Opinión

Anti manual de buenas costumbres para usuarios de redes sociales y ciudadanos digitales

Edgar Bermejo Mora
Edgar Bermejo Mora Edgar Bermejo Mora (La Crónica de Hoy)

Una vez que Twitter decidió cancelar la cuenta del ex presidente Donald Trump, saturada de afirmaciones falsas que incitan al odio y la violencia, y que en sus oficinas para México los administradores de Twitter le han aplicado la misma sanción a usuarios incorrectos -infractores de las reglas de buen comportamiento en las redes-, el Anti manual de buenas costumbres para usuarios de redes sociales y ciudadanos digitales, del escritor e historiador mexicano Boris Berenzon, adquiere enorme actualidad y pertinencia.

Publicado recientemente por el sello editorial de la revista Algarabía, Boris Berenzon -que cómo historiador y estudioso del psicoanálisis ha destinado muchos años al estudio del inconsciente que habita en el humor nacional- se arriesga en este libro a ensayar una lectura de nuestros comportamientos en las redes sociales a partir de la parodia y el esperpento.

Para entender la naturaleza paródica de su propuesta hay que tener muy presente el libro que le sirve de espejo: el célebre -y, a la luz del presente, involuntariamente cómico- Manual de urbanidad y buenas maneras, del español Manuel Antonio Carreño, publicado en 1853 y reeditado por más de un siglo hasta convertirse en una referencia popular.

Si en el “Manual de Carreño” aprendidos cómo se deben utilizar los utensilios en la mesa, cómo dirigirnos a nuestros mayores, cómo cultivar la decencia y la bondad en nuestros modales, o cómo se debe ayudar a una dama a descender del caballo, en el “Anti Manual de Berezon” nos adentramos en las diversas maneras en las que deberemos comportarnos a la hora de ejercer nuestra ciudadanía 2.0 en la patria digital.

Un anti manual que, detrás de sus consejos y recomendaciones esperpénticas, esboza la más ácida, afilada e implacable crítica de la manera en el que el siglo XXI aprendemos a convivir y a tener vida social desde nuestros teléfonos inteligentes: ontología de un mundo virtual en el que los ciudadanos valemos en función del número de seguidores que tengamos en nuestras cuentas de Twitter, Facebook, Instagram, Youtube o TikTok.

Dime a quién sigues en las redes y te diré quién eres; veamos de qué cuero salen más likes y más retuis; el que con bots se junta a aullar se enseña, como los nuevos refranes de nuestra urbanidad en la región más transparente del Silicon Valley.

Entre broma y veras, en este anti manual Boris Berezon desnuda con singular desparpajo aquello que nos puede catapultar a la fama, o bien postrar en la más oprobiosa marginación, a la hora de levantar la mano y alzar la voz en el Ágora digital como ciudadanos de a pie.

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Umberto Eco decía que la fortuna de la parodia consiste en que “nunca debe temer a la exageración. Si da en el blanco, no hará otra cosa que pronosticar algo que después otros harán sin reír –y sin sonrojarse- con firme y viril seriedad”. Tal es, me parece, la vocación paródica de este volumen que se esmera en imitar con hilarante precisión las formas y estilos del Manuel de Carreño.

Nadie que lea esta anti manual aprenderá a comportarse como es debido a la hora de escribir un tuit o de poner una selfie en el face. En cambio, quien se adentre en su lectura visitará esa galería de espejos deformados que reflejan y distorsionan la percepción de nosotros mismos, cada vez que nos asomamos –como agentes activos o pasivos- a nuestros smartphones, para ver lo que nos deparan las redes nuestras de cada día.

”Lo social se vive a través de una pantalla y las reuniones no son tales si no hay selfie y fotos para compartir. La vida no vale nada sin reacciones positivas, sin comments ni favs”, nos dice el autor en la introducción de su libro. Concibe a las redes sociales “como un artefacto cultural que da cuenta de nuestro propio momento, de nuestra historicidad. Frente a este panorama, y con una capacidad de incidencia política tan enorme como los tuiteros que creen que derrocan dictaduras, no ofrezco más arma que la ironía, y quizá unas cuantas selfies”:

Un breve repaso por su índice nos anuncia ya la extravagancia de nuestro recorrido. Arrancaremos con una exposición de los “deberes para con las y los opinadores, –léase políticos, analistas, comediantes, escritores o cualquier que tenga una cuenta en Twitter y una K dentro de su número de seguidores”.

En el capítulo segundo aprenderemos de nuestros “deberes para con la patria digital”, más adelante repasaremos los principios de “urbanidad en redes sociales”, del “aseo en nuestros perfiles”; o bien en el capítulo quinto veremos la manera de conducirnos correctamente en sociedad (digital) y “de la conversación a través de redes sociales y servicios de mensajería instantánea derivados de éstas”.

Comparto finalmente algunos pasajes de este anti manual, invitando a su lectura a todos aquellos que deseen sobrevivir al intento de convertirse en pulcros y ejemplares ciudadanos de la República de las Redes:

“Nuestra patria, digitalmente hablando, esta constituida por nuestro timeline de Twitter, nuestro muro de Facebook y cosas equivalentes, donde deben primordialmente desplegarse opiniones de usuarios regidos por los mismos patrones de intereses y opiniones, de forma que nos encontremos en una caja de resonancia perfectamente sellada”.

“Las reglas de urbanidad en las redes sociales nos enseñan a ser metódicos y exactos en el cumplimiento de nuestros deberes como usuarios de tan nobles plataformas: a formular nuestros comentarios y opiniones de manera que no causemos mortificación a las tías que aceptamos en Facebook y a los sobrinitos que nos siguen en Twitter; a tolerar los caprichos y las debilidades de nuestros o nuestras exnovias; quienes nos bloquean o nos stalkean a pesar de que nosotros hayamos sido parejas ejemplares y jamás se nos haya podido demostrar error alguno; a ser pacientes y atentos con los opinadores, sacrificando, cada vez que sea necesario y posible, nuestros propios gustos para enaltecer a las suyos y hacerles saber que, poco a poco, hemos destruido nuestro, de por sí, mermado raciocinio, en favor de sus inigualables reflexiones, y a tener limpieza y compostura en nuestras cuentas, cambiando periódicamente nuestras fotos de perfil y de portada, siempre con imágenes más recientes o, en su caso, por fotos de nosotros de chamacos –se aplica sólo el Día del niño– o por imágenes con marcas de agua relativas a los atentados terroristas más recientes”.

“Las reglas generales de la etiqueta deben observarse en todas las cuatro secciones en que están divididas nuestras interacciones sociales, a saber: Facebook, o el círculo doméstico; Twitter, o nuestra vida analítica, metafísica, alegórica, retórica folclórica e intelectual; Instragram, que lo mismo es nuestro lado artístico-conceptual que nuestra parte narcisita; y Youtube, donde almacenamos nuestras facetas tutoriales y de observación detallada del comportamiento de los gatitos”

“La urbanidad en las redes sociales depende de la sociedad y de los mismísimos creadores de las redes, así que obliga a dar ciertas preferencias a unas personas sobre otras, según su número de seguidores, la cantidad de retuits que pueden tener en un solo día, la influencia que sus palabras tengan en Wall Street o la cantidad de bombas atómicas que puedan liberar con oprimir un solo botón”.

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