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Batalla de Churubusco: la resistencia desesperada ante los invasores

El desencuentro de los intereses políticos y las ambiciones personalísimas de los hombres del poder fueron el escenario que agravó el desastre nacional que supuso la invasión estadunidense de 1847. A medida que las tropas del general Scott se aproximaban al altiplano, la conciencia de la agresión armada se hizo terriblemente cercana. Ya no era la lejanía del norte: estaba a las puertas de la capital

Batalla de Puebla
Batalla de Puebla Batalla de Puebla (La Crónica de Hoy)

Texas era una cosa perdida hacía tiempo. Después, el afán expansionista de los Estados Unidos hizo el resto. La combinación del proyecto invasor con el deterioro profundo de la clase política mexicana, donde campeaba la desunión y el enfrentamiento, decidió el tono de la resistencia. Desde luego, las tropas estadunidenses tenían una superioridad tecnológica que sería decisiva a la hora de entablar combate. Poco a poco, la lejana invasión, en el remoto norte del país, comenzó a convertirse en una realidad.

Primero fue Matamoros, luego Monterrey. La ofensiva se desplegó hacia el oeste: en enero de 1847, con la caída de Los Ángeles, California dejó de ser mexicana. Era el primer día de marzo cuando los invasores entraban triunfantes a Chihuahua: allí talaron todos los árboles de la plaza principal para tener leña para cocinar. Poco a poco, las tropas estadunidenses se articulaban en su trabajo: primero Santa Rosa, después Parras y luego Monclova. Lo que hoy es la frontera norte del país se convertía en un rosario de silencios, porque en ninguna de aquellas poblaciones hubo resistencia mexicana. No podía ser de otro modo: habría sido suicida. El respaldo del gobierno mexicano estaba muy, muy lejos.

En los hechos, las ambiciones del gobierno de Washington estaban colmadas: dominaban Texas, habían conquistado en el frente de batalla a California y Nuevo México. Pero faltaba algo: derrotar en toda la línea al Ejército mexicano y después, con un instrumento jurídico, un tratado, la cesión formal de aquellos enormes territorios, arrancados por la fuerza al atribulado México.

El escenario político se enrareció: después de Cerro Gordo, no faltaron las voces que sugerían pactar con el enemigo para evitar que las ciudades más importantes —Puebla y la capital— fuesen arrasadas. En el Congreso, las opiniones se dividieron. Los partidarios de la resistencia se exaltaron. Preferían el combate a muerte antes que entregarse “maniatados como ovejas”.

Pero en la medida en que los estadunidenses se acercaban al Valle de México, las ideas de cómo enfrentarlos se convertían en choques, desacuerdos y conflictos. Y aunque desde el 20 de mayo de 1847, en una junta de generales donde participaban Antonio López de Santa Anna y el antiguo insurgente Nicolás Bravo, se intentó reorganizar el ejército nacional a fin de enfrentarse a los norteamericanos, lo cierto es que todas las fuerzas mexicanas sumaban 20 mil hombres y los cañones eran apenas un centenar. Al final la estrategia estaba destinada al fracaso, pues, conscientes de la inferioridad del armamento que poseían, los generales mexicanos decidieron una estrategia esencialmente defensiva, apostando a que las obras de contención que se levantaban apresuradamente en las distintas entradas de la capital, serían suficientes. Creyeron que los estadunidenses presentarían batalla en el Peñón Viejo, y allí se concentró la fortificación. Pero los invasores pasarían de largo, a mediados de agosto, para desconcierto de los mexicanos, y poco a poco, tomaron los puntos de fortificación del Valle de México. Su meta era otra: las puertas de la Ciudad de México.

Y así pelearon. Así resistieron en el convento de San Diego Churubusco. Pero la inferioridad del armamento dijo la última palabra. La tradición afirma que, al caer la fortificación, se le preguntó al general Pedro María Anaya por el parque, por las municiones. La respuesta, arrogante de un soldado derrotado pero digno fue: “Si hubiera parque, ustedes no estarían aquí”. Muchos años más tarde, el poeta Vicente Quirarte ha reflexionado sobre aquella frase. “Tal vez, el general Anaya quería decir: “si no hubiésemos sido desunidos, si no hubiésemos sido mezquinos, si no hubiésemos mirado por nuestros intereses personales, en vez de mirar por el bien de la Patria, ustedes no estarían aquí”.

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