
“Nunca fui muy bueno en la escuela, siempre me costó trabajo poner atención en las clases, mis padres siempre me decían inútil y jamás me apoyaron cuando les dije que quería ser musico”, comenta Abraham, joven de 30 años, quien con ayuda de su chelo sobrevive a esta pandemia de coronavirus.
Desde que amanece hasta que anochece, el joven músico pasa sus días recorriendo las calles de la ciudad, las esquinas son su escenario y los transeúntes el público.
Los dedos de las manos los tiene completamente llenos de ampollas, pero eso no le impide tocar a la perfección la Sonata para Cello en Do Mayor de Beethoven; asegura que es una de sus favoritas.
Aunque también toca el piano, el bajo, el violín y la guitarra, señala que el chelo es su instrumento favorito pues lo aprendió a tocar después de la muerte de sus padres.
Aunque no tiene un techo dónde refugiase ni familia con quién contar, Abraham afirma que jamás se ha sentido solo; la única compañía que necesita es la de su violonchelo.
Ante la crisis provocada por la pandemia, el joven comenta que la música es el mejor remedio para cualquier mal. “No se necesita entender como un experto, sino saber cómo recibir o transmitir la belleza de cada composición”, comenta Abraham, “yo, por ejemplo, lo único que necesito para ser feliz es una esquina en donde pueda dar mi siguiente concierto”.
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