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Polémicas, luces y sombras de Luis Echeverría Álvarez

 A la distancia, todavía sorprende, al ver videos de hace más de medio siglo, la energía, la velocidad con la que se movía aquel hombre de 48 años, que en diciembre de 1970 llegó a la presidencia de la República. Hoy es el expresidente más longevo de la historia de México. A unos días de su cumpleaños número 100, Crónica mira los claroscuros de una persona cuyo paso por el escalón más alto del poder político todavía despierta intensas discusiones.

A punto de los 100 años

Echeverría y Allende

Echeverría y Allende

En realidad, Luis Echeverría Álvarez, presidente de México entre 1970 y 1976, jamás ha salido de la discusión pública. Cada tanto se le invoca como uno de los causantes de problemas de largo plazo que aquejaron al país, como persecutor de la libertad de expresión, y la sombra de su participación en la represión al movimiento estudiantil de 1968 y en el “halconazo” de 1971, resurge, una y otra vez, en las coyunturas cuando se intenta, una vez más, “encontrar la verdad”.

Polémicas, luces y sombras de Luis Echeverría Álvarez

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Pero hay otra dimensión donde también se pude buscar la huella de la gestión echeverrista: esa que se encuentra en los libros de historia y de ciencia política en la forma de leyes, de creación de instituciones y de reformas, se traduce en muchos ecos de la vida cotidiana, como el hecho de que la mayor parte de los mexicanos adultos de la actualidad escriban con letra “script” o que a la mayor parte de los habitantes de este país les parezca muy natural la igualdad entre hombres y mujeres ante las leyes. Es probable que muchos de los adultos jóvenes del siglo XXI se sorprendan si se enteran que ese precepto constitucional de igualdad todavía no cumple cincuenta años y que se instituyó, precisamente, en la administración echeverrista.

Este retrato de Luis Echeverría, hecho durante su mandato, jamás se publicó. Estaba destinada a los libros de texto gratuitos de su reforma educativa.

Este retrato de Luis Echeverría, hecho durante su mandato, jamás se publicó. Estaba destinada a los libros de texto gratuitos de su reforma educativa.

Cincuenta años son muy pocos en términos históricos: está demasiado cerca para ser “historia” y para resolver los rencores políticos; está demasiado lejos para que el habitante de 2022 se percate de las muchas cosas de la vida de todos los días que surgieron, precisamente, en aquellos seis años.

Lo que sorprende a admiradores, analistas y malquerientes, es que Luis Echeverría llegue a los cien años de edad sin el agobio de enfermedades que lo mantengan postrado; el año pasado, sorprendió a los mexicanos al aparecer, en silla de ruedas y con la fragilidad comprensible en un hombre de 99 años, pero sin ningún padecimiento evidente, en las filas para vacunarse contra el COVID-19.

Lo que es cierto es que, por lo menos hasta hace una veintena de años, el expresidente Echeverría mantenía una actividad que, a ratos, recordaba las tremendas sesiones de trabajo de los años de su presidencia: largas juntas que duraban horas, durante las cuales el mandatario no se levantaba ni siquiera para ir al baño, con el consecuente agobio de sus colaboradores, porque, si el presidente no hacía pausa a causa de su vejiga, ¿habría alguien entre sus funcionarios que se atreviera a hacerlo?

Luis Echeverria, en 2020, esperando su turno para vacunarse contra el COVID-19

Luis Echeverria, en 2020, esperando su turno para vacunarse contra el COVID-19

Al inicio del siglo XXI, un Echeverría octogenario todavía convocaba especialistas en los temas de su interés para que le explicaran detalles, problemas o consecuencias, para asombro de los visitantes que se asomaran a su residencia en el sur de la capital mexicana, ahí donde, al terminar su mandato, se inventó un centro de estudios del Tercer Mundo, que le sirviera de plataforma para mantenerse en la vida pública y política del país.

