Cultura

El Palacio de Cobián, un edificio del Porfiriato que aún es sede de gobierno

Ciudad. El Cobián se encuentra en la colonia Juárez, cuya imagen urbana no deja de transformarse. Año con año se pierden notables ejemplos del eclecticismo arquitectónico de principios del siglo XX. Fue un sitio referente del poder político, económico y de la modernidad por la que transitaba el país, dice Hugo Arciniega

Edificio de la Secretaría de Educación Pública en la Ciudad de México
Edificio de la Secretaría de Educación Pública en la Ciudad de México Edificio de la Secretaría de Educación Pública en la Ciudad de México (La Crónica de Hoy)

El Palacio de Cobián es un edificio construido durante el Porfiriato y aún alberga una secretaría de Estado: la de Gobernación. Eso es relevante porque casi todas las demás han sido reubicadas en sedes más modernas, levantadas durante los sexenios que siguieron a la Revolución Mexicana. El Cobián se encuentra en la colonia Juárez, cuya imagen urbana no deja de transformarse. Año con año se pierden notables ejemplos del eclecticismo arquitectónico de principios del siglo XX. Este suburbio de la Ciudad de México fue un referente del poder político, económico y una muestra de la modernidad por la que transitaba el país, dice el historiador de la arquitectura egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, doctor Hugo Arciniega.

La historia del Palacio de Cobián es importante no sólo porque desde 1911 es la sede de la Secretaría de Gobernación, sino porque es insignia del momento de mayor auge de la Juárez: la colonia cercana al Centro, donde se establecieron las embajadas, habitada por familias encumbradas, que para la segunda mitad del siglo XX se transformó en el ámbito urbano donde la cultura nacional mostraba sus cambios a través de la apertura de galerías, librerías, cines o incluso en las incursiones de los integrantes de la Generación de la Ruptura, en la ya para entonces denominada Zona Rosa, añade el también arqueólogo y miembro del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

El edificio, agrega Hugo Arciniega, fue construido por Rafael García y Sánchez Facio, un egresado de la Escuela Nacional de Ingenieros, y con su distribución interior pretendía satisfacer las aspiraciones del empresario, quien había cambiado su lugar de residencia de Torreón a la Ciudad de México para codearse con la élite que vivía en la colonia Juárez. Con este edificio, Cobián deseaba mostrar su triunfo personal y económico.

Una de las características tecnológicas del edificio es que ya cuenta con estructura metálica, aunque recubierta de mármoles, de tecalli y de cantera blanca. El ingeniero García y Sánchez Facio ya tenía obra importante en la ciudad y experimentaba con diferentes técnicas y materiales constructivos.

En este punto, Hugo Arciniega hace una digresión y dice: “Es importante señalar que son pocos los ejemplos que van quedando de las villas, de los chalets y las grandes residencias que ocuparon las calles de la Juárez, una colonia muy diferente a la que hoy vemos”.

El investigador retoma la historia del Palacio de Cobián y señala que se entregó en 1904. Tenía una casa principal, caballerizas —que aún existen—, un gran jardín trasero, dos accesos: el principal por el Paseo de Bucareli, que presenta algo interesante: una disposición que permite acceder en coche hasta la puerta del vestíbulo principal, porque Rafael García era partícipe de un mundo que estaba cambiando rápidamente. “Esta gran villa propiciaba el disfrute de las vistas de la Cuenca de México y por eso existen las amplias logias, además en su interior había una serie de pasadizos para que el servicio fuera discreto, lo que reflejaba la etiqueta victoriana en el modo de vivir”.

Pero la familia Cobián y Fernández del Valle habitó por muy poco tiempo la entonces villa. En 1906, Feliciano vendió la casa a Gabriel Fernández Someyera, quien se dedicaba a los bienes raíces y era primo de su esposa. Desde 1910 fue adquirido por el gobierno federal. Hugo Arciniega explica que se le denominó “palacio” atendiendo a sus características arquitectónicas: escala, materiales y ornamentación de inspiración renacentista.

—¿Por qué es relevante que la Secretaría de Gobernación siga en ese edificio?

—Una vez consumada la Independencia, México pasó por un tiempo político convulso: guerras, invasiones, el Segundo Imperio, la Restauración de la República, además de severas crisis económicas. Durante ese periodo fue un esfuerzo relevante para los diferentes gobiernos del país levantar edificios para la administración pública. Las arcas públicas estaban vacías y fue hasta el Porfiriato cuando se comenzaron a construir los edificios que serían sede de las diferentes secretarías. Por ejemplo, el que hoy conocemos como Museo Nacional de Arte antes era la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas, y también está el Palacio Postal. En este contexto, llama la atención que una obra contemporánea se mantenga destinada para la administración pública: el Palacio de Cobián. Aunque es importante aclarar que el propósito original fue otro.

