
Podría parecer que después del titánico estreno de Infinity War, la llegada a las salas de cine de la secuela de Ant-Man es una especie de bicho raro en el mundo cinemático de Marvel. Sin embargo, creo que ha sido una de las decisiones más acertadas. Esta película simboliza el respiro que la saga necesitaba luego del grado de tensión y dramatismo que alcanzó con la película protagonizada por Thanos.
Y es que el personaje interpretado por Paul Rudd se consolida como el más divertido de la franquicia, sólo por debajo del Iron Man de Robert Downey Jr. que mantiene un tono de humor mucho más irónico. El de Ant-Man es un humor inocente, mucho más infantil, y eso se siente fresco y necesario para el ritmo que se nos venía proponiendo.
La película nos funciona como precuela inmediata de Infinity War y secuela de Capitán América: Civil War. El carismático e inmaduro Scott Lang (Paul Rudd) lidia con un arresto domiciliario en consecuencia de haber formado parte de la batalla entre superhéroes; y además con su paternidad, porque sólo pasa poco tiempo con su hija. Ha pasado el tiempo sin saber que ha ocurrido con Hope van Dyne (Evangeline Lilly) y al Dr. Hank Pym (Michael Douglas), quienes se esconden de la justicia porque los superhéroes son perseguidos tras Civil War, hasta que un extraño sueño lo conecta con la nueva misión que llevará a Scott a ponerse nuevamente el traje.
El motivo es sencillo y las complicaciones muchas. Tiene que ver con atravesar el Mundo Cuántico para recuperar a la mujer de Hank que quedó atrapada allí años atrás. Pero también tendrá que frenar a Fantasma, una extraña joven que es capaz de cambiar de fase cuántica y atravesar los objetos y además, tendrá que lidiar con un traficante de tecnología quiere robar los inventos de Hank y Hope.
Lo más interesante es el trato con el que se maneja la historia, pues desde que tuvo su carta de presentación el personaje se mostró como un tipo que encontraba en su sentido del humor el escape para enfrentar sus problemas de adulto reales. En principio esto pudo haberse convertido en un desastre sobre la ridiculización de la figura del superhéroe, sin embargo se le dio un buen desarrollo al personaje para mostrarnos algo que poco se había mostrado en el universo Marvel y es que se humanizaron los ideales por los que luchaba.
En esta historia no se aborda la necesidad de querer salvar al mundo, sino la idea de luchar contra los conflictos personales. El conflicto que tiene el protagonista es más íntimo e incluso más interesante. Desde luego se siente una historia chica por el tratamiento, por el humor infantil, porque además le precede una historia épica en el cine de superhéroes, pero a mi parecer fue un giro necesario.
Lo que nos ofrece es un simpático, entretenido y sencillo filme de aventuras, que utiliza la ciencia ficción y la acción de la manera más positiva posible. Además utiliza muchos elementos clásicos de las comedias de enredos para llevarlos a ese juego de tamaños: que no sólo tiene que ver con el superhéroe, sino con el ego, con los intereses personales y, sobre todo, estéticos y técnicos. Nos ofrece un divertido rato de escenas de acción y diálogos que provocan carcajadas genuinas. Espectacular la escena de persecución por San Francisco. Una película más grande de lo que puede aparentar.
Director: Michael Haneke (Austria, 2017)
Para los que conocemos la filmografía de Michael Haneke el título de esta película no responde a lo que se ve en la pantalla, podemos asegurar. Este filme, que tuvo su inspiración en un hecho real sucedido en Japón en donde una niña trasmitió a través de una red social la muerte de su madre, tiene la particularidad de tener dos lecturas muy distintas. La primera es indecible, porque sería un spoiler del tamaño del universo, por el cual parecería una película menor (aunque en la revelación se esconda la mejor escena de la película). La segunda como una digna película de humor existencialista en torno a una familia burguesa que posee una empresa en Calais, al lado de los campamentos donde viven miles de refugiados. El cineasta es fiel a sí mismo pero no toma riesgos, como nos tiene acostumbrados, el filme se siente como una compilación estilística de su filmografía en la que actualiza su mirada crítica hacia la disfunción de las familias burguesas de Europa. Lo complaciente que llega a ser el realizador en su collage de autoreferencias se compensa y de forma elegantísima, con su tremenda forma de utilizar el lenguaje cinematográfico con exquisitez. Las metáforas visuales entre la familia a la que se rompen poco a poco los vínculos afectivos como la construcción que maneja la empresa de uno de los personajes. Es un filme sofocante, que incomoda al espectador; su contenido es hiriente, sus personajes odiosos pero profundos, su reflexión sobre la fatalidad es un deleite, es sutil al desenvolver los temas que cuenta, el ritmo calmado se siente siniestro y hay más violencia en su silencio que en su provocación. El elenco no puede ser mejor que con Isabelle Huppert y Jean-Louis Trintignant. Una película muy interesante sobre los límites de la condición humana, que tiene que ver con la muerte, con la felicidad y con la aceptación. Un drama familiar hecho con demasiada malicia de la buena.
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