Opinión

La demagogia en tiempos del coronavirus

La demagogia en tiempos del coronavirus

La demagogia en tiempos del coronavirus

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

José Antonio de la Peña *

“El mayor peligro no es el virus en sí. La humanidad tiene todo el conocimiento científico y las herramientas tecnológicas para superarlo. El problema realmente grande son nuestros propios demonios internos, nuestro propio odio, codicia e ignorancia”.

Yuval Harari en una entrevista con la Deutsche Welle.

Estamos viviendo momentos que nunca habríamos imaginado como sociedad ni en México, a nivel local, ni en el creciente número de países que están haciendo frente a la pandemia de COVID-19. Nuestras vidas y nuestra forma de entender el mundo han cambiado de un día para otro, y el miedo es la atmósfera que nos rodea.

La situación mexicana es particularmente delicada y confusa: delicada pues el país mostraba desde hace tiempo síntomas de caída en el ritmo de producción que se han acentuado durante la contingencia epidemiológica; confusa, debido a la cantidad de contradicciones y medias verdades que nos llegan a diario desde el centro del poder político en México. Pero en ese punto, el país se puede sentir acompañado por grandes y poderosos: los Estados Unidos, Rusia, Brasil, países cuyos líderes por desconfianza en la ciencia e ignorancia, comenzaron las medidas de defensa contra la expansión del coronavirus demasiado tarde.

En mayor o menor grado, estos países sufren la diarrea declarativa de sus líderes, que sin control declaran hoy lo que habrán de negar mañana; y logran algo que todos los días parece imposible: auto superarse en hacer una declaración más torpe que el día anterior, en proponer cosas más absurdas y dañinas para su pueblo, al que dicen amar y defender a toda costa. Así, Trump decide suspender pagos a la Organización Mundial de la Salud a media pandemia, como antes ya lo hizo a la ONU con motivo del calentamiento global, fenómeno del que también descree. Por su parte, México, cuyo gobierno tuvo ocasión de comenzar la reclusión general dos meses más tarde que otros países y no se cansó de asegurar que el país estaba bien preparado para el embate de la enfermedad,

antes de descubrir que no teníamos mascarillas de protección ni para una semana, ni medicinas, ni ventiladores suficientes. El asunto de los ventiladores merece especial atención: se consiguen ventiladores con un gran sobre precio, vendidos por el hijo de un secretario de estado; al quite entra la directora del Consejo de Ciencia y Tecnología que promete los ventiladores en un tiempo razonable y no estuvieron listos, la culpa la tiene, según ella, el marasmo neoliberal en que México estuvo sumergido durante decenios. La única ventaja es que la corrupción y el neoliberalismo son etapas superadas en México, por decreto del presidente López Obrador. Otro asunto es la extinción de fideicomisos esenciales para la subsistencia de la cultura y a ciencia en México. Una semana, desaparecen los fideicomisos de la ciencia, a la semana siguiente desaparece el fideicomiso que sustenta el cine. La reacción no se hace esperar, pero sólo un hombre de gran peso como Guillermo del Toro consigue que se revire esta cancelación. En ciencia, nuestro peso viene del prestigio de las instituaciones académicas que nos respaldan, a las que, sin embargo, con cierta frecuencia los políticos ignoran, como en el caso del giro de nuestro país hacia la energía contaminante, carbón y combustóleo, condenado por todo mundo, pero de las querencias del presidente.

Finalmente, el gobierno insta a los ciudadanos a permanecer en sus casas. Sin embargo, para el sábado 28 de marzo, el movimiento de personas en Ciudad de México había disminuido en sólo 30%. Si los mexicanos no han recibido el mensaje, podría ser en parte culpa del mensajero en jefe que desoye las recomendaciones de su propio equipo.

Mientras tanto, nuestra cuarentena parece alargarse infinitamente mientras recorremos a tientas el camino de salida, pues nuestras autoridades no dieron información suficiente de cómo contar nuestros muertos y ellos (las autoridades, se entiende) tampoco saben contarlos. Uno de los problemas con estos números, es el uso del programa “centinela” con el que se cuentan los decesos en forma subrepresentada (por un factor de entre 8 y 25, según quién declara y la hora del día). Otro problema es el muy escaso número de pruebas para coronavirus que se han realizado en México: 65 pruebas por millón de habitantes (además de las dificultades para conseguir —aun pagando—, la prueba). Contradictoriamente, en una entrevista con El País, los responsables locales de la OMS-Organización Panamericana de la Salud señalaron que “en México se hacen test sin dejar a ningún sospechoso sin él”.

* Investigador Titular del Instituto de Matemáticas, UNAM. Miembro de El Colegio Nacional y del Seminario de Estudios de Seguridad, Inteligencia y Gobernanza del ITAM.