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Tiros, sangre y mártires en el centro de Coyoacán

Fray Alejandro Torres se arrodilló ante la mujer, vestida de seda verde, que había quedado tendida en el atrio del templo de San Juan Bautista, en el centro del pueblo de Coyoacán. María de la Luz Cirenia Camacho agonizaba. Conteniendo el miedo, después de minutos de intensa violencia, el franciscano alcanzó a administrarle a la herida la extremaunción. Aquella muchacha murió antes de que los auxilios terrenales llegaran para intentar salvarla: la herida de bala que recibió en el pecho era mortal.

Al día siguiente, la prensa de la ciudad de México narraba el zafarrancho desatado en aquel pueblo, en vías de ser engullido por la expansión capitalina: un grupo de “Camisas Rojas”, jóvenes organizados bajo el liderazgo de Carlos Madrazo, y sustentados por el secretario de Agricultura del presidente Lázaro Cárdenas, Tomás Garrido Canabal, realizó un mitin frente a la parroquia de San Juan Bautista, en el corazón del pueblo de Coyoacán. Los feligreses de la zona, que pertenecían al movimiento de Acción Católica, se enteraron el 29 de diciembre de 1934: el mitin se llevaría a cabo al día siguiente. Naturalmente, lo interpretaron como una provocación y se prepararon ofrecer resistencia, en el caso de que los Camisas Rojas intentaran penetrar al templo o dañar la fachada.

María de la Luz Cirenia Camacho era una de las dirigentes de la Acción Católica en Coyoacán. Cuando se enteró del inminente mitin, resolvió que ella, como muchos otros compañeros de activismo, permanecerían en el atrio, dispuestos a defender el templo. Sabía que podría desatarse la violencia. Ignoraba que aquel encontronazo le costaría la vida.

Se terminaba 1934. La violencia que se desató en el atrio de San Juan Bautista dio pie para numerosas versiones encontradas, donde tanto los activistas católicos como los Camisas Rojas denunciaron provocaciones y malas intenciones. De uno y otro lado surgieron acusaciones e insultos; cada bando tuvo muertes que lamentar. En medio de aquel conflicto, Lázaro Cárdenas reaccionó con pragmatismo político: aquel suceso le costaría a Tomás Garrido Canabal, otrora gobernador y hombre fuerte de Tabasco, la titularidad de la Secretaría de Agricultura, y, después, el alejamiento del escenario político.

Los activistas católicos y anticatólicos prolongaron largamente sus rencores: cada uno tenía su “mártir”. Los coyoacanenses de la feligresía tenían a María de la Luz Cirenia Camacho; los Camisas Rojas denunciaban la muerte de un joven estudiante, Ernesto Malda.

Demasiado rencor quedaba en la memoria de aquellos días.

TOMÁS GARRIDO CANABAL, “ENEMIGO DE DIOS”

El escándalo señaló, como culpable indirecto del enfrentamiento al que durante quince años, entre 1920 y 1935, fue el hombre fuerte de Tabasco: Tomás Garrido Canabal. De él, y fuera de la entidad que controló, se supo de su rudo ateísmo, de la persecución contra todo lo que oliera a catolicismo, de su apoyo rotundo a una propuesta educativa que llamó racionalista y de su defensa de la igualdad entre hombres y mujeres. Pero también se le acusó de crear estructuras fascistoides de movilización social, mezcladas con el autoritarismo de lo caciques tradicionales que desde hace siglos ha habido en México.

Cuando, en 1934, Lázaro Cárdenas, de visita en Tabasco, llamó “laboratorio de la Revolución” a la entidad gobernada por Garrido, lo que veía era un mundo que chocaba a la mirada centralista de cualquier habitante del altiplano: ligas de maestros ateos como promotores sociales, además de educadores, agrupaciones feministas, juventudes organizadas en grupos que muchos calificaron “de choque”, campañas moralizantes, todas éstas medidas que se habían nutrido de los experimentos socialistas del sureste mexicano y que, se suponía, transformarían de raíz el modo de ser de los habitantes del estado. Tabasco no era precisamente un edén, pero el peculiar experimento, que duró tres lustros, impactó a propios y extraños y dejó huellas de larga historia.

