Nacional

El moderno, modernísimo Estadio Nacional

Los regímenes posrevolucionarios no solo construyeron instituciones: se empeñaron en dotar a la capital del país de una nueva fisonomía, definitivamente mucho más laica, que demostrara que los años de guerra civil no habían sido en vano, y que los sueños sociales de la Constitución de 1917 podían materializarse en amplias avenidas y en escuelas novedosas. Naturalmente las expresiones del poder también reclamaban su parte.

Cinco presidentes tomaron posesión de su cargo en el Estadio Nacional, de Plutarco Elías Calles a Lázaro Cárdenas/.

Cinco presidentes tomaron posesión de su cargo en el Estadio Nacional, de Plutarco Elías Calles a Lázaro Cárdenas/.

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Como en tantas cosas de la vida de los mexicanos nacidos en el siglo XX, nuevamente la culpa fue de un tal José Vasconcelos. En su proyecto educativo, el que diseñó para aplicarlo en la nueva Secretaría de Educación Pública, no había elemento dejado al azar. Los escolares de este país tendrían una formación integral, donde no se descuidara nada, donde los grandes factores de la cultura universal estarían al alcance de todos. Pero, para lograrlo, no solamente se necesitaban ideas. También se requerían espacios nuevos y modernos. Así fue como nació el Estadio Nacional.

Vasconcelos iba escalando su concepción del espacio público y educativo. Primero, la sede del nuevo ministerio, que se construyó conforme a sus gustos, y, por qué no reconocerlo, a su capricho, dotado de elementos simbólicos que remitían a la cultura universal que se afanaba en transmitir a los estudiantes del país, por medio de libros clásicos, de artículos en la legendaria revista El Maestro, y en todas las actividades que se derivarían del proyecto que incubaba en su cabeza. Vasconcelos había trazado un plan enorme en profundidad y en alcances materiales. No le interesaba escuchar lo que otras personas tuvieran qué decir en materia educativa. “No me traigan ideas”, les gruñía a las docenas de interesados -con talento o sin él- que se le acercaban en sus tiempos de titular de la SEP.

En ese proyecto personalísimo, después de transformar los restos del viejo convento de La Encarnación y enriquecerlo con las oficinas del nuevo ministerio, seguían las escuelas. Quería un espacio donde todo -y “todo” era, literalmente, “todo”- lo que sirviera para forjar ciudadanos universales estuviera a la mano.

Justo donde terminaba en 1924 la colonia Roma, se levantó el moderno Estadio Nacional/.

Justo donde terminaba en 1924 la colonia Roma, se levantó el moderno Estadio Nacional/.

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Por eso, se aplicó en el diseño de su escuela modelo, el Centro Escolar Benito Juárez, en los famosos terrenos del ex Panteón General de la Piedad, que literalmente le arrancó de las manos a un funcionario público -del que no quiso dejar consignado el nombre- del gobierno obregonista, que esperaba hacer buen negocio con ese terreno enorme que llevaba décadas clausurado y que no acababa de convertirse en el parque público que las autoridades, resignadas al fracaso del cementerio inaugurado por Juárez en 1872, resolvieron desarrollar. El documento por medio del cual se frenó la venta del terreno a un particular, reservándolo para la Secretaría de Educación Pública, se conserva todavía en el Archivo General de la Nación.

Y aquella escuela tuvo, y tiene, maravillas: el sueño hecho realidad de un servidor público apasionado de la educación. Una biblioteca enorme y espléndida, donde el artista Roberto Montenegro pintaría murales que evocan los cuentos de las Mil y Una Noches; un salón para tomar clases de danza, un patio grandísimo, para las actividades físicas -sí, las famosas “tablas gimnásticas” que atormentaron la existencia de miles de escolares mexicanos- alberca y teatro al aire libre. La educación física era también parte de esa formación integral a la que aspiraba el primer titular de la SEP.

El tema de la educación física era igualmente importante. Durante algún tiempo, la Escuela de Educación Física operó en la planta baja del edificio de la calle de República de Argentina, y los patios del flamante ministerio sirvieron de espacio de práctica y trabajo. Pero Vasconcelos no acababa de estar conforme. Esa parte del espacio educativo debería ampliarse.

Y entonces discurrió la idea del Estadio Nacional, ahí, dentro del mismo terreno del ex cementerio, a pocos metros del Centro Escolar Benito Juárez. Al conseguir del presidente Álvaro Obregón el apoyo y el financiamiento al nuevo proyecto, no solo conseguía el espacio adecuado a los grandes proyectos de educación física escolar. También le dio a la ciudad de México un escenario para los rituales del poder de la primera mitad del siglo XX, y uno de los elementos de la transformación urbana e ideológica de la capital. Sigue siendo un enigma, hasta cierto punto, que el famoso Estadio Nacional desapareciera para dejarle el lugar, por fin, al famoso parque público y a una unidad habitacional de suerte desdichada.

