Nacional

El fin del movimiento del 68

Gilberto Guevara Niebla, con la presente entrega, concluye un ejercicio intelectual laborioso, detallado e inédito: explicar a los jóvenes de hoy qué fue el 68 mexicano. Este material, que Crónica presentó con mucho orgullo a sus lectores durante 2017, está disponible en su totalidad en nuestra página internet.

Protesta antigubernamental en la Plaza de Mayo, Buenos Aires, 1977.
Protesta antigubernamental en la Plaza de Mayo, Buenos Aires, 1977. Protesta antigubernamental en la Plaza de Mayo, Buenos Aires, 1977. (La Crónica de Hoy)

Al concluir el relato sobre los sucesos del 2 de octubre, hice una pausa. A lo largo de una hora mis alumnos habían guardado silencio embargados por el asombro, la pena o el respeto; en ese instante, mi alumno preferido, Estrada, habló:

—Fue una locura, fue un ritual sangriento donde los padres sacrificaron a sus hijos; la generación adulta decidió inmolar a la nueva generación.

—Lamentablemente sí, dije yo. Pero las consecuencias sociales y políticas de la masacre fueron múltiples y muy graves. Fue un golpe psicológico y moral que, en un primer momento, los jóvenes no comprendieron. ¿Cómo era posible que su gobierno, el gobierno que esperaban solucionara el conflicto, fuera capaz de atacarlos con tal salvajismo? El día 3 de octubre los estudiantes de Arquitectura de la UNAM publicaron un desplegado significativo en el que preguntaban simplemente: “¿Por qué?”. El impacto sobre los jóvenes fue demoledor: hubo reacciones de estupor, impotencia, incredulidad, abatimiento, miedo y rabia que con el tiempo evolucionaron hacia sentimientos de profunda indignación, coraje, resentimiento y, en muchos casos, odio contra el gobierno y los gobernantes. Más de fondo, la masacre de Tlatelolco destruyó la fe estudiantil en la democracia. La lucha de los estudiantes se sustentaba en la creencia de que vivían en un orden fundado en instituciones y leyes; por lo mismo, nunca perdieron la esperanza de que las autoridades accederían a dialogar y solucionar sus demandas. La masacre fue un mazazo que hizo estallar en pedazos esa ingenua credulidad. Estos efectos fueron explotados hábilmente por los grupos revolucionarios (trotskistas, maoístas, foquistas, espartaquistas, etc.) que en los años siguientes comenzaron a atraer a los estudiantes más indignados y a incrementar su militancia como nunca antes. La literatura marxista invadió escuelas y facultades. Esas circunstancias fueron pretexto igualmente para que agentes encubiertos de la Secretaría de la Defensa y de la Dirección Federal de Seguridad (Gobernación), por miles, se infiltraran en las aulas y entre los grupos radicales a fin de manipularlos. En ese contexto de quiebra psicológica y desmoralización prosperaron asimismo las conductas místicas y religiosas (los Hare Krishna vivieron su agosto) y aparecieron las primeras comunas hippies asociadas a la libre circulación que entonces tuvo la mota en la Universidad (1969-1970). Se dijo que era la misma policía política la que promovía la difusión de la mariguana dentro del campus (como lo hizo el FBI en Estados Unidos).

—¿Y el movimiento? ¿Qué pasó con el movimiento después de Tlatelolco? —Preguntó Mónica.

—Después del 2 de octubre, la protesta estudiantil continuó, pero muy debilitada. Buena parte de los líderes estaban presos y los contingentes del movimiento menguaron, aunque hay que destacar que un segmento importante del estudiantado, ante la represión sanguinaria, redobló su voluntad de lucha. La furia, el coraje, la indignación se convirtieron en el nuevo motor del movimiento —aunque esta emotividad muchas veces hizo que se perdiera objetividad respecto a lo que sucedía y, de hecho, el voluntarismo suplantó en muchas ocasiones a la mirada inteligente y serena de los acontecimientos—. Por otro lado, las circunstancias de polarización y tensión extremas que creó la masacre cerraron el cauce a toda solución racional, civilizada, al conflicto. Lo que hubo fue manipulación del gobierno que simuló negociar con los estudiantes mientras que los líderes estudiantiles —no les quedaba otra—se esforzaron por obtener la libertad de sus compañeros. Mientras tanto la tendencia hacia el levantamiento de las huelgas —alentada abiertamente por el régimen y sus secuaces en el medio universitario—crecía de forma abrumadora. El movimiento vivió así dos meses de agonía. Al final, el Consejo Nacional de Huelga votó por el levantamiento de la huelga y días después (4 de diciembre), dignamente, resolvió su auto-disolución.

—¿Qué consecuencias tuvo la represión del movimiento estudiantil para México? –Preguntó Estrada.