En aquellos tiempos, de Garrido se contaron leyendas bastante escandalosas, como que había puesto por nombre Luzbel y Lucifer a dos de sus hijos. En realidad, se llamaban Lenin, Soyla (o Zoila) Libertad y Mayitzá Druso.

En cambio, sí fue realidad la destrucción de piezas del culto católico, como ornamentos e imágenes. En esa mirada, hasta cierto punto superficial, Tomás Garrido Canabal parecía una especie de monstruo enloquecido de fiebre persecutoria, decidido a acabar con el catolicismo, aparecido, casi mágicamente en tierra tabasqueña, cuyo radicalismo parecía gratuito. Pero lo cierto es que aquel hombre se había formado influenciado por los movimientos revolucionarios con inspiración socialista que florecieron en el sureste mexicano. Personajes como Felipe Carrillo Puerto o Salvador Alvarado, no eran ajenos al gobernante en que se convirtió Tomás Garrido Canabal.

Aquel hombre había estudiado abogacía y en 1913 se había unido al Ejército Constitucionalista, precisamente a las órdenes del general Alvarado. En 1920 se había sumado al Plan de Agua Prieta, y después abandonó la carrera de las armas para dedicarse a la política, que lo llevó a Yucatán, donde empezó a ser partícipe de los experimentos socialistas y anticatólicos de los que después se volvió uno de los grandes representantes.

Cuando ganó, en 1922, la gubernatura de Tabasco, empezó a construir “su laboratorio” revolucionario, donde promovió igualdad de derechos para las mujeres, y alentó experiencias de productividad ganadera. Pero también decretó, con modos que hoy llamaríamos autoritarios, la ley seca en todo Tabasco y un sistema educativo que llamó “racionalista”. Pero, a los ojos de los habitantes del resto del país, Garrido fue famoso por su declarado anticatolicismo, por la desacralización de los templos católicos -incluida la catedral de Villahermosa- y numerosas actividades públicas que en los círculos católicos no hubo duda en calificar como persecutorias, y realizadas con el visto bueno o la indulgencia del presidente Álvaro Obregón y de su sucesor, Plutarco Elías Calles.

De Tomás Garrido Canabal se sabía en otras partes del país por sus ceremonias de destrucción de imágenes y objetos del culto; por la persecución de sacerdotes, obligados a contraer matrimonio. Hasta las cruces en los sepulcros quedaron prohibidas en ellos cementerios tabasqueños.

En aquel activismo, Garrido fundó organizaciones como los Camisas Rojas, que navegaban con bandera de agrupación juvenil promotora de actividades sociales y culturales, pero lo cierto es que también eran grupos de choque que desarrollaban actos antirreligiosos, y concretamente anticatólicos. Cuando, en 1934, Tomás Garrido fue llamado a la capital para fungir como secretario de Agricultura del gobierno de Lázaro Cárdenas, se llevó consigo a su dirigencia, que auspició la creación de células de Camisas Rojas en la ciudad de México.

Los Camisas Rojas, igual que Garrido, estaban fuera de su elemento en la capital. Aquellos muchachos protagonizaron diversos enfrentamientos con las agrupaciones católicas, y en varias ocasiones se les denunció como violentos y rijosos. El enfrentamiento que protagonizaron en Coyoacán el 30 de diciembre de 1934 partió de algo que, sin duda, hoy puede leerse como una provocación. Por eso, aquel suceso le costó a Tomás Garrido su futuro político.

TIROS EN EL ATRIO DE SAN JUAN BAUTISTA

María de la Luz Camacho era responsable en Coyoacán de Acción Católica. Devota católica, nacida en 1907, había fundado un centro de catequesis en el pueblo, y desde 1930 había tomado los hábitos de la Orden Tercera Franciscana. Desde 1931 era integrante de Acción Católica. Cuando se enteró de que los Camisas Rojas planeaban hacer un mitin en el centro de Coyoacán, ella y algunos de sus compañeros no vacilaron: había que resguardar el templo, a costa de lo que fuera.

Los Camisas Rojas ya habían realizado otros mítines, y por eso, a los ojos de los católicos de la ciudad de México, quedaba claro que se trataba de provocaciones que condujeran a la violencia y a la agresión contra los templos. Ese día, domingo, los Camisas Rojas agredieron a los fieles que salían de misa.

Se desató el enfrentamiento de inmediato. Hubo numerosos heridos, y cayeron muertos cinco feligreses del templo de San Juan Bautista, incluida María de la Luz.

