente a personajes de la independencia. Chávez Morado entregó una bella alegoría de México y sus héroes, agregando a Villa y a un campesino zapatista, y seguramente lo entregó tarde, porque nunca se empleó en las portadas de los libros. Roberto Montenegro pintó dos piezas: en una aplicó la indicación de los tres momentos históricos, pero quiso hacerlo por medio de los artífices de las constituciones, y pintó a Melchor Ocampo, a José María Morelos y a Venustiano Carranza. Su otro cuadro se centró en la revolución, y pintó a Madero, a Villa, a Zapata, a Carranza y a Álvaro Obregón. Este último era una peculiar representación: no era el joven general victorioso, sino el presidente de la República, al que Montenegro había conocido cuando él era un joven pintor recién llegado de Europa, al que habían invitado a participar en las conmemoraciones del centenario de la consumación de la independencia en 1921.

Aquellas figuras heroicas permanecieron por año y medio en las portadas de los libros, y desaparecieron por un motivo muy terrenal. Se argumentó que la conmemoración había pasado, que ya no tenía caso mantenerlas, y las portadas se unificaron con la muy célebre “Patria” del jalisciense Jorge González Camarena. La verdad es que mantener cinco imágenes resultaba costoso para la Conaliteg: había pagado cinco mil pesos de 1960 por cada óleo, y pagaría otros cinco mil por concepto de derechos por cada año que se volviera a emplear en las portadas.

Así, los próceres de la patria desaparecieron de las portadas de los libros, pero no de la gráfica de los textos y de la narrativa histórica con la que crecimos muchos niños.

Imágenes de infancia

Muchos mexicanos de hoy recuerdan alguna ilustración de los libros de texto gratuito que les resulta particularmente grata. Algunas son de poemas, de historias graciosas o emocionantes. Pero también la gráfica de los libros de Historia es muy recordada. En los libros de 1960 se representaron diversos momentos del pasado nacional que, al cambiar los planes de estudio se desvanecieron, porque dejó de considerarse relevante cultivar en el ánimo y en la memoria esos gestos que, sin muchas complicaciones se llamaban, hace 60 años, heroicos o esenciales.

¿Cómo cuáles? Naturalmente, el Abrazo de Acatempan, que representaba el acuerdo que concretaría la independencia, aunque las investigaciones demuestran que, si bien es cierto que hubo un encuentro entre Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide, el abrazo como gesto simbólico no ocurrió.

Una lección relevante era, hace más de medio siglo, la que representa al Niño Artillero, Narciso Mendoza, disparando un cañón, en las calles de Cuautla, para detener la avanzada realista. Después de 1972, cuando se planteó otra manera de enseñar la historia, los pequeños héroes se desvanecieron.

Mejor suerte corrieron los llamados Niños Héroes, que, cambiada la nomenclatura que se les asignó desde el siglo XIX, han permanecido en muchas lecciones de historia, aunque ahora se les llame, sencillamente, cadetes del Colegio Militar, se asuma que los seis que murieron en combate no fueron los únicos que defendieron el Castillo de Chapultepec. La calidad heroica de los jóvenes cadetes ha sido, acaso, la más defendida. No haberlos incluido en el célebre libro de Historia, editado en 1992, y que dejaba fuera al Pípila independentista también, causó un claro descontento en las fuerzas armadas mexicanas. Fue una de las razones por las que ese material de estudio solamente duró un año en aulas escolares.

Episodios que una vez fueron importantes postales cívicas, como el salvamento de Juárez, por el encendido discurso de Guillermo Prieto, que gritaba “¡Los valientes no asesinan!”, o la captura a traición de Vicente Guerrero por un marino italiano, Francesco Picaluga, eran lecciones que los niños de otros tiempos estudiaron y que el desarrollo del conocimiento dejó rebasados. Aún así, a veces encontraron forma de regresar. Prieto fue expulsado de los libros de historia con su elocuencia y su arrojo suicida, de los libros de texto gratuitos de tercer año. Reapareció el siguiente año, ya no como viñeta en los textos de tercero, sino de viva voz: los especialistas de El Colegio de México que prepararon el libro de lecturas de sexto grado, recuperaron su testimonio, de aquel momento de la guerra de Reforma en que el proyecto liberal estuvo a punto de quedarse sin líderes.