—Fueron innumerables y de muy diversa naturaleza. Aunque esta consecuencia no fue directa ni inmediata, el agravio social que produjo la barbarie gubernamental acarreó, a la larga, el derrumbe del régimen autoritario de la Revolución Mexicana. El sistema de dominación se vino abajo, pero su caída no fue de golpe, sino gradual. Pero las secuelas sociales y culturales negativas fueron numerosas. Una, muy seria, fue el hundimiento de la superior pública bajo el impacto de factores derivados de la represión, como fue la radicalización hacia la izquierda, la violencia en las aulas, el relajamiento de las relaciones internas de las universidades, etc. Los efectos de esa crisis aún son perceptibles el día de hoy. Pero la más grave fue que, con la masacre de Tlatelolco, el gobierno empujó a vastos sectores de clase media —estudiantes, profesores, empleados, intelectuales, profesionales—hacia valores y actitudes antidemocráticas. Mucha gente dejó de creer en las instituciones y en la ley. En este ambiente prosperaron en las universidades corrientes revolucionarias enemigas de la democracia y, a la postre, dieron lugar a que estallaran las guerrillas urbanas que arrastraron a miles de estudiantes. Entre 1971 y 1976 el país estuvo envuelto en una conflagración armada que el gobierno resolvió mediante la más brutal, implacable, represión. Fue la célebre Guerra Sucia cuya dirección recayó en manos de los mismos verdugos de estudiantes en Tlatelolco. Si hacemos un balance del efecto social y cultural que tuvieron la represión de 1968 y la Guerra Sucia para México, debe concluirse que fue desastroso en extremo: fueron eventos que, agregados, desempeñaron el papel de una escuela donde la sociedad mexicana aprendió e internalizó sentimientos de odio, resentimiento, coraje e indignación contra el mundo oficial y contra los políticos. Sobre ese substrato de sentimientos se desarrollaron los acontecimientos posteriores. Pero, como ha sido evidente desde que se inició la transición (1977) la construcción de la democracia ha tropezado por lo menos con dos subculturas anti-democráticas asociadas al pasado: por un lado, la herencia del radicalismo estudiantil revolucionario de 1968 y de la guerrilla urbana que nunca asimiló los valores democráticos y, por otro, la herencia autoritaria del antiguo régimen, burocrático, corporativo, paternalista y clientelista. (Omito referirme a la extrema derecha que apenas se asomó en 1968 y que más tarde optó por incorporarse a la política con un disfraz democrático).  El resultado de este proceso ha sido que hemos edificado una democracia coja, enclenque, con numerosas debilidades. La democracia concebida como pacto consensuado entre el Estado y la sociedad, como ejercicio de gobierno libre, sustentado en el juicio racional e inteligente de sus ciudadanos, como orden construido sobre el respeto universal a la ley, como convivencia fundada en los valores de libertad, justicia y fraternidad, esa democracia no ha logrado cristalizar todavía entre nosotros.

—¿Y cómo ve al movimiento estudiantil desde su posición actual? –Me preguntaron mis alumnos.

—Hoy veo con mucha tristeza todo eso. La mayoría de los estudiantes del movimiento éramos niños imperdonablemente ingenuos, bien intencionados, carecíamos de malicia y no teníamos plena conciencia del juego en el que estábamos metidos. Nos movió una sensibilidad instintiva contra la violencia y la injusticia y nuestras creencias elementales: creíamos que vivíamos en un país sustentado en la ley y en la justicia (de otra manera: ¿para qué íbamos a protestar?). Jamás imaginábamos la estulticia y la perversidad de Gustavo Díaz Ordaz, de Luis Echeverría y de Marcelino García Barragán, los tres principales verdugos de los estudiantes. Nunca concebimos semejante maldad. Sólo el tiempo nos permitió ver que, tras bambalinas, lo que se jugó a lo largo del conflicto estudiantil, fue la sucesión presidencial y que el hombre que concertó y dirigió todas las acciones represivas contra los estudiantes, Luis Echeverría, fue, precisamente el que ganó la Presidencia. Ganó, pero hemos visto el precio que México pagó por ese triunfo.  

Un zafarrancho entre estudiantes que se originó a partir de un juego callejero entre alumnos del IPN y alumnos de una escuela preparatoria privada incorporada a la UNAM, la Isaac Ochoterena. El enfrentamiento suscitó la intervención de la policía, que adoptó actitudes abiertamente provocadoras.

Los estudiantes protestan por la represión de las autoridades, varias escuelas se levantan en huelga; militares derriban con una bazooka la puerta de la Preparatoria 1, hay varios heridos y estudiantes detenidos.

El rector de la UNAM Javier Barros Sierra encabeza una manifestación que reunió a 80 mil personas, en protesta a la agresión del ejército a la universidad y su comunidad.

Los estudiantes comienzan a organizarse, se crea y  se lleva a cabo la primera reunión del Consejo Nacional de Huelga.

La manifestación del CNH del día 5 de agosto fue el inicio de la primera insurgencia cívica y democrática del México moderno.

UNAM e IPN quedaron totalmente paralizados al no cumplirse el pliego petitorio. Se unieron también escuelas de todo el territorio nacional.

Más de 100 mil personas reunidas en la manifestación liderada por los estudiantes.

Distintos actos terroristas en la ciudad realizados por actores no identificados, esto desencadena una campaña de represión y persecusión a los estudiantes.

Uno de los actos políticos más significativos del movimiento estudiantil, que conmovió a toda la sociedad.

Diez mil sol­dados con tanques, camio­nes y otros vehículos, se apode­raron de todos los recintos uni­versitarios.

Alrededor de 10 mil personas reunidas en la plaza fueron atacadas por militares que dispararon hacia la multitud. Muchos estudiantes fueron detenidos y torturados.

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