Tablas gimnástica/

Tablas gimnástica/

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EL NUEVO ESTADIO Y LA EXPANSIÓN DE LA CIUDAD

El inmigrante judío Jacobo Glantz, intelectual y poeta, que en sus primeros tiempos en nuestro país vendía pan a domicilio para sostener a su familia, decía que la ciudad se terminaba en la calle de Coahuila de la colonia Roma, a donde llegaba a hacer, cada día, la última de sus entregas de la jornada. Esto, en la década de los 20 del siglo pasado, es decir, hace un siglo, era verdad. Cuando Vasconcelos reservó los terrenos del ex panteón, lo que seguía era el río de La Piedad, y, al otro lado, el pueblo del mismo nombre.

Pero la colonia Roma era joven, elegante y moderna, y su hermana menor, que pronto empezaría a llamarse colonia Roma Sur, heredaría esos atributos y le sentaría bien tener tan a la mano el nuevo centro escolar. Si Vasconcelos vio con ojos de futuro el crecimiento hacia el sur de la capital del país, no lo hizo demasiado explícito. Le bastaba con tener el terreno adecuado, en una zona que ya estaba urbanizada, para construir el Estadio Nacional, que, en sus altas y bajas, la ciudad de México jamás se había planteado como necesidad.

Dentro del famoso terreno, se desarrolló el emplazamiento: el acceso al estadio estaría en la confluencia de las calles de Jalapa y Yucatán; la calle de Orizaba se convertiría en el camino directo a la entrada del moderno estadio.

El proyecto, a cargo del arquitecto José Villagrán García, tenía la forma de una inmensa letra “U”. Dos figuras humanas, símbolo de la voluntad y la videncia -otra vez los sueños de futuro- flanqueaban el acceso principal.

Amplias escaleras conducían al graderío, rematado por una arquería sobria. Diego Rivera recibió el encargo de pintar algunos murales. En su afán de que la obra luciera de la mejor manera posible, Rivera sugirió algunas modificaciones en el diseño de las escaleras.

Ya se sabe que, cuando se trataba de gastar para las obras de su ministerio, a Vasconcelos se le hacía pequeño el erario nacional. Se sabe que para apoyar la obra del estadio, logró negociar con los maestros mexicanos la donación de un día de salario, y realizó algunas otras colectas. Satisfecho, a principios de mayo de 1924, días antes de la inauguración de la obra, describió al Estadio Nacional como “hermoso y grande, como el cúmulo de virtudes que lo han construido”. Entonces , en un artículo periodístico, enumeró los usos que planeaba darle al nuevo espacio: “ será cuna de nuevas artes, masas corales y bailes… danzas colectivas, derroches de vida y amor, bailables patrióticos, religiosos, ritos simbólicos. Suntuosos, acompañados de música cósmica”.

A pesar de lo alambicado del discurso, el Estadio Nacional tenía mucha terrenalidad: lo inauguró el presidente Álvaro Obregón, junto con un Vasconcelos que exudaba orgullo. El primer acto que se desarrolló en el estadio fue un enorme, larguísimo festival donde, entre otras cosas, 500 niños vestidos de charro bailaron el jarabe tapatío con 500 niñas ataviadas de chinas poblanas. Los pequeños provenían de todas las escuelas de la ciudad de México.

Vasconcelos, se sabe, era aficionado a hacer las cosas a lo grande: en aquel festiva, también hubo un coro de 12 mil voces y una tabla gimnástica de 2 mil 500 integrantes. El Estadio Nacional tenía capacidad para 30 mil personas, pero en ese primer acto entraron nada menos que sesenta mil.

El peso simbólico del Estadio Nacional fue más allá de lo meramente educativo. Ahí se jugaron partidos de futbol americano, cuando el deporte era joven en México; cinco presidentes, de Plutarco Elías Calles a Lázaro Cárdenas, tomaron posesión en aquel lugar. Y fue ahí mismo donde, en 1933, el gobierno de Pascual Ortiz Rubio intentó sustituir a Santa Claus por Quetzalcóatl en el ánimo navideño de los niños mexicanos.

Cuando se resolvió su demolición en 1949, la ciudad seguía creciendo, y el estadio padecía algunos deterioros, a los que no se prestó demasiada atención, y en su lugar se construyó el Centro Urbano Presidente Juárez, familiarmente conocido como “Multifamiliar Juárez”, que en los terremotos de 1985 padeció derrumbes y tragedia.

El diseñador del multifamiliar, el célebre arquitecto Mario Pani reconocería, mucho tiempo después de aquel desastre, que debió supervisar elementos estructurales en los edificios que se derrumbaron. A los pocos años, el área de Salvamento Arqueológico del INAH dio con la causa del deterioro del Estadio Nacional y de la tragedia del Multifamiliar Juárez: en los mapas virreinales estaba consignada, en ese mismo terreno, la existencia de dos ciénegas, que echaron a perder un proyecto urbano decimonónico, y dos del siglo XX. Así se escribía, se escribe, la historia de la ciudad de México.