
Las inusuales alianzas partidistas y el desarrollo de la primera fase del proceso electoral federal de 2018 nos dicen que México se dirige hacia un nuevo sistema de partidos. El país que saldrá de las urnas el próximo 1º de julio no soporta, ni corresponde, a la alineación partidista que se había presentado, con pocos cambios, desde hace tres décadas.
El PRI afronta tal vez el reto electoral más difícil de su historia. El PAN y el PRD no podrán salir incólumes de una alianza que los desdibuja en términos ideológicos. Morena ya no se comporta como partido de izquierda: atrapa todo lo que su dirigente considera que le puede dar votos.
Hay quien supone, como Jesús Silva-Herzog, que el resultado será un esperpento: “partidos más débiles e incoherentes… y tan sucios como ahora”. Hay quien, en cambio, imagina el retorno a un bipartidismo con bandos claramente diferenciados, ya no entre derecha e izquierda, sino entre nacionalismo e integración internacional.
No puedo ser ni tan pesimista ni tan optimista. Y tengo que agregar, aunque parezca obviedad, que todo dependerá del resultado electoral.
Quien marca la ruta del cambio de sistema partidista es Andrés Manuel López Obrador. Su conversión al pragmatismo extremo, su viraje —que lleva años— desde la izquierda al nacionalismo puro, su capacidad para concitar alrededor suyo a personajes disímbolos, pero unidos en la ambición, está generando un vehículo político-electoral con enorme capacidad de succión. Mientras mejor le vaya a la coalición que encabeza AMLO, mayor será la capacidad de succión de este vehículo, que tiene piloto y dueño, pero que no podrá ser visto, en el mediano plazo, como un instrumento meramente personal.
Está clarísimo que, en caso de triunfo morenista, la succión mayor correrá a costa de lo que quede del PRI. Recordemos que, trascendido el tiempo de la ideología, el tricolor es fundamentalmente un partido para la administración de poderes: locales, regionales, sindicales, clientelares. El proceso ha comenzado y la resistencia del PRI a esta succión dependerá de qué tanto poder local pueda mantener. El escenario de una derrota generalizada en las elecciones para gobernador y en las legislaturas locales podría generar una desbandada histórica. Es por ello que el tricolor está luchando con todo para evitarlo.
Aún si se diera el caso de que Morena no se hiciera con la Presidencia, es de suponer que tendrá resultados lo suficientemente positivos como para presentarse como una opción de actividad política ante grupos grandes de priistas. Ahí están el viejo nacionalismo revolucionario, la añorada disciplina, la promesa de prebendas.
En otras palabras, Morena se alista para convertirse en un referente político en los años por venir. Su principal problema en el futuro será conciliar puntos de vista diferentes. Por ahora basta con lo que diga Andrés Manuel, pues los fieles sólo tienen una cosa en mente: que gane las elecciones. De ahí que sean capaces de las mayores marometas retóricas para tragarse las contradicciones cada vez más obvias.
Como la suerte electoral del Frente es una incógnita, tampoco puede quedarnos claro el futuro de los partidos que lo forman. Sabemos, eso sí, que Dante Delgado y su Movimiento Ciudadano seguirán maniobrando por su lado y para sus intereses, y para ello lo importante es mantener el registro, un número suficiente de votantes para ser atractivos y capacidad de negociación.
El problema está en el futuro del PAN y del PRD. Acción Nacional abandonó, con Anaya, a una parte del partido. Podríamos decir que es una parte sectaria, profundamente conservadora, más cercana a la estabilidad de pacotilla que tenemos, que a la “brega de eternidad” de Gómez Morín. Pero también hay que señalar que ésa es parte del alma panista de las últimas décadas. Margarita Zavala puede tener una visión estrecha de lo que significa ser panista, pero evidentemente encarna los valores de una parte del partido. Es posible que el zavalismo (por llamarlo de alguna manera) no termine por “recuperar” el PAN, pero sea el germen de un partido conservador de relevancia marginal.
Al PRD, por su parte, le ha costado trabajo sobrevivir sin caudillos. Es un problema genético: nació alrededor de un personaje carismático y creció a la sombra de otro. Ahora, sin ellos, tiene que forjarse un camino colectivo, y no le ha sido fácil. Entre las corrientes, el corporativismo (menguante, pero todavía claramente existente), y una histórica incapacidad de discusión colectiva, su tránsito hacia el centro-izquierda lo ha debilitado. Además, la posibilidad de perder su bastión capitalino amenaza con asestarle un golpe que obligaría a cambios radicales.
Si el Frente llegara a triunfar en la elección presidencial —es decir, si la campaña del PRI no funciona—, y aún si se conformara el famoso gobierno de coalición, el hecho es que la alianza ya ha cambiado a los principales partidos coaligados. No es fácilmente pensable la supervivencia, tal cual del PAN (despanizado) o del PRD (deslavado), pero sí sería posible un proceso en el que ambos partidos transformados fueran convergiendo hacia un polo que se enfrentaría al del nacionalismo (o del populismo). En otras palabras, formar un nuevo partido.
Este mismo proceso podría darse, pero de manera más atrabancada y con pérdidas notables, en caso de una derrota “honorable” del Frente. Si la derrota fuera contundente, entraríamos en un periodo de pulverización de esas dos opciones, con resultados impredecibles en el corto plazo.
¿Y el PRI? Demasiado a menudo se ha cantado en este país la muerte del dinosaurio. Se ha subestimado su capacidad de regeneración y la capacidad de sus operadores para negociar y avanzar posiciones. Es capaz de sobrevivir a la derrota, a partir de las redes locales de poder. Ya lo hizo una vez, en 2006; ahora tendría menos espacios, pero lo ayuda su gran capacidad de adaptación. En caso de una victoria de Andrés Manuel, tal vez tendríamos un PRI “morenizado”, pero actuante.
Falta, además, ver el efecto que tendrán las candidaturas del Bronco y del Jaguar sobre el sistema de partidos. Por ahora no se ven señales de importancia.
A lo que voy con este ejercicio es a señalar que no hay manera de que el sistema que conocimos continúe, pero, como todavía no nace la creatura, no sabemos bien a bien cuáles son sus características. De que nos va a parecer rara, no quepa duda. Pero de ahí a que sea un monstruo, mejor nos esperamos y, en el camino, intentamos que no salga tan horrorosa como algunos la han pintado.
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