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Liberales y opositores: la prensa que criticaba a Juárez

Se equivoca quien piense que Benito Juárez convivió con una prensa mansa y fiel seguidora de sus proyectos y sus ambiciones. No bien se acomodó el presidente oaxaqueño, nuevamente, en el Palacio Nacional, empezaron a surgir voces tan liberales como la de él, pero que tenían otras ideas, otras ambiciones, otros proyectos, y con esas otras voces hubo de convivir, aunque lo criticaran y ridiculizaran con ferocidad. Nunca los persiguió.

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Una creencia muy difundida pero superficial asegura que el presidente Benito Juárez regresó a la ciudad de México en julio de 1867 a gobernar en paz y rodeado de una clase política tersa y de asombrosa y completa coincidencia ideológica y práctica respecto de las ideas y proyectos del mandatario oaxaqueño. Pero, en realidad, y muy pronto, don Benito se encontró a una fracción importante de liberales que no compartían su pensamiento y menos su forma de gobernar. Como en aquellos tiempos las discusiones políticas se ventilaban o en la Cámara de Diputados o en las páginas de los periódicos, surgió una prensa liberal, pero claramente opositora; respondona, aguda y con sentido del humor, que no se achicaba a la hora de rezongarle y enseñarle los colmillos al presidente.

Muy agitada fue la segunda mitad de 1867, cuando se hizo evidente el nacimiento de aquella oposición liberal no juarista. Venían de un proceso accidentado de cuestionamientos y divergencias, que se remontaban a los días posteriores al triunfo liberal en la Guerra de Reforma. En esos tiempos, Juárez no las tuvo todas consigo: llegó a darse un fuerte conflicto en el seno de la cámara de Diputados, y se llegó a plantear la idea de demandarle la renuncia al oaxaqueño. La libró por el mínimo margen de un voto. Luego, vino la invasión francesa y el proyecto imperial, y el partido liberal dejó para otro momento sus fuertes fricciones internas.

En 1867, algunas cosas habían cambiado: había pasado la “época de prueba”, como denominaba Ignacio Manuel Altamirano, en sus cartas, a los años de guerra contra la invasión francesa y el imperio. El bloque liberal-republicano, que entre 1862 y 1867 había mostrado una importante cohesión, que se resquebrajó en 1865 por la decisión de Juárez de prolongar su mandato, desoyendo los reclamos del presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Jesús González Ortega, hizo más marcadas sus diferencias con el presidente oaxaqueño.

No obstante, la disputa, e incluso el distanciamiento de algunos de los actores políticos cercanos a Juárez, no provocó una desbandada liberal. En los días en que todos defendían el régimen republicano y combatían al Segundo Imperio, las comunicaciones eran complejas; se tomaban decisiones y se comunicaban en misivas que tardaban meses en llegar a sus interlocutores, y, no obstante, parecía que el interés de la patria y la defensa del proyecto liberal-republicano estaba por encima de todo: quienes desaprobaron la prórroga del mandato de Juárez prefirieron alejarse del teatro de los acontecimientos, fuera saliendo del país o manteniéndose al margen del laborioso sistema de comunicación que se había establecido entre la presidencia, asentada en la frontera norte de México, y sus numerosos interlocutores, dispersos por los territorios donde se hacía resistencia armada contra el Imperio.

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Ese, el “interés supremo de la patria” pesaba más en el ánimo de algunos protagonistas de esa resistencia. Entre los sitiadores de Querétaro había algunos que hicieron a un lado las disidencias del pasado inmediato. Entre ellos se contaban personajes como el coronel Ignacio Manuel Altamirano -sí, el autor de “Clemencia” y “El Zarco”- y el general Vicente Riva Palacio. El primero, en su gestión como legislador, en 1861, fue uno de los críticos más ácidos de Juárez, y uno de los impugnadores más fuertes del proyecto de amnistía que se discutió en el Congreso en ese entonces. El segundo, aparte de poeta y dramaturgo de éxito, también diputado, formaba parte de una banda canija y de buena pluma que produjo una publicación feroz y ácida: La Orquesta.

Opositores y liberales

De vuelta todos en la ciudad de México, al triunfo republicano, se colocaron en posiciones políticas de muy claro antagonismo hacia Juárez. Una cosa los unía: ambos personajes veían con simpatía las ambiciones presidenciales de un joven héroe de guerra, Porfirio Díaz, y vieron con muy malos ojos los propósitos de don Benito de postularse a las elecciones, con el propósito de seguir ocupando la presidencia de la República.

