
La esencia de las personas no se encuentra sólo en los rasgos de su rostro y taparlo no significa perder la identidad. Una máscara se utiliza para poder exteriorizar el interior, es decir, se busca un personaje o se incorporan elementos que ayuden a mostrar un comportamiento real sin ser juzgado y poder adquirir fuerza, explicó Mario Edgar Badillo Sosa, director de la Galería Eugenio, también conocida como el Palacio de las máscaras.
Mario Badillo pertenece a la tercera generación de anticuarios de máscaras mexicanas, cuya colección actualmente oscila entre las 4 mil y 4 mil 500 máscaras —aunque han llegado a tener más de 13 mil 500—, que se resguardan en una casona del siglo XIX ubicada en Allende 84 del Centro Histórico de la Ciudad de México.
La mayor parte de las máscaras siempre tendrán orificios en los ojos para que podamos ver a los otros, y para que los otros sean capaces de ver lo más expresivo de nuestra cara. Cada una de ellas posee una esencia, según la cual puede ser utilizada en un rito, danza o carnaval, así como en algún deporte o en cuestiones políticas, explicó en entrevista. “La