
Una especie de mural de negro acero, en el que se intuye la fuerza ígnea, sin anversos ni reversos, sin centros secretos, componen un paseo de metal entretejido y creado por el artista Jannis Kounellis (El Pireo, Grecia, 1936), para su exposición Relámpagos sobre México con la que se inaugura el Museo Espacio, en Aguascalientes, un proyecto que tiene por objetivo difundir el arte contemporáneo desde el centro del país a todo México y el extranjero.
En entrevista, señala que “la mayoría de mi obra reside también en mi infancia, mis muros, instalaciones y objetos que no son un pretexto para refigurar la actualidad de lo social. He visto muros en todo el mundo, me gustan, incluso he jugado bajo ellos. Para mí no son una metáfora del cerrar, sino la presencia de un lenguaje en un momento lejano, la albañilería, la construcción, piedra sobre piedra. El ladrillo no es informal sino algo que se refiere a la medida, como los prisioneros cuando cuentan los días sobre el muro. Todo este mundo que me rodea es parte de mi obra, y lo seguirá siendo”.
—Su obra siempre tiene una intención de medida; es decir, usted crea su propio sistema para que el espectador encuentre la resonancia o el juego ¿cómo elabora cada uno de sus proyectos artísticos?
—Cada proyecto es diferente. Me gusta la diversidad y jugar desde diferentes perspectivas. A nada me cierro, al contrario, siempre aprendo cosas nuevas; aunque lo que sí me molesta mucha son los términos y sus modas. Es decir, en cierto momento se atacó mucho al concepto de “modernidad”, y claro yo era un artista “moderno”. Aunque creo que es una palabra que, incluso los críticos más conservadores, utilizan como una máscara que se ponen para esconder sus ideas conservadoras. Me interesa que mi obra sea gestual, aunque hay una repetición que me parece liberadora, pues tiene un fundamento metafórico, como una letanía sacra que siempre está y estará presente.
—¿Considera el término moderno como un concepto caduco en estos tiempos de mucha confusión en el campo del arte?
—Desde luego, pues siempre he creído que uno de los elementos de la modernidad es precisamente la secularización de la cultura, la gran independencia que los artistas adoptamos —mi generación en especial: Mario Merz, Lucio Fontana, Gilberto Zorio, Alberto Burri o artistas como Tàpies y Josep Beuys—, con respecto a determinados poderes (el gobierno, la iglesia, la aristrocracia…). La cultura moderna vence, aunque poco a poco, las múltiples funciones y dificultades debidas a los que, tras la máscara de la modernidad, han pensado de un modo reaccionario.
—Desde sus comienzos su obra siempre ha sido revolucionaria, desde aquella exposición en la Galería L’Attico de Roma en 1969, donde expuso doce caballos vivos, o las múltiples acciones que ha desarrollado con pedazos de reses sobre paneles de acero ¿considera que hoy su obra tendría el mismo impacto estético y crítico? Se lo pregunto, porque el arte hoy se ha vuelto una imitación constante de lo que ustedes iniciaron hace cincuenta años.
—Siempre me he preocupado por la cuestión de la vocación artística. Esta vocación puede desarrollarse de un modo progresivo, aunque también puede empezar de un modo repentino, suscitada por sucesos imprevisibles. Eso le pasó a muchos artistas, y eso pasó conmigo. Hoy día el arte se ha convertido más en una fiesta comercial, ves las nuevas galerías, los nuevos espacios para el arte moderno, y cuando sales te quedas vacío, no hay nada de revolucionario, ni mucho menos de talento. Hay más ruido y mucha literatura, ya no hay vanguardia, casi todo es la repetición de un ciclo de ideas que ya se fueron y que tuvieron su sentido hace cincuenta años. Por otra parte, no sé si mi obra primera tendría la misma repercusión, creo que lo mejor es verla desde una retrospectiva general; es más, creo que puede ser de gran utilidad para las generaciones de artistas jóvenes.
—Su obra se caracteriza por dos aspectos claves: la espontaneidad y la certeza de las ideas ¿alguna vez ha tenido miedo de perder la espontaneidad por la razón?
—No, mi obra siempre ha tenido una distancia entre lo espontáneo y el análisis; es decir, establezco una clara diferencia entre las reflexiones que hago en mi taller de un modo espontáneo y lo que hoy día se ha puesto en boga: difundir teorías sobre el arte. No obstante, cuando estoy en el estudio surgen ideas y reflexiones espontáneamente, puesto que no trabajo con un léxico de símbolos.
—Usted me hablaba hace un momento que hay ideas repetitivas en su obra ¿considera que regresar a conceptos pasados enriquece su obra actual?
—Ciertamente hay toda una serie de intenciones y también de polivalencias. Por una parte, ese acto de regresar al pasado expresa tal vez una idea que siempre he querido representar, y que nunca la pude llevar a cabo en su momento. El arte está lleno de ruinas, de evocaciones, de mortalidad, del carácter efímero de la vida. Y eso, en conjunto, estimula a un tiempo a la resurrección o al regreso de las ideas. Ese ir y venir de mi obra actual es un proceso de vital importancia para mí, ya que me levanta de mis propias cenizas, como si naciera de nuevo como artista.
—En una de sus últimas exposiciones en la Galería Nieves Fernández de Madrid, hubo de alguna manera el regreso a los laberintos de acero, a la materia sucia de los años setentas ¿es el levantamiento de sus propias cenizas?
—De alguna manera, te decía hace un momento que me interesa regresar a ideas concretas, pero siempre con un sentido nuevo. Hay que tener una voluntad visionaria del arte, es ahí cuando se habla de la antigüedad del artista, las raíces de construcción de una residen en el tiempo pasado. Quizás por ello me interesa regresar a mi pasado. Me interesa participar de todo, de la mentalidad del opositor y de otros, no me interesa aislarme de nada, ni mucho menos de mi pasado, puesto que lo pienso de manera diferente.
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