El escándalo era enorme, y Lázaro Cárdenas, con sagacidad, se dio cuenta de la gravedad del problema: se suponía que, después de los arreglos de 1929 que dieron fin a la guerra cristera, los católicos mexicanos habían acatado el pacto con el gobierno mexicano, y fruto de esa negociación había nacido Acción Católica, dejando atrás a organizaciones más radicales, como la ACJM. Las agresiones de los Camisas Rojas tensaban aquella “armonía” todavía afectada por el rencor y la memoria del pasado reciente, y parecía dar a entender que el gobierno cardenista no era partidario de sostener los acuerdos de convivencia.

Cuando llevaron a sepultar a María de la Luz Camacho, los católicos coyoacanenses aseguraron que fue acompañada a su sepultura en el Panteón de Xoco por 25 mil personas, y que la habían velado unas 2 mil; inmediatamente fue llamada “mártir”. Lázaro Cárdenas, que trabajaba en el reforzamiento de lo que luego se conocería como “educación socialista”, no necesitaba un problema más.

UN MÁRTIR PARA CADA BANDO

El problema era que los Camisas Rojas tampoco habían salido ilesos del asunto. También habían tenido un muerto, Ernesto Malda, un muchacho, que, se dijo, “había llegado tarde” al mitin, porque él solamente iba “por lo cultural”, que era uno de los ganchos con los que los Camisas Rojas reclutaban militantes.

Cuando Malda vio el combate desatado entre sus compañeros y los furiosos fieles de San Juan Bautista, intentó escapar, cuando los Camisas Rojas intentaban retirarse. Malda trató de subirse “de mosca” al tranvía que, en aquellos días, cruzaba el centro del pueblo de Coyoacán. Pero fue alcanzado por los católicos enfurecidos, y derribado al suelo. La multitud iracunda lo linchó.

Era tan evidente el acto de provocación, que 65 Camisas Rojas fueron detenidos y enviados a la penitenciaría de Lecumberri. A 23 de ellos se les instruyó proceso, pero lo cierto es que ninguno de ellos fue condenado por la muerte de los cinco feligreses de San Juan Bautista. Tampoco se condenó a nadie por la muerte de Ernesto Malda, a quien, en la prensa, algún comentarista agudo definió como “cristianamente linchado”. Unas y otras voces peleaban por hacerse escuchar: todos se decían provocados y atacados a traición. Los primeros días de 1935 se reflejan en la prensa de la época, en acusaciones cruzadas y testimonios sangrientos de una y otra parte. Desde el inicio de 1935, la iglesia católica promovió manifestaciones, en protesta por el enfrentamiento en Coyoacán.

La anécdota cuenta que Garrido Canabal, creyéndose impune, envió a sus muchachos una caja de champagne, para que se alegraran la estadía en la penitenciaría. A Ernesto Malda lo llevaron a enterrar al Panteón Francés de la capital. Lázaro Cárdenas envió una corona y sus condolencias para los padres del joven, pero adoptó medidas que no cayeron bien en la secretaría de Agricultura: anunció que únicamente el Partido Nacional Revolucionario tenía autorización para realizar actividades político-sociales de carácter público, dejando desprotegidos a los Camisas Rojas. Añadió que las manifestaciones que tuvieran por objetivo una protesta deberían ser autorizadas por el Departamento Central del Distrito Federal.

Con discreción, Cárdenas dejó transcurrir unos pocos meses. En junio de 1935, hizo que Tomás Garrido Canabal renunciara a la secretaría de Agricultura, en la misma maniobra que sacó de la jugada a los secretarios identificados como “callistas”.

Garrido ocupó puestos diplomáticos entre 1935 y 1941: fue embajador de México en Costa Rica y en la República Dominicana, y después se retiraría de la política: su tiempo había pasado. María de la Luz Camacho fue considerada, de inmediato, mártir de la iglesia católica, y se inició una causa para canonizarla. Hasta la fecha, recibe el tratamiento de Sierva de Dios, y sus restos se conservan, sin culto, en el templo de San Juan Bautista. De Ernesto Malda, linchado en aquel diciembre de 1934, nadie habla ya.

MARIA DE LA LUZ CAMACHO FUNERAL

MARIA DE LA LUZ CAMACHO FUNERAL