Además, después de la Revolución, los gobiernos construyeron sus edificios. Nada querían saber o tener relación con el Porfiriato, ahí está por ejemplo la antigua Secretaría de Salud en la calle de Lieja. Lo interesante de este caso es que la Secretaría de Gobernación se mantiene en su edificio del Porfiriato.  Y más destacable aún es que mantenga el nombre del primer propietario: Palacio de Cobián.

Cuando el gobierno federal adquirió el edificio, lo hizo porque estaba en buenas condiciones, resultaba muy amplio y elegante, por lo que llamaba mucho la atención, estaba bien ubicado por estar cercano al Palacio Nacional, la Cámara de Diputados —en ese entonces en Donceles— y la Ciudadela —entonces cuartel militar—. La primera función oficial que tuvo consistió en alojar a la delegación estadunidense que asistió a los festejos del Primer Centenario de la Independencia Nacional en 1910.

Fue su primer función oficial, ahí estuvo hospedada la delegación norteamericana. Para 1911, el edificio pasó a ser sede de la Secretaría de Gobernación y comenzó una transformación que no alteró demasiado la disposición de la antigua villa de Cobián. En el periodo de José López Portillo se adquirió toda la manzana y se construyeron otros espacios. Es interesante advertir cómo se fueron agregando otras construcciones de época, añade el historiador de la arquitectura.

“En las calles interiores de la colonia había gran variedad de arquitecturas y espacios. Los extranjeros que ahí vivían traían sus tradiciones y las reflejaban en la arquitectura. Era una colonia exclusiva y la más importante y elegante del Porfiriato, desde los sistemas importados empleados en su pavimentación hasta el desarrollo de una novedosa jardinería urbana, en donde el arbolado de las aceras establecía una continuidad con el de los jardines privados. No todas las casas están a eje de la acera, se remeten unos metros para disfrutar de un jardín delantero y eso significaba una innovación urbana. Era un sector donde no se mezclaban funciones como en el resto de la ciudad, es decir, no había talleres ni fondas, sino que fue una de las primeras colonias habitacionales de México. Atendiendo a sus cualidades, ahí se establecieron las embajadas”.

Explica que cada representación extranjera traía a su personal, lo que provocó que se desarrollaran los primeros edificios de departamentos en sentido vertical. Un ejemplo aún puede verse en la calle de Versalles, cerca de avenida Chapultepec, el edificio Pidgeon con su remate característico en forma de aguja.

Lo anterior, añade Hugo Arciniega, refleja el cambio en el modo de vida de las élites nacionales bajo las influencias de todo el mundo. “Esto es lo que significa la colonia Juárez. Además de este sentido de exclusividad, ya que en sus calles vivían los empresarios más importantes del país, a los que José Vasconcelos llamó ‘la aristocracia pulquera’, ahora lo que queda de esa arquitectura constituye una parte muy importante del patrimonio edificado de la Ciudad de México: las espléndidas residencias que presentan diferentes estados de conservación”.

Porque, describe Hugo Arciniega, aún puedes ver los emplomados —vidrios de colores—, fuentes de zinc y todos esos detalles en la ornamentación de las casas. “Es un espacio rescatable no sólo porque queda entre vialidades tan importantes como la avenida de los Insurgentes y el Paseo de la Reforma, una contigüidad que eleva la plusvalía de los lotes, sino porque apenas nos estamos asomando a este patrimonio artístico, esto sin desconocer que ya han sido publicados estudios de muy buena calidad sobre la arquitectura de colonia”.

Esta singularidad arquitectónica hizo que la Juárez fuera muy fotografiada, fue un espacio a explorar para los fotógrafos de la época, entre ellos Guillermo Kahlo, en el que lograron grandes composiciones. A Hugo Brehme le llamaba mucho la atención toda esta variedad de estilos en las residencias. “Esto no pasa hoy con Santa Fe, porque este lugar no es un espacio amigable, no está diseñado para el peatón; en cambio, la Juárez era un espacio para pasear. Una experiencia de habitabilidad revolucionaria para su tiempo”.

Más que un tema de pavimentos, dice Hugo Arciniega, “el tema de la Línea 7 del Metrobús tiene que ver con la afectación a un entorno cultural definido por una secuencia de monumentos que expresan los diferentes proyectos de nación que hemos tenido: los personajes importantes para cada estado de la Federación, los monumentos a Cristóbal Colón y a Cuauhtémoc, la fuente de la Diana Cazadora y, sobre todo, la Columna de la Independencia. Antes esta colección pública abría con la estatua ecuestre de Carlos IV, que ahora ya no está, sino El Caballito de Sebastian. Es una secuencia escultórica única en el mundo. Las glorietas y las franjas de arbolado también era parte de ese proyecto urbano”.

Las arquitecturas que definían a la Juárez constituían una libre combinatoria de épocas y regiones, ya se podían usar modelos renacentistas e incluir torreones góticos, estilos ingleses como el reina Ana, es decir, toda una novedad para la época, agrega Hugo Arciniega. “Eran grandes residencias que evocaban castillos medievales, aunque hubiesen sido erigidas en el XX”.

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