Riva Palacio volvió a la redacción de la Orquesta, que solía alternar sus textos principales con burlones romances, generalmente salidos de la pluma del general. Altamirano, con el dinero de sus sueldos atrasados, provenientes de su grado y desempeño en la guerra como coronel de caballería, decidió poner un periódico al que llamó El Correo de México.

El Correo de México formó parte de un conjunto de impresos periodísticos al que puede considerarse como una prensa liberal de oposición al gobierno juarista restaurado. Dentro de ese conjunto pueden identificarse dos clases de periódicos: unos, opositores a los proyectos del gobierno juarista, expresados en la convocatoria electoral de agosto de 1867; otros, fueron creados deliberadamente para apoyar a un candidato que le disputara la presidencia a Benito Juárez, concretamente, a Porfirio Díaz.

En la redacción del Correo coincidieron dos grupos liberales, unidos para cuestionar al gobierno federal y para aspirar al poder. Esa convergencia se manifestó en las páginas de esta publicación que apenas vivió cuatro meses, suficientes como para mostrar que en el proceso electoral de 1867 no solamente se expresaba la demanda de poder de una nueva generación política, sino que, también, había una disidencia que pertenecía a la generación de la Reforma, que, incluso habían formado parte del círculo cercano a Juárez, y que no estaba dispuesta a callar en recuerdo de tiempos pasados.

Una convocatorio escandalosa y sus críticos

Como casi todo lo que, en términos políticos ocurrió en el segundo semestre de 1867, la existencia de El Correo de México empezó a germinar a partir de la publicación de la convocatoria a elecciones que el gobierno de Benito Juárez publicó en agosto de 1867. Fue entonces que la idea de un periódico combativo y crítico gubernamental surgió en la cabeza del coronel Altamirano. La Orquesta era muy conocida por la clase política y se festejó mucho su regreso, pues como muchas publicaciones liberales, habían acabado por suspender su circulación en los días de Maximiliano.

La buena fe de los días de la guerra se desvaneció en ambas facciones liberales. Juárez se dio cuenta de que Porfirio Díaz era más que el “buen chico” al que se refirió en alguna de sus cartas. La nueva generación, que había combatido al imperio con las armas, era crítica del juarismo, y vieron, precisamente en el joven Porfirio al personaje idóneo para impulsar una candidatura opositora a la popularidad que aún mantenía Juárez, dentro del ideario liberal: Díaz era un héroe de guerra, con una fama pública sólida, construida en el campo de batalla y en la toma de la ciudad de México.

La organización de esa oposición liberal se detonó con la publicación de la convocatoria para las elecciones, en agosto de 1867. De inmediato se definieron dos grupos liberales que tomaron parte activa en la polémica detonada por la pretensión, contenida en el documento, de modificar la constitución liberal de 1857 eludiendo, mediante un plebiscito, con el que Juárez pretendía invocar “la voz del pueblo”, los mecanismos de cambio que ya contenía la Carta Magna.

La convocatoria era, pues, mucho más que la voz que echaría a andar nuevamente el mecanismo electoral en un México que volvía a ser republicano, y las nuevas figuras políticas que aspiraban a posiciones de poder empezaron a tomar posiciones y distancias en el soporte periodístico.

Quizá Porfirio Díaz sea uno de los escasos aspirantes a la presidencia que se ha dado el lujo, en la vida independiente del país, de enviar un desmentido al Diario Oficial que publicaba el gobierno federal. Si bien es cierto que en 1867 la publicación que llevaba ese nombre es muy distinta a la que conocemos hoy, no dejaba de representar los puntos de vista de la máxima autoridad política: en agosto de 1867, Porfirio Díaz ofreció un banquete al presidente Juárez en el Tívoli del Eliseo, en lo que hoy es Avenida San Cosme. Asistía toda la clase política y fueron perceptibles todas las inconformidades respecto de la convocatoria.

Al día siguiente, el Diario Oficial y otros periódicos leales, aseguraron que el encuentro fue completamente cordial y que Díaz había manifestado su completa lealtad a Juárez. Cuando el militar leyó los periódicos, envió un desmentido a toda la prensa que incomodó bastante a don Benito.

Ese hecho hace evidente, a la distancia, que había una prensa leal a Juárez, decidida a justificar todas sus decisiones, y concretamente el contenido de la convocatoria. Era inevitable que aparecieran impresos que fungieran como un contrapeso del poder presidencial y de sus cajas de resonancia; publicaciones tan liberales como el que más, pero nada obedientes a la palabra presidencial.

(Continuará)