
Esta expresión coloquial, “la rifa del tigre”, tiene un significado muy claro. Cuando en la catafixia de la vida tienes la suerte de ganarte el gordo de la lotería, pero terminan por entregarte un tigre hambriento. La competencia por la Presidencia de la República se compara con frecuencia con esta metáfora popular. Ganar la silla es como perseguir a un tigre en la maleza. ¿Qué haces con él? Una vez que lo tienes frente a ti. ¿Domarlo? ¿Domesticarlo? ¿Matarlo? ¿Narcotizarlo?
Hoy la aspiración a la silla presidencial se encontró con un tigre en el camino. Una amenaza de violencia al final del viaje. El tigre cambió de lugar. Uno de los candidatos asegura que en la maleza popular hay un tigre esperando para atacar. Esta alegoría es más que un chantaje, es una clara invitación a la violencia y una grave ruptura de las reglas democráticas. Para decirlo sencillamente: “Si pierdo, aténganse a las consecuencias”. Decir esto antes del inicio de la contienda es arriesgar demasiado la prudencia política necesaria para formar gobierno cuando ningún candidato tendrá mayoría y como nunca el electorado estará polarizado.
Ante un escenario de alto riesgo: muy probable conflicto postelectoral, desconfianza con los resultados, un mar de sospecha ante las encuestas, baja credibilidad de las instituciones electorales, una integración multipartidista en el Congreso con un amplio margen de discrepancias. La próxima administración tiene nubarrones serios en el horizonte. Por si fuera poco, además de los problemas domésticos: Estados Unidos también tiene elecciones este año, en noviembre y la discusión del nuevo TLCAN está en el centro de los retos para transitar al próximo gobierno.
Este paisaje plomizo me recuerda un estudio en el que participé y publicó la revista Nexos, retomo algunos pasajes a manera de interrogantes para el futuro inmediato. Vamos a entrar a un tobogán a toda velocidad y nadie sabe cómo termina este trayecto.
En los años noventa, México vivió el proceso de su transición a la democracia. Se reformaron las leyes y se crearon nuevas instituciones. El nuevo orden democrático se fundó en un principio esencial: los ciudadanos debían hacerse cargo de la jornada electoral. Gracias a esta transformación, la confianza avanzó en el imaginario social.
La renovación electoral trajo gobiernos divididos que no alcanzaban la mayoría en el Congreso, ni tenían consensos claves ni lograban acuerdos en los temas fundamentales. El nuevo pluralismo expresado en los votos transparentaba la diversidad del México democrático, pero no creó mecanismos para conciliar agendas y asumir los compromisos comunes necesarios para el avance del país. La pluralidad convocó a la pugna y la inmovilidad. Las diferencias alimentaron la discordia. En ese escenario, prevaleció el estancamiento y la confrontación.
Qué piensa la ciudadanía de la protesta social y de sus diferentes manifestaciones. La información nos muestra que los ciudadanos están en desacuerdo con todas las acciones violentas, incluidas las agresiones verbales. No se acepta el insulto ni los golpes. Se rechaza de manera contundente la toma de tribunas, los bloqueos y las agresiones físicas entre grupos.
Una tercera parte de los mexicanos opina que un político conciliador pierde liderazgo o traiciona sus principios. Éste es un serio dilema para el aspirante a ciudadano democrático. Asociar la conciliación con la debilidad o peor con la pérdida de principios revela hasta qué punto continúa viva la cultura del líder autoritario, cuya única forma de convencer es imponerse. El rechazo a la negociación sigue vivo como un fantasma del antiguo régimen. Se le traduce como transa y “concertacesión”. No ha nacido aún una visión democrática de la conciliación.
La pregunta pendiente: ¿Cómo se van a sentar los enemigos actuales en campaña el día siguiente? ¿El tigre es de papel o tiene los dientes de la discordia?
@ccastanedaf4
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