Porque es una inexactitud creer que en épocas pasadas los presidentes mexicanos, al terminar su mandato, se recluían en sus hogares, sin hablar de política, sin opinar de política, sin intentar influir en política. A Adolfo López Mateos la enfermedad lo sacó de la vida pública; a Gustavo Díaz Ordaz, la pesada losa de la represión sesentayochera acabó por amargarle la vida y arruinarle la salud, pero no le dio miedo afrontar incómodas ruedas de prensa. Luis Echeverría tenía apenas 54 años cuando le cedió la presidencia a un viejo compañero de estudios y amigo, testigo de su boda con María Esther Zuno. Era natural, ¿o inevitable? que aspirara a seguir en movimiento. Después de todo, solamente se encontraba en eso que se llama “la mediana edad”, cuando salió de la residencia oficial de Los Pinos para no volver. La sexta década de la vida, escribió alguna vez uno de los grandes malquerientes de Echeverría, el periodista Julio Scherer, es esa donde se tiene “la experiencia que sabe y la imaginación que arriesga”. Difícil es la resignación para quien deja la presidencia y se siente con mucho camino por delante. Y hasta el más avezado pierde proporción de las cosas. Eso le ocurrió al expresidente, que, un buen día, se vio designado embajador, en las islas Fidji -el alcance del nombramiento era mayor, pero el detalle fue festejado como una muestra de humor negro del presidente López Portillo-

¡ARRIBA Y ADELANTE!

Esta había sido su frase de campaña. Hablaba de movimiento, de progreso, de cambio: tres factores con los que Echeverría intentó sacudirse la sombra que el 2 de octubre de 1968 tendió sobre todos los que formaron parte del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz.

Se movía con prisa. Años después, diría que con él, la figura presidencial se transformó: dejó de ser aquel señor eternamente vestido de traje, que parecía desconocer las comodidades de la ropa sport, para convertirse en un hombre que, si andaba en el campo, no desdeñaba la chamarra de cuero; que si se reunía con comunidades indígenas, no le ponía mala cara a un sombrero tzotzil, y que si se movía a las zonas calurosas del país, se sentía de lo más a gusto enfundado en una guayabera. Sí, el sexenio de Echeverría le cambió la vestimenta a los funcionarios públicos, que no podían menos que el presidente, dejando en el clóset, según la ocasión, el traje y la corbata. También hubieron de acostumbrarse a que en las comidas y cenas relevantes en Palacio Nacional y en Los Pinos, se privilegiara la buena cocina mexicana, y reinaran las aguas de frutas frescas.

¿Nacionalismo? ¿Populismo? Ambas cosas se dijeron, en su momento, de la conducta de Luis Echeverría. Pocos años después de abandonar la presidencia, le confió al periodista Luis Suárez que todos aquellos gestos habían contribuido a desacralizar la famosa investidura presidencial. Quizá esta afirmación sea una de las menos analizadas de entre las muchas pronunciadas por el expresidente respecto a los días de su mandato. En cambio, otros rasgos han sido sumamente estudiados, y criticados.

Si se planteara el reto de definir en una palabra el sexenio echeverrista, acaso esa palabra debería ser “movimiento”, que no necesariamente tiene una carga positiva. Movimiento era su constante actividad; movimiento era la constante inclusión de los jóvenes a la estructura gubernamental, a niveles muy altos. Era un recurso para alejar de sí la oscuridad de los días del 68, cuando era un secretario de Gobernación silencioso y, en principio, eficaz. Se ha dicho que, al declarársele candidato a la presidencia de la República, que, en los viejos usos políticos equivalía a una designación anticipada, su personalidad se transformó: se volvió exuberante, reveló sus cualidades de gran orador -uno de esos detalles formativos de los jóvenes que, a mediados del siglo XX se interesaban por la política-. Movimiento era contener los brotes de inconformidad estudiantil: fueron muchos los jóvenes mexicanos que en aquellos años recibieron oportunidades laborales o becas para realizar estudios en el extranjero. Movimiento era la ley de amnistía que permitió la liberación de los numerosos presos políticos -porque eso eran- encarcelados desde 1968, aunque eso no lo libró de una pedrada en la cabeza cuando se empeñó en ir a la Ciudad Universitaria a la inauguración de cursos en la UNAM.

Fue en esos años en que jóvenes talentosos recibieron oportunidades de crecer y ganar presencia: Carlos Fuentes, escritor, tuvo espacio diplomático; escritores como Ricardo Garibay, o intelectuales como Víctor Flores Olea, y Enrique González Pedrero tuvieron la oportunidad de hacer carrera académica y política.

Movimiento era afirmar, en su discurso de toma de posesión que “No basta con crear fábricas eficaces; es necesario canalizar los recursos económicos de los ricos y poderosos”. Aquella frase tenía destinatario directo: los hombres del capital regiomontano. Aquel fue el inicio de una prolongada tensión con el alto empresariado, que siempre vio con inquietud las acciones estatizadoras del echeverriato.

