
El cineasta estadunidense Matt Reeves confirmó con El planeta de los simios: La guerra, que está hecho para cosas serias. Dio un digno final a la franquicia para tomar el espíritu de las primeras entregas en un intenso filme que reflexiona sobre el instinto, la misericordia, la venganza y la lealtad.
“¿Qué es lo que caracteriza una civilización? ¿Es el genio excepcional? No. Es la vida de cada día, de todos los días...”, escribió el escritor francés Pierre Boulle en su novela El planeta de los simios (1963), que se adaptó a la pantalla grande en 1968, bajo la dirección de Franklin J. Schaffner.
La película sorprendió en ese momento, por presentar un personaje potente no humano, o por darle el giro al tema de la invasión extraterrestre en la cual ahora eran los hombres los que llegaban a un lugar extraño. Pero sobre todo se convirtió en un clásico del séptimo arte por su profunda crítica sobre la falta de humanización, la autodestrucción de los seres humanos, la poca consciencia de una visión ecológica y sobre la intolerancia religiosa a la ciencia.
Una película en la que los simios son los villanos de la función, por comportarse como los humanos. Este argumento lo han recogido otros cineastas tanto para aumentar la franquicia, como para darle una nueva lectura. Del mismo modo en que sorprendió en 1968 la primera película, ocurrió con el reboot El origen del planeta de los simios, que lanzó 20th Century Fox bajo la dirección de Rupert Wyatt, y posteriormente retomó Matt Reeves en La confrontación. En este último filme el realizador dio muestra de una habilidad para elaborar una trama que pudo haber caído en lo redundante, en cambió entregó una excelente reflexión sobre la diplomacia y el poder.
Esa película hablaba sobre como una raza de simios evolucionados, comandados por César (Andy Serkis) comparte la tierra con seres humanos que no han podido sobrevivir a una enfermedad devastadora provocada por los simios. Un encuentro entre dos grupos de ambas razas provoca una pelea para la cual César usa su razonamiento para entablar una tregua de paz, sin embargo el descubrimiento de un armamento humano los lleva a una batalla de vida o muerte, provocada por una lucha de poder entre César y otro simio llamado Koba.
En la película que llega este fin de semana a las salas mexicanas, hay una guerra declarada entre un grupo armado, comandado por un brutal coronel (Woody Harrelson) y los simios que luchan con sus instintos más oscuros en una búsqueda por vengar a su especie. Una impresionante secuencia inicial de una emboscada al campamento de César da inicio a la epopeya, en la cual no solo hay una guerra que pone en juego a las especies sino también al planeta.
En esta historia, el cineasta Matt Reeves no solo retoma el alma de la novela de Boulle y su crítica a la civilización, sino que se aventura a darle un carácter épico y serio. La película no entra al montón de filmes de ciencia ficción, que en la actualidad brillan por los increíbles niveles tecnológicos (en este filme es sensacional la textura y naturalismo que alcanza), sino que además encuentra su trascendencia emotiva, filosófica e intelectual.
El filme retoma la paradoja de “los simios son humanos y los humanos simios” como un modo de mostrar que no somos “seres espirituales”. Es un filme sensacionalista, y no lo niega. Vuelve a utilizar, como en filmes anteriores, algunas tesis bíblicas como que la tragedia humana reside en la caída desde su verdadera naturaleza u otras parábolas. Y es ahí donde encuentra su épica: en la poética del instinto.
No solo las actuaciones son brillantes, sino que además tienen a personajes complejos que justifican su raciocinio. La música es fundamental compañera de la emotividad; la fotografía es estupenda, secuencias de acción impresionantes y hasta tiene chispazos de humor. De ahí nos vamos al caso particular de Serkis, que demuestra su maestría como actor en esta era digital.
El planeta de los simios: La guerra, es un filme que supera con creces toda expectativa. Una de las grandes sorpresas del año, que no solo los hará emocionarse y cuestionará, sino que también los pondrá felices como changos.
Directora: Ry Russo-Young (Estados Unidos, 2017)
En 1993, se estrenó Groundhog Day (en México conocida como Hechizo del tiempo), de Harold Ramis, en la cual Bill Murray daba vida a un meteorólogo frustrado que no paraba de vivir el mismo día. Es un filme sensacional. Esa idea de estar atrapado en el tiempo fue retomada por la escritora Lauren Olivier, en Si no despierto, que lleva el mismo nombre de su adaptación, con la excepción de alejarse de la comedia para contarnos un drama juvenil: En principio el 12 de febrero es sólo otro día en la acomodada vida de la joven Sam, pero resulta que va a ser el último, intentando revivir su último día durante un tiempo, Sam intentará desentrañar el misterio alrededor de su muerte y descubrir lo que está en peligro de perder. Es curioso que la cinta, después de todo no deje un mal sabor de boca, porque resulta fundamental el mensaje del valor de la vida, aunque es indefendible en su poca calidad estética y actoral.
Director: Steve Carr (Estados Unidos, 2016)
Rafe Khatchadorian empieza la secundaria y el instituto le parece una cárcel. Animado por su “amigo” Leo el Silencioso, se propone romper todas las normas que rigen el comportamiento de los alumnos, en un nuevo instituto, dirigido por el implacable director Dwight (Andy Daly). Los retos que se impone son cada vez más arriesgados, pero en algún momento Rafe tendrá que enfrentarse a realidades que lleva evitando desde hace tiempo... y pues sí, ya no hay más. Podría decirse de este filme que sería recomendable por el tema para los menores, sin embargo sería una grosería en sí misma el exponer a los pobres niños a un humor tan estúpido como el de esta historia. Es el tipo de comedia infantil que piensa que los niños son bobos, con personajes patéticos y clichés estadunidenses. “Casi sorprende el giro final”, ese que es idéntico al de otra película de terror austriaca.
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