
Lo que soy bastaría, si lo fuera abiertamente.
Tomar el sentido contrario al orden natural, interna y externamente, es la causa de la imbecilidad creciente de una buena parte de la humanidad, parte sin la cual, desafortunadamente, poco podrá hacer el resto para enderezar el destino sin que todos compartamos funestas consecuencias.
Así pues, negar el calentamiento global, tan evidente como potencialmente devastador, es tan necio como rechazarnos a nosotros mismos, cosa que, por cierto, a diario y en todo momento hacemos.
El motivo: levantar una barricada para que nadie vea quiénes en realidad somos, porque eso, de acuerdo a nuestra experiencia desde la más temprana infancia, es inaceptable.
Los seres humanos, antes de explorar el vasto territorio llamado hijos, para conocer su potencial, comenzamos a moldearlos a nuestro parecer, yendo incluso contra su carácter, cualidades, inclinaciones; en resumen, aquello que conforma su unicidad.
Ellos, para ser amados por lo más importante que hay en el Universo, sus padres, comienzan a amurallar su verdad y su ser real, remozando y pintando la fachada para que los progenitores, primero, y los demás, después, vean lo que piden ver.
Esta conducta generacional y generalizada es exactamente lo opuesto a lo que debemos hacer para convertirnos en las personas aceptadas, amadas, libres, fuertes, creativas y realizadas que todos queremos ser: permitirnos la vulnerabilidad.
Para quien se acaba de horrorizar con la palabra: no es lo mismo ser vulnerable que ser débil o frágil. El débil tiene poca fuerza, el frágil se quiebra fácilmente, el vulnerable se expone, para lo cual hay que ser valiente, pero no tonto, porque no es lo mismo exponerse que “ponerse a tiro”.
Canta Andrés Calamaro, icono del rock argentino: “Soy vulnerable a tu lado más amable, soy carcelero de tu lado más grosero, soy el soldado de tu lado más malvado y el arquitecto de tus lados incorrectos”.
Usted no va a exponerse al maltrato, el abuso o la violencia, y ni siquiera a la deslealtad o a la traición, porque no va a poder relacionarse con gente capaz de ello, ya no será parte de la matrix, del in y el out del recinto amurallado. Dejará el drama compartido y la complicidad en la doble moral como sustitutos de conexión, abandonará la burla como pobre recurso de la risa y el cinismo como negación de lo evidente.
Usted se va a exponer al amor, porque lo que va a mostrar es su verdadero ser, lo más amable que hay en el cosmos. Si a alguien no le gusta, es su problema. No se va a quedar solo; tendrá poca, pero selecta compañía, aquella que vale la pena, la que es capaz de pedir una disculpa, escucharlo con el corazón, preocuparse sinceramente por su bienestar; la que no espera nada que no sea su presencia, comparte abiertamente su intimidad, no esconde, no tiene secretos, se gusta a sí misma, corrige, aprende, crece, es creativa, pues no está acotada por estereotipos. En fin, alguien como usted: vulnerable.
Somos infinitos y la vulnerabilidad es lo único que nos lo permite y garantiza. Los muros que nos protegen también nos encarcelan.
La vulnerabilidad es fortaleza porque no hay ego que defender, por tanto, nada se vuelve personal, aun cuando sea directo; el problema se queda en el otro. La traición y la deslealtad son una debilidad ajena; debilidad que, por cierto, hace frágil a quien se entrega a ella.
Quien se ve a sí mismo tal cual es, ve al otro de la misma manera, y entiende entonces que el mal que se le hace tiene detrás miedo, rencor, ira, culpa, vergüenza, carencias, tal cual alguna vez las tuvo quien ahora es fuerte por vulnerable. Desde ahí se puede comprender, empatizar y dar aquello que hace a un ser humano la mejor versión de sí mismo y expande su espíritu: compasión, un abrazo con el alma.
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