Porque hubo nacionalizaciones, como la del cobre; porque hubo adquisiciones de empresas quebradas para preservar la fuente de empleo; porque hubo repartos masivos de tierras. Eran años en que campesinos, todavía vestidos de manta y huaraches, hacían fila en torno al edificio de la Secretaría de la Reforma Agraria, en la esquina de Bolívar y Fray Servando Teresa de Mier, en el centro de la ciudad. Aquellos repartos, posibilitados a partir de expropiaciones solo agravaron sus malas relaciones con la iniciativa privada. De hecho, fue la expropiación de más de cien mil hectáreas de los valles del Mayo y del Yaqui los que detonaron una campaña con una afirmación que se repitió por todos lados: Echeverría es un populista.

Aquel juicio se radicalizó con la acción de la guerrilla urbana, que robó bancos, secuestró empresarios y asesinó a algunos. Luces y sombras, se ha dicho: al tiempo en que la iniciativa privada reclamaba el asesinato, durante un intento de secuestro, del empresario Eugenio Garza Sada, por instrucción presidencial se ofrecía asilo a los chilenos perseguidos por el régimen golpista de Augusto Pinochet.

Es cierto que la sombra nunca existe sin la luz.

HUELLAS GRANDES Y PEQUEÑAS

En los libros de texto gratuitos de la reforma educativa echeverrista se le decía a las niñas, en sus libros de ciencias sociales, que se podían dedicar a lo que ellas desearan, desde profesoras de primaria hasta astronautas; pocos se acuerdan del Congreso Internacional Feminista auspiciado, como parte de las maniobras con sentido internacional, de Luis Echeverría, que, por cierto, si de algo sabía, era de derecho internacional: sobre eso versaba la tesis con la que se recibió como abogado en la UNAM y, ampliadas las miras, ese era el espíritu de la carta de Derechos y Deberes Económicos de los Estados que hizo pública en la última parte de su mandato. Mucho se afirmó en aquellos días, que Echeverría había trabajado en aquel proyecto, ambicionando para sí la Secretaría General de la ONU, como un buen espacio dónde aplicar su experiencia y sus energías. Si tal ambición fue cierta, desde luego que no prosperó.

Porque en el empleo de presidente de México, acaso el de presidente de cualquier punto del planeta, el “hacer mucho” nunca es suficiente; nunca es lo suficientemente bueno. La igualdad jurídica de las mujeres, las campañas de planificación familiar, el establecer como derecho constitucional que las mujeres y solo ellas decidían la cantidad de hijos que deseaban tener y el intervalo entre ellos, no bastó para disipar la responsabilidad sobre el halconazo de 1971; no fue suficiente para limar las asperezas con los lideres de la iniciativa privada. La ley que protege monumentos históricos y zonas arqueológicas, la creación del INFONAVIT, de la PROFECO y de la Universidad Autónoma Metropolitana, no bastaron para suavizar los graves errores económicos cometidos en aquel sexenio, cuando la deuda externa creció de los 6 mil millones de dólares del sexenio de Gustavo Díaz Ordaz a más de 20 mil. Un enorme volumen de inversión pública y la coyuntura internacional desfavorable llevaron a la administración echeverrista a devaluar el peso en relación con el dólar, en 40%. La paridad de 12.50 pesos por dólar, estable desde 1954, se esfumó, y la crisis económica fue inevitable.

Polémicas, luces y sombras de Luis Echeverría Álvarez

Eran los tiempos del máximo poder presidencia; cuando, en palabras de Echeverría presidente, la economía nacional se dirigía desde el despacho del primer mandatario, no desde Hacienda.

EL DIFÍCIL ¿IMPOSIBLE? OLVIDO

No, el sexenio de Luis Echeverría no acaba de ser historia pasada. Resurgen reclamos, recuerdos oscuros. No falta quien aún recuerde alguno de los cientos de chistes donde a aquel presidente se le tachaba de ignorante o de incapaz. Detalle curioso: a Echeverría le encantaban los chistes sobre él. Cuando los amigos de su hijo preparatoriano llegaban de visita a Los Pinos, les preguntaba sobre los nuevos chistes, y hacía que se los contaran.

Esos detalles anecdóticos fueron rebasados en 206, cuando un juez federal ordenó el arresto domiciliario del expresidente, en un proceso que buscó sentenciarlo por genocidio, en relación con la represión en 1968. Finalmente, se desestimaron los cargos y fue exonerado. Cada tanto, y cuando hay conciencia pública de su longevidad, se vuelve a hacer presente el reclamo de investigar, de determinar con precisión su papel en aquellos acontecimientos.

Dentro de unos pocos días, volverá a ser nota de primera plana, al cumplir el siglo de vida. Pero el juicio final de la historia, sobre Luis Echeverría Álvarez, no está aún escrito por completo.