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La sombra estadunidense contra los rebeldes delahuertistas

El debilitamiento de la rebelión que, entre la duda y las presiones había asumido Adolfo de la Huerta en el invierno de 1923 se acrecentó en las primeras semanas de 1924. El futuro ya no era promisorio. Y las ambiciones personales de los sublevados empezaron a enrarecer el ambiente. Solo faltaba que los gringos empezaran a intervenir en el asunto, porque no querían más problemas en su frontera sur, y decidieron apostar por el gobierno de Álvaro Obregón.

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La intervención de Estados Unidos, del lado del gobierno obregonista acabó con la rebelión delahuertista: armas, pilotos de guerra, incluso permiso para transitar por territorio  de Arizona, permitieron que las fuerzas federales acorralaran a los sublevados. De la Huerta acabaría escapando de México, soñando con rehacer el movimiento desde la Unión Americana. El sueño también fracasó/

La intervención de Estados Unidos, del lado del gobierno obregonista acabó con la rebelión delahuertista: armas, pilotos de guerra, incluso permiso para transitar por territorio de Arizona, permitieron que las fuerzas federales acorralaran a los sublevados. De la Huerta acabaría escapando de México, soñando con rehacer el movimiento desde la Unión Americana. El sueño también fracasó/

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Y la rebelión no levantó. Nunca hubo forma en que los delahuertistas se movieran por el territorio nacional con una estrategia común. En el círculo cercano a Adolfo de la Huerta, las ambiciones personales empezaron a manifestarse en roces y discordia. Enero de 1924 había empezado de la peor manera posible, con el asesinato del gobernador socialista de Yucatán, Felipe Carrillo Puerto, a manos de seguidores del levantamiento.

De las muchas cosas que atormentaron por esos días a Adolfo de la Huerta, quizá una de las más terribles fue el crimen de Carrillo Puerto. Desde la ciudad de México, el presidente Álvaro Obregón había criticado con dureza el homicidio y se ocupó de que llegara a oídos de De la Huerta una afirmación contundente: el antiguo secretario de Hacienda, el que había sido presidente interino de la República, era el único responsable de aquella muerte.

Con esa losa en sus espaldas, De la Huerta no era, ciertamente, el mejor líder militar para una revuelta que de origen no había sido demasiado coherente. Los colaboradores cercanos de don Adolfo, esos mismos que los habían presionado para que se fugara a Veracruz y para que encabezara la sublevación, ya no se entendían tan bien, y estaban divididos: por un lado, el consejero más cercano a De la Huerta, Rafael Zubarán, y por otro, Antonio I. Villarreal, Jorge Prieto Laurens y Jesús Villanueva Garza. De la Huerta, presionado y atormentado, no logró poner orden en su equipo, y descuidó algunos aspectos por querer resolver otros. Decidió formar algo que llamó “gobierno rebelde” y sacó a Villarreal de las operaciones militares para nombrarlo “Alto Comisionado de Agricultura y Fomento”, justo cuando el militar empezaba a planear su avance sobre la ciudad de México.

Repentinamente, el general Cándido Aguilar, se presentó ante los delahuertistas para aliarse y sumarse a la lucha. Aguilar, yerno del difunto Venustiano Carranza y hombre de larga carrera revolucionarias, odiaba cordialmente a Calles y a Obregón. El delahuertismo lo recibió con entusiasmo, y don Adolfo creyó que su inclusión en el mando de la rebelión le atraería a los restos del carrancismo, que culpaban abiertamente a Álvaro Obregón del asesinato de don Venustiano. En ese entusiasmo inicial, Cándido Aguilar fue nombrado jefe del Ejército de Oriente, cargo dado, originalmente al general Guadalupe Sánchez, el primero en sumarse al levantamiento. El problema es que nadie sabía, exactamente, dónde estaba Sánchez. No bien se acostumbraba Cándido Aguilar a su nombramiento, el desaparecido dio señales de vida, y de manera tan intempestiva como había sido designado, Aguilar fue despojado del mando. De la Huerta, muy probablemente no se daba cuenta del peso del agravio. La consecuencia fue que, en adelante, Cándido Aguilar no puso demasiado empeño en su participación en el movimiento.

El delahuertismo ya tenía en su seno suficientes problemas, pero la situación se agravó cuando el gobierno de Estados Unidos decidió intervenir, porque no quería más inestabilidad en su frontera sur.

Nadie sabe para quién trabaja. Durante años, el equipo de colaboradores de Álvaro Obregón, entre ellos Adolfo de la Huerta, había trabajado muy duro para conseguir el reconocimiento del gobierno del sonorense manco. En ese enero de 1924, Washington decidió apoyar al gobierno mexicano y se desentendió de cualquier mérito que le pudiera reconocer a don Adolfo.

