
En su poema dedicado a Jonathan Edwards, Borges escribe en una línea casi perdida: “Hoy es mañana y es ayer”. Tal afirmación, que puede pasar de largo a los ojos del lector, revela lo que en Borges fue una preocupación constante, acaso una de sus obsesiones no dichas: la historia, el tiempo, no sólo como la entidad metafísica de sus constantes reflexiones, sino como un espacio en el que se presentan los hechos de los hombres.
Al decir que hoy es mañana y es ayer, Borges nos ofrece una visión del pasado como materia constitutiva del presente, y el presente mismo como una suma de aspiraciones de futuro. De esta manera, para Borges nuestro presente no es sino la suma equilibrada de lo que fuimos y de lo que queremos ser. El pasado, los hechos idos de los hombres, no serían entonces materia deleznable, sino motor fundante de nuestra identidad. Cobra así la historia una dimensión insospechada y fundante en su obra.
La constante referencia a la historia se nos presenta así con una insistencia que merece atención especial. Tales señales, sin embargo, no son unánimes ni lineales. En su poema “El instante”, por ejemplo, Borges escribe: “El año no es menos vano que la vana historia”. Esta afirmación, que parecería oponerse a la cita anterior, nos muestra que en todo caso hay en la obra de Borges un permanente debate sobre lo que debe ser, y lo que en verdad es el pasado de los hombres. Encontrar en la totalidad de su obra una idea de la historia más clara y definida es una tarea mayor.
¿Cuál es entonces la idea que sobre el pasado y la importancia de la historia adopta el escritor argentino? ¿Es posible encontrar en el conjunto de su obra una idea de la historia en permanente cambio y transformación acorde al transitar de sus años? El cúmulo de referencias a la historia y los historiadores en la obra de Borges nos puede arrojar luces sobre su particular visión de la historia y sobre las corrientes de la filosofía de la historia que influyeron en él. El historicismo del alemán Wilhelm Dilthey, o la reconstrucción monumental de Edward Gibbon y su historia de la decadencia y ruina del imperio romano, entre muchas otras referencias que aparecen citadas en sus ensayos, cuentos y poemas.
La historia, para Borges tiene un carácter circular, es una de las formas donde azar y destino se entrelazan, una rueda, un espejo frente a otro espejo que producen una imagen infinita. La trama de la historia es en realidad el punto intermedio entre el azar y la fatalidad, como lo resume en este famoso texto publicado dentro del volumen El Hacedor (1960):
“Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena”.
Donde Borges escribe “destino”; podríamos poner el vocablo historia, y reconocer entonces esta visión por la cual al pasado le gustan “las repeticiones, las variantes, las simetrías””.
En la primera estrofa de un poema dedicado a su amigo y maestro Alfonso Reyes escribe la misma idea:
“El vago azar, o las precisas leyes
Que rigen este sueño, el Universo,
Me permitieron compartir un terso
Trecho del curso con Alfonso Reyes”
Se debate Borges entonces entre concederle un peso mayor a las leyes “precisas” de la historia, o aceptar que las cosas ocurren de manera incidental y por lo tanto de manera ingobernable e indiscernible.
Repite la misma idea en el poema titulado “Oda compuesta en 1960”, en este caso para referirse a la tarea de escribir unos versos por Argentina, raro para su temperamento poco nacionalista, siendo un poema de su madurez:
El claro azar o las secretas leyes
que rigen este sueño, mi destino,
quieren, oh necesaria y dulce patria
que no sin gloria y sin oprobio abarcas
ciento cincuenta laboriosos años
que yo, la gota, hable contigo, el río,
que yo el instante, hable contigo, el tiempo,
y que el íntimo diálogo recurra,
como es de uso, a los ritos y a la sombra
que aman los dioses y al pudor del verso.
Patria yo te he sentido en los ruinosos
ocasos de los vastos arrabales
y en esa flor de cardo que el pampero
trae al zaguán y en la paciente lluvia
y en las lentas costumbres de los astros
y en la mano que templa una guitarra
y en la gravitación de la llanura
que desde lejos nuestra sangre siente
como el britano el mar y en los piadosos
símbolos y jarrones de una bóveda
y en el rendido amor de los jazmines
y en la plata de un marco y en el suave
roce de la caoba silenciosa
y en sabores de carnes y de frutas
y en la bandera casi azul y blanca
de un cuartel y en historias desganadas
de cuchillo y de esquina y en las tardes
iguales que se apagan y nos dejan
y en la vaga memoria complacida
de patios con esclavos que llevaban
el nombre de sus amos y en las pobres
hojas de aquellos libros para ciegos
que el fuego disperso y en la caída
de las épicas lluvias de setiembre
que nadie olvidará, pero estas cosas
son apenas tus modos y tus símbolos.
Eres más que tu largo territorio
y que los días de tu largo tiempo,
eres más que la suma inconcebible
de tus generaciones. No sabemos
cómo eres para Dios en el viviente
seno de los eternos arquetipos,
pero por ese rostro vislumbrado
vivimos y morimos y anhelamos,
oh inseparable y misteriosa patria.
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