Cultura

El placer de la lectura

Muy pocas veces se considera la opinión de los jóvenes sobre lo que les gustaría leer o no, de acuerdo con sus intereses y motivaciones personales. En pocas palabras, se lee para la escuela y no para la vida.

Muy pocas veces se considera la opinión de los jóvenes sobre lo que les gustaría leer o no, de acuerdo con sus intereses y motivaciones personales. En pocas palabras, se lee para la escuela y no para la vida.

El placer de la lectura

El placer de la lectura

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Que otros se jacten de las

páginas que han escrito;

a mí me enorgullecen

las que he leído.

Jorge Luis Borges

La lectura y la escritura son habilidades básicas que estimulan el aprendizaje de los niños y jóvenes en el ámbito escolar y los capacita para el desempeño laboral y la interacción social, pues está comprobado que quien lee mejor puede asimilar con mayor facilidad otros conocimientos y lenguajes, como son las matemáticas y las ciencias experimentales, según la experiencia en países como Finlandia, Canadá y Cuba.

Pero las buenas prácticas de la lectura y la escritura no solamente representan el testimonio del grado de avance en el nivel educativo de un país, también garantizan el derecho a la educación, a la movilidad social, pues de otra manera amplios sectores de la población permanecerían marginados.

Por eso resultan muy preocupantes los resultados de PISA (Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes), cuyas mediciones del año 2018 en comprensión lectora, matemáticas y ciencias nos ubicaron en los lugares 53, 61 y 57, respectivamente, de una lista promedio de 80 países donde se aplicó la prueba.

Unido a lo anterior, las encuestas aplicadas a partir del año 2000 nos repiten el mismo dato: los mexicanos no leen más de tres libros al año y de este prodigioso número cabría preguntarnos qué tipo de material leen, acaso un libro de autoayuda o de motivación o de cómo triunfar en la vida sin mayores esfuerzos, porque después de todo, no sólo cuenta la cantidad, sino la calidad de los libros.

Frente al diagnóstico precedente, cabe preguntarnos qué ha salido mal en las políticas educativas de nuestro país, las cuales, a partir de la década de los años 20 del siglo pasado optaron por la cobertura universal de toda la población en edad escolar, la alfabetización universal y el fomento a la lectura, mediante la distribución masiva de libros.

En nuestros días, se ha logrado la cobertura de la educación básica (prescolar, primaria y secundaria), para el 2022 se espera hacer lo propio con el bachillerato nacional y, a la vez, se ha reducido considerablemente el analfabetismo; sin embargo, la construcción de un país de lectores no se ha conseguido, por lo menos en los sistemas de gobierno encabezados por el PRI y el PAN y, por lo tanto, cabría esperar un cambio de enfoque en los programas de fomento a la lectura de la presente administración.

Asimismo, en nuestro país la formación lectora ha estado a cargo de las escuelas y su desarrollo se ha vinculado a los contenidos curriculares obligatorios; se lee para elaborar un trabajo escrito, para acreditar un examen o hacer un reporte de lectura, una exposición, etcétera; pero muy pocas veces se considera la opinión de los jóvenes sobre lo que les gustaría leer o no, de acuerdo con sus intereses y motivaciones personales. En pocas palabras, se lee para la escuela y no para la vida.

La conjetura anterior tiene enormes consecuencias, pues sucede que, al concluir sus estudios formales, muchos jóvenes abandonan la lectura y se refugian en una serie de pasatiempos que muy poco, o nada, tienen que ver con los libros. De ahí la importancia de resignificar esta habilidad para convertirla en una parte sustancial de la vivencia cotidiana.

El teórico francés Roland Barthes supuso que el placer de la lectura integra a los lectores en un contexto cultural que los hermana y les otorga identidad, gracias a la convivencia y reconocimiento de lo diverso y lo semejante; mientras que el gozo del texto implica saborear la desnudez de las palabras, disfrutar el ritmo y la sonoridad que entrañan las frases, los párrafos y, en fin, la construcción verbal. El placer, en este sentido, es una práctica hedonista, que se refugia en las zonas vacías y muertas, propias del ocio, donde se rompe todo contacto con la realidad, para acceder a un espacio ficticio, gobernado por la imaginación y la fantasía.

Esta postura implica resignificar la figura del lector, pues no se trata solamente de un “leedor” o traductor de significados, o de un ser productivo, sino de una persona “amorosa” y creativa; capaz de dar voz y nuevos significados a las obras que lee; ya que, como lo considera el filólogo español Dámaso Alonso, las obras literarias no fueron compuestas para los especialistas, sino para el deleite de los lectores comunes, capaces de revivir la emoción que subyace en el tejido textual.

Y Juan García Ponce suponía que si “los libros hablan es que alguien los lee, alguien en el seno del silencio, separa su voz y se dispone a escucharla”, en consecuencia, la lectura pone en movimiento la escritura, y la obra que se reanima con la energía del lector adquiere múltiples sentidos, porque, agrega el novelista mexicano, “ningún libro ha sido leído dos veces de la misma manera.”

Así, el acercamiento, y a veces la comunión entre el lector y la obra sólo se produce cuando hay un interés vital que justifique, incluso, la propia existencia; pues, como decía Mallarmé “el mundo existe para concluir en un hermoso libro”, y ese libro no es uno sino la pluralidad de las obras que están cifradas en las constelaciones del universo.

Un país de lectores sólo será posible si se fomenta el placer de la lectura, el gozo de las palabras y el deseo textual, porque todo deseo nos mueve a la acción, a la búsqueda de aquello que nos hace falta para enriquecer nuestra existencia.

La lectura más allá de la escuela nos debe animar como a aquellos amantes que al leer una carta de amor, dice Mortimer J. Adler “leen cada palabra de tres modos; leen entre líneas y en los márgenes; leen el conjunto de vocablos de las partes […] perciben el color de las palabras, el aroma de las frases, y el peso de las oraciones”; porque la lectura es una actividad no exenta de pasión.