
Traigo todo esto a colación porque a veces, en ciertos periodos, parece más difícil detectar en una obra literaria, cinematográfica, musical o en cualquier expresión artística y cultural el machismo. Está tan impregnado en el sistema que pasa desapercibido. Probablemente muchas personas sólo se queden con la parte romántica y poética de la frase “haría que se le saltasen las lágrimas con mis cartas de amor escritas en fino papel de seda color rojo”, y pasen por alto la declaración y relación que para ser un verdadero hombre se tiene que ser un violador.
Y no es que los personajes o autores de las expresiones humanas tengan que ser políticamente correctos. No. Nadie quiere prenderle fuego a las obras de Freud por señalar en el Malestar de la Cultura que “las mujeres representan los intereses de la familia y de la vida sexual; la obra cultural, en cambio, se convierte cada vez más en tarea masculina, imponiendo a los hombres dificultades crecientes y obligándoles a sublimar sus instintos, sublimación para la que las mujeres están escasamente dotadas”.
O ignorar la grandeza de Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury porque los personajes femeninos siguen teniendo los mismos roles domésticos hasta en Marte. Como bien dice Francisco Báez, los autores de ciencia ficción de los años 50 y 60 pudieron predecir celulares con imágenes, cirugías láser, el 3D, pero no el feminismo y sus efectos.
Pero sí es importante reconocer el machismo, visibilizarlo, estar conscientes que trata de esconderse e instaurarse como un virus en nuestras mentes. Que muchas veces realmente violenta y mata. Notarlo es fundamental para luchar contra él. Así que si usted cree que no es machista, temo decirle que lo es. Como yo, como muchos y muchas. No se preocupe. Es una enfermedad que aunque no se cura por completo, se controla. Y como lector, siempre toca asumir una posición crítica respecto a lo que se lee.
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