Opinión

Estudiar es un oficio

Gilberto Guevara Nebla
Gilberto Guevara Nebla Gilberto Guevara Nebla (La Crónica de Hoy)

Claro, el alumno no recibe un salario, pero sí está obligado a trabajar en su materia. Nadie escoge libremente ser estudiante. Se estudia bajo la coacción de los adultos. No es un oficio fácil. Cualquier buen alumno lo sabe: el estudio reclama esfuerzo, disciplina, concentración, lucidez y reflexión. El buen estudiante, para serlo, ha de sufrir.

Las siguientes son reflexiones que tomo de Philippe ­Perrenoud, Métier d’éléve et sens du travail scolaire (1994). Hubo una época (todavía hoy ocurre, pero por excepción) en que los niños y jóvenes, para subsistir, tenían que realizar trabajos físicos: había entonces niños obreros, niños artesanos, niños campesinos, etcétera. Hoy el medio de subsistencia de la mayoría de los niños y jóvenes es el estudio.

El estudiante tiene que poner lo mejor de sí mismo para satisfacer las expectativas de los adultos y prepararse para ser un buen oficiante del estudio. Pero: ¿ir a la escuela es para vivir o para prepararse para vivir?

Las pedagogías activas pretenden unir estudio y vida; las pedagogías tradicionales insisten en sostener que lo principal es “pasar la materia” —o el grado.

Es cierto que algunos alumnos no quieren aprender y se contentan con hacer los gestos del oficio: simulan estudiar; también, por otro lado, hay maestros que llegaron a su posición no por vocación sino por otras circunstancias y ejercen su trabajo con disgusto: simulan enseñar.

El alumno ejerce un trabajo determinado, reconocido o tolerado socialmente y del cual obtiene sus medios de existencia. Es un trabajo estructurado y permanentemente observado: se realiza en un espacio determinado y con medios de trabajo determinados. Los resultados se miden y se juzgan por un tercero.

Un recurso permanente son las recompensas o castigos externos (calificaciones, reconocimientos, sanciones, promociones) que inducen una visión utilitarista del trabajo: se estudia en pos de objetivos prácticos, para obtener la calificación o el grado. Pero es frecuente que el maestro perciba en el alumno un cierto malestar que insinúa una violencia contenida.

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La verdad es que algunos estudiantes no aman la escuela, se aburren en ella, sienten que no les aporta nada y la experimentan como una imposición. Dice Perrenoud (1994): “Los alumnos comparten, con los prisioneros, los militares, las personas internadas o los trabajadores más desprovistos, la condición de aquellos que no tienen para defenderse contra el poder de la institución y de los jefes sino medios como la astucia, el repliegue sobre sí mismos, el fingimiento”. El ejercicio intenso del oficio puede acarrear efectos perversos que llevan al alumno al autoengaño o al engaño de los demás. 

El sentido del oficio de estudiante se adquiere de acuerdo con las personas y los contextos. Los primeros grados de escuela son decisivos para conquistar la independencia relativa ante la familia, la cual se reafirma al final de la escuela primaria y principios de la secundaria. El estudiante se mueve entre esos dos mundos. El estudiante no es mensajero fiel y neutro, él se desempeña como un actor social entre esas dos realidades y utiliza dicha posición para su ventaja.

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