
+Yo amo una Patria universal,
sin límites y sin fronteras
Cualquier problema que involucre al Río Bravo —o Río Grande— del Norte, debe ser un asunto de pronta, recta, útil, equitativa e inmediata solución en todas las facetas de su existencia —geográfica, biológica, económica, social, antropológica y política, entre otras—, para que siga cumpliendo a plenitud la histórica función que la naturaleza le dio.
Desde hace más de siglo y medio, el río Bravo ha sido parte esencial de nuestra frontera con los Estados Unidos, mediante el sostenimiento permanente y estable del reparto del 60 por ciento del caudal que México le cede al vecino, quien con anterioridad a nosotros desarrolló una agricultura muy variada y de gran calidad, sin necesidad de incrementar la dotación del líquido vital.
Aunque no de igual manera, la agricultura mexicana también se fue extendiendo a partir de la franja fronteriza hacia el sur y todo marchaba en orden y tranquilidad, hasta que de escasos años a la fecha, comenzó a ocurrir que por circunstancias ajenas a la voluntad humana, el caudal del río que nace unos 500 kilómetros al norte de la Unión Americana, comenzó a disminuir y a repartir sus negativas consecuencias igual hacia el sur que hacia el norte.
Obviamente, a ninguna de las partes afectadas ese fenómeno natural ha provocado ni siquiera sonrisas, pero —y pese a tratarse, insisto, de un fenómeno natural— Washington ha venido insistiendo con creciente presión en que Ciudad Juárez mantenga sin disminución la cuota del 60 por ciento, que significaría para nuestro país la pérdida de casi la totalidad del porcentaje líquido que le pertenece; prácticamente desaparecería la agricultura mexicana a lo largo de los más de mil 500 kilómetros que recorre el río desde Ciudad Juárez, Chihuahua, hasta las costas tamaulipecas del Golfo de México.
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