LAS MANIOBRAS DEL TÍO SAM

Enero de 1924 terminó muy mal para el delahuertismo: las tropas federales avanzaban hacia Veracruz; en la capital, el Partido Cooperatista fue perseguido y fue un escándalo el secuestro de varios senadores. En una esquina de la colonia Roma, el senador opositor por Campeche, Francisco Field Jurado, fue asesinado a tiros. Todas aquellas ilusiones de Adolfo de la Huerta, que insistía en recordar que, a él, Calles y Obregón “lo querían como a un hermano”, eran ya cenizas.

El mando rebelde decidió escapar hacia Tabasco, donde, en vista de las escasas vías de comunicación, no podrían ser atrapados por el ejército federal.

El delahuertismo necesitaba oxígeno: don Adolfo lanzó, el 20 de febrero, desde su refugio tabasqueño, un manifiesto donde, a todas las acusaciones que ya había lanzado contra Obregón, agregaba la traición a la patria y la venta de la soberanía nacional, a cambio de ayuda militar para destruir a los rebeldes.

Porque, en efecto, Washington ya había entrado en el conflicto: tenía reportes de que pilotos estadunidenses bombardeaban a los delahuertistas de Jalisco, al mando del general Enrique Estrada.

La rebelión, que aspiraba a construir una red de apoyo fuera del país, se quedó incomunicada cuando el gobierno estadunidense cortó la línea telegráfica entre Nueva Orléans y Veracruz. La comunicación se reestablecería desde un crucero, el Tacoma, pero con la cuidadosa supervisión de todos los mensajes que salieran del reducto de los sublevados.

El delahuertismo también se quedó sin posibilidades de conseguir armas o parque porque Estados Unidos decretó un embargo de armamento: solamente pasarían la frontera aquellos materiales de guerra destinados al uso del gobierno federal. Los sublevados empezaron a tomar medidas desesperadas: varios de los cercanos a De la Huerta, como Cándido Aguilar y Prieto Laurens, cruzaron la frontera norte con el propósito de establecer oficinas delahuertistas en Estados Unidos. El gobierno de Washington actuó con presteza: a estos viajeros los detectó y los puso bajo vigilancia. Rubén Vizcarra y Toribio Villaseñor fueron “tomados en custodia” por autoridades federales, acusados de intentar reclutar soldados para cruzar la frontera y atacar al gobierno mexicano.

Cándido Aguilar fue aprehendido en San Antonio, acusado de violar las leyes de neutralidad en territorio estadunidense. Lo mismo ocurrió con Prieto Laurens en Houston. Cada vez más presionado, Adolfo de la Huerta anunció un bloqueo sobre el puerto de Tampico. Desde Washington le respondieron que la medida era un gesto de “absoluta desconsideración” en contra de los intereses estadunidenses, y como De la Huerta no diera señales de abandonar la idea del bloqueo, una pequeña flota de guerra, con un crucero y diez destructores, llegaron a las cercanías de Tampico, para que los rebeldes se enterasen de una vez a favor de quién maniobraba el Tío Sam. Barcos de guerra estadunidenses también aparecieron en Acapulco, en Manzanillo y en Salina Cruz, por lo que se pudiera ofrecer.

ACORRALADOS

Varios de los delahuertistas de la primera hora salieron también rumbo a Estados Unidos. La idea era abrir oficinas en toda la Unión Americana, y ejercer presión para conseguir recursos y para evitar que Obregón obtuviera más apoyo mediante la negociación de pagos adelantados por venta de petróleo.

Pero nada funcionó. No solo había agentes delahuertistas en Estados Unidos; Gilberto Bosques y Luis Enrique Erro habían sido enviados a La Habana. Hubo una noticia extraña: Martín Luis Guzmán habría abierto una de estas oficinas en Washington, pero De la Huerta, sin saber que Guzmán se había escapado por los pelos de morir fusilado en la frontera norte, opinaría que el periodista no era sino un agente doble, enviado por Alberto J. Pani para bloquear negociaciones.

La rebelión se iba a pique. Se empezó a hablar de una fuga de De la Huerta hacia Estados Unidos, para conseguir interlocución con los grandes capitales que conocía tan bien.

Derrotado en los hechos, Adolfo de la Huerta salió de noche, en el vapor Tabasco, abandonando su refugio en la ciudad de Frontera. Nada había qué hacer ya en México. El buque federal Zaragoza persiguió un rato a la nave en la que De la Huerta dejaba el país. El líder rebelde desembarcó en Bahía Honda, Cuba. Luego, con un pasaporte falso, a nombre de Raúl Pérez Heredia, don Adolfo entró a territorio estadunidense por Cayo Hueso, Florida.

Creyó De la Huerta, optimista nuevamente, que desde Estados Unidos podría rehacer el movimiento. Poco a poco se daría cuenta de que la derrota había empezado mucho antes. Empezó a sumirse en la penuria del exilio, y solamente su talento artístico le permitiría sobrevivir.