
Donar sangre o darle de comer a los estudiantes que se manifiestan contra el gobierno de Daniel Ortega en Nicaragua es una declaración política de guerra, ¿por qué resuena la consigna “Ortega y Somoza son la misma cosa”? o qué mirada tienen los abuelos nicaragüenses, que ven a sus nietos esquivando balas, esos son temas que aparecen en el libro Volcánica, de Sabrina Duque (Ecuador, 1979).
La ganadora de la Beca Michael Jacobs de Crónica Viajera 2018 cuenta que en un inicio su libro narraría la relación de Nicaragua con sus volcanes; sin embargo, el 18 de abril de 2018 vio cómo los nietos de la Revolución Sandinista se manifestaron contra el presidente Ortega y cómo el gobierno usó la violencia para apaciguar las manifestaciones.
“La explosión del país fue la que cambió mi libro. Estaba escribiendo crónicas de viajes cuando comenzaron las protestas del 18 de abril, al día siguiente empezaron a matar gente y caímos en una espiral de asesinatos. Supe que el libro que estaba escribiendo ya no iba más”, comenta.
Pasaron dos meses y “la degradación seguía”, añade la autora, quien encontró en ese momento el ritmo de sus 12 crónicas publicadas, con un prólogo de Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2017, por la editorial Debate.
“Tenía escrita la parte donde se habla del bosque, de los volcanes, de por qué el Momotombo nunca tuvo otro nombre, pensaba en la valentía de los frailes y cuando empecé a ir a los pueblos vi que se estaban enfrentando al mal con el valor de su fe pero el mal no era la lava, eran balas”, señala.
Duque escribe en Volcánica que donar sangre a los heridos es una acción política, ¿qué otros actos de solidaridad se transforman en Nicaragua?, se le pregunta.
“Había gente que se juntaba para hacer comida y dársela a los estudiantes porque esos niños, de 18 y 20 años, estaban atrincherados en la universidad y sin nada. Entonces había amigas mías que hacían arroz, frijoles, gallo pinto y tortillas para llevarles a los chicos, pero había que hacer una cadena clandestina entre unas y otras para que alguien cercano llevara esa comida”, narra.
Entregar comida a un grupo de estudiantes, agrega, no es un acto político ni debiera ser penado.
Sabrina Duque comparte otra historia: “Un hermano de una persona que conozco pasó por la universidad y les llevó agua a los jóvenes. Te estoy hablando de un señor que vive del diario y que hizo un acto de solidaridad, de ser humano a ser humano. Pero los vecinos del comité sandinista supieron lo que hizo, porque todo mundo es vigilado, y le quemaron su negocio”.
La autora añade: “no puedes darle de comer al hambriento ni darle de beber al sediento porque resulta que es conspirar contra la patria, según el gobierno”.
— En las crónicas reiteras: Ortega y Somoza son la misma cosa…
— Es una frase que se repetía mucho en las marchas y tiene que ver con la dinastía familiar porque Anastasio Somoza García le pasó el poder a su hijo Luis Somoza Debayle (años 60), el país era una monarquía. Ahora Daniel Ortega va contra la Constitución porque no se puede reelegir el presidente y ningún pariente se puede postular pero su esposa, Rosa Murillo, es la vicepresidenta.
ETERNIDAD. En Volcánica las crónicas de Duque abarcan desde la formación geológica hasta la historia de la revolución sandinista, por ello se le pregunta a la autora: para escribir crónica sobre Nicaragua ¿es obligatorio referirse al fuego y a la revolución?
“Pensé el libro para huir de la Revolución Sandinista, no quería saber nada de eso ni de Rubén Darío porque me parecían temas cliché. Pero la coyuntura me llevó a esto, me encuentro con los nietos traicionados por el abuelo que se ha convertido en un dictador”, señala.
— ¿Las crónicas son apuntes para la historia?
— La crónica nos ayuda a entender situaciones porque no es una disciplina tan estricta como la historia y a los cronistas nos falta mucha distancia para tener más procesos de pensamiento y entender la coyuntura en una escala más global. Creo que una crónica bien escrita sí es un texto literario y es imperecedero.
— ¿Cómo conociste a Sergio Ramírez?
— En 2015 cuando fui finalista del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo porque era parte del consejo rector. Cuando me fui a vivir a Nicaragua había dos personas que conocía: Fernando Chamorro y Sergio Ramírez, pero en plan de admiración. Después, asistí al Festival Centroamérica Cuenta, donde nos conocimos en otras circunstancias.
“Sergio tiene una enorme generosidad, usa su nombre para impulsar la literatura Centroamericana y hoy sólo él tiene ese gran proyecto regional”, responde.
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