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El poeta perseguidor y el bandido rebelde: así cayó Santanón

En 1910, los periódicos más importantes del país ganaron en sofisticación: el esplendor de las fiestas del Centenario, los muchos visitantes extranjeros, eran señal de modernidad, de cambio, de progreso afortunado, traían consigo muchas historias qué contar. Los asuntos internacionales ganaron espacio y la sabrosa nota roja fue a dar a las páginas interiores.

El poeta perseguidor y el bandido rebelde: así cayó Santanón

El poeta perseguidor y el bandido rebelde: así cayó Santanón

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Era enorme: medía un metro con 96 centímetros, como asentaría el certificado de defunción que extendieron las autoridades veracruzanas en octubre de 1910. Esa estatura, poco usual entre los mexicanos de la época, había convertido a Santana Rodríguez Palafox en “Santanón”, sobrenombre por el cual se le conoció en todo el país, y especialmente en territorio veracruzano, sitio de sus operaciones: fue, probablemente, el bandido más notorio de aquel año excepcional, conocido por sus golpes sonados y por su crueldad y violencia a la hora de someter a sus víctimas. Tuvo Santanón un detalle singular que lo hace único en la historia criminal mexicana: es, hasta la fecha, el único delincuente que ha tenido por perseguidor a un poeta de fama reconocida.

Insólita combinación: el bandido, terror de los caminos y las haciendas veracruzanas, se encontró, de repente, con que Salvador Díaz Mirón, ave de tempestades, bronco diputado y poeta aplaudido, anunciaba que se lanzaría al Sotavento veracruzano, respaldado por una compañía de guardias rurales, y con la plena seguridad de que, a poco, podría anunciar, con orgullo, la captura del maleante, que para mediados de 1910 era una molestia, debido a su fama y su violencia, para el gobierno porfiriano que se esmeraba en la organización de las conmemoraciones de los cien años del inicio del movimiento independentista. ¿Cómo era que, en este civilizado barullo, lleno de embajadores, enviados especiales y solemnes ceremonias, un desvergonzado asesino se atrevía no solo a cometer fuertes robos y horribles crímenes, sino que, según los rumores, formaba parte de una guerrilla a la que no eran ajenos los alborotadores anarquistas apellidados Flores Magón?

En la historia del bandido Santanón se entrecruzan hilos complejos, signos inequívocos del agotamiento del régimen porfiriano y de fenómenos locales que ya auguraban el estallamiento de los movimientos que llamamos Revolución. Otro rasgo distintivo de Santanón: no fueron muchos los salteadores de caminos y haciendas que pudieran ostentar un nombramiento de comandante militar extendido, nada menos, que por el Partido Liberal Mexicano.

Cuando Salvador Díaz Mirón anunció que partiría hacia Veracruz para darle caza a Santanón, no se trataba de una extravagancia, ni de un arranque que después se convertiría en algunos poemas más o menos afortunados. Este hombre peculiar, voluntarioso y con vocación por el duelo, picaba más alto. Acaso de aquella inesperada campaña, obtendría, si tenía éxito y don Porfirio miraba con buenos ojos el asunto, la candidatura a gobernador de Veracruz. ¿Por qué no tentar a la suerte, ganar mejor espacio político, y, encima, conseguir fama de héroe?

Tales eran las ideas que bullían en la cabeza de Salvador Díaz Mirón en la primavera de 1910.

EL TIGRE DE ACAYUCAN

Santanón se hizo un delincuente famoso en los primeros meses de 1910. Su zona de operaciones, el Sotavento veracruzano, era una región que necesariamente llamaba la atención de propios y extraños: era Veracruz parte de la ruta de viaje hacia la ciudad de México, y resultaba de lo más irritante que muchos viajeros, diplomáticos e invitados a las fiestas del Centenario se enteraran que un bandido sanguinario era una de las personas más populares de la región, porque gustaba de asaltar algunas prósperas haciendas.

Muy revueltas andaban aquellas tierras desde hacía rato. En 1906 había ocurrido una rebelión en la zona de Acayucan, protagonizadas por milicias de origen magonista y encabezadas por Hilario Salas y Cándido Donato Padua, quienes, en algún momento del verano de 1910, trabaron conocimiento y amistad con Santanón. Fueron ellos quienes encaminaron al bandido famoso por la senda de la conciencia revolucionaria y rebelde al orden porfiriano, y fue a través de ellos que, en septiembre de ese año, se le extendió el nombramiento de comandante.

Para entonces, Santana Rodríguez Palafox era ya famoso y temido: la violencia de algunas de sus fechorías le había dotado de otro sobrenombre: “El Tigre de Acayucan”, y, ciertamente, se lo había ganado a pulso. En los papeles que de su persecución se conservan, se consignan algunos de sus golpes más sonados y otros, que, siendo menores, la inquietud popular y la furia de las autoridades, no dudaron en achacárselos también.

En junio de 1910, se afirmaba que había sido Santanón quien, en el mes de marzo, mató a tiros a un desdichado vendedor que se movía a bordo de su barca por el río San Juan, y que respondía por Julio Mendoza. A Mendoza lo había matado a sangre fría, delante de su esposa, y había robado cuanto de valor había en la barca. Tal hecho lo reportaba el corresponsal de El Imparcial en el mismo mensaje, recibido en la ciudad de México, en el cual daba cuenta del asalto sufrido por el caporal de la hacienda El Coyotito, don Laureano Álvarez, quien, sorprendido en su casa, recibió tres balazos.

Tal vez, si Santanón no hubiera decidido aventurarse en la hacienda Bella Vista, ubicada en los linderos de Veracruz con Oaxaca, no se habría hecho tan famoso. Pero el bandido, a la cabeza de una cuadrilla de 16 cómplices, había llegado, con modos brutales a la hacienda. Ahí, se apoderó de todo lo que se le antojó, y luego procedió a interrogar con violencia al administrador de la finca, un alemán llamado Roberto Voigt. Aquel hombre se convirtió en la víctima más famosa de Santanón. El ladrón quería saber dónde estaban las armas, el dinero, lo más valioso de Bella Vista. En mala hora, el honesto Voigt resistió los golpes y los maltratos: exasperado, Santanón sometió al alemán a tortura: con una navaja de gran filo, le causó numerosas y pequeñas heridas. Acabaría matándolo, pero antes de eso, disfrutó atormentándolo. La esposa de Voigt también fue atada y maltratada; los mozos de la hacienda que intentaron defender al alemán y a su mujer, fueron acabados a tiros. En vista del poco fruto que había rendido el “interrogatorio”, Santanón y sus hombres desvalijaron por completo la hacienda y se llevaron todo lo que de valor habían encontrado.

Oscura jornada fue aquella, pues, no contento Santanón, dirigió a sus hombres hacia otra hacienda llamada Pomona, donde repitió el ataque. Encañonó al administrador de Pomona, un caballero de probable origen extranjero llamado Guillermo Guinger, a quien le arrebataron 4 mil pesos, producto de una venta, recién cerrada, de un centenar de cabezas de ganado.

El pánico cundió en la región. Los propietarios de dos haciendas, Taveo y Santa Isabel, cerraron las fincas y se marcharon del estado. Si Santanón no tenía reparos en atacar extranjeros, las inversiones de la zona estaban en serio peligro. Trascendió, como se diría hoy, que varios estadunidenses, inversionistas en la región, miraban con molestia la situación. La prensa capitalina convirtió a Santanón en el Tigre de Acayucan, que no respetaba a nada ni a nadie, y que sembraba el terror lo mismo al más humilde que al más adinerado. Muy pronto se supo de sus relaciones con los cabecillas que se habían sublevado en 1906.

Era Santanón ya una celebridad, molesta para el gobierno veracruzano, a cargo de Teodoro Dehesa, un asunto de lo más incómodo para el gobierno federal, atareado en demostrar que México era una nación civilizada y en el camino del progreso, y toda una oportunidad de escalar para Salvador Díaz Mirón

POETA CAZABANDIDO

Díaz Mirón, famoso por atrabancado, buscapleitos y duelista, quería progresar: afín al vicepresidente Ramón Corral, afirmó en público que él, con el respaldo de una buena fuerza de rurales -que estaban bajo la autoridad directa de Corral- podría lograr lo que las tropas del incompetente gobernador Dehesa no habían conseguido.

La situación pintaba propicia: no sería tan difícil agarrar al bandido, pensaba el poeta que había tenido en su haber posiciones de diputado local y federal. Una vez que se consiguiera la meta, bien podría aspirar a una candidatura, a competir contra Dehesa, que deseaba reelegirse. ¿Qué podía salir mal?

“La noticia parece absurda pero es exacta”, decía con sorna El Imparcial, en primera plana, al dar la nota del anuncio de Díaz Mirón. “Conocidos son de todo el mundo los arrebatos del celebrado poeta, que siempre se ha mostrado amante de las aventuras peligrosas”. Armada la maleta, hecha la labor con la gente del vicepresidente, Díaz Mirón agarró camino para jalapa, y de ahí, con sus rurales, se lanzó a la sierra, en busca del bandido.

A pesar de que el poeta se lo tomó con mucha seriedad, fueron muchos los que, en Veracruz y en la capital, se lo tomaron a una puntada enloquecida, a una ocurrencia delirante de un tipo que, no obstante lo talentoso, no hallaba cómo llamar la atención en un año lleno de sucesos inolvidables.

A Díaz Mirón le escribieron poemas burlones, le escribieron notas escépticas. Con mucho sentido del humor, El Imparcial, donde tenía buenos amigos en los más altos niveles, se ocupó de dar cuenta de las andanzas del acelerado poeta, para entretenimiento y diversión de los lectores, que no descartaban un azar afortunado que terminara en la victoria del literato metido a cazador de maleantes.

La verdad es que la persecución resultó más ardua de lo que Díaz Mirón calculó. Contra sus esperanzas, se percató de que Santanón se había convertido en un personaje de folletín, cuyas emocionantes aventuras, burlando a su perseguidor, eran seguidas con pasión por los lectores de periódicos. La gloria a la que aspiraba el poeta se demoraba en llegar, y algunos versitos escritos por plumas perversas, se daban vuelo pintándolo aterrorizado, trepado en una palmera.

Fastidiado, Salvador Díaz Mirón arrojó la toalla y se regresó a sus poemas y a su grilla legislativa. Lo que son las cosas y los caprichos de la diosa Fortuna: a las pocas semanas de que el poeta se marchara, dejando a los rurales encargados de la misión, la tropa entró en combate contra Santanón y sus hombres, y en la refriega mataron a ocho bandidos. Cuando pasó el encarnizado enfrentamiento, se dieron cuenta de que uno de los cadáveres era el del legendario bandolero.

El rural de mayor rango era un cabo primero que respondía por Francisco Cárdenas, quien se apresuró a hacer llegar, a Jalapa y a la ciudad de México, el correspondiente parte militar. Santanón estaba muerto; ya no asolaría el Sotavento.

Como era de esperarse, la noticia ocupó la primera plana de muchos periódicos, se mereció corridos y hojas volantes. El Imparcial, con una buena dosis de mala fe, publicó el parte con la firma de Cárdenas. Díaz Mirón se encogió de hombros: la gloria llegaría en algún otro momento.

EPÍLOGO OSCURO

El humilde cabo Francisco Cárdenas fue ascendido a mayor por el mérito de haber matado a Santanón. El hombre se esforzó por mejorar en el cuerpo de rurales, aunque lo cierto es que, a principios de 1913, se mantenía en la posición que su hazaña veracruzana le había ganado. Se volvería a hablar de él y mucho en los oscuros días de la Decena Trágica y el derrocamiento del gobierno legalmente constituido: fue Francisco Cárdenas quien, la noche del 22 de febrero disparó, por la espalda, contra el presidente Madero, y lo mató de un par de tiros en el cráneo. Lo demás se sabe: Cárdenas no volvería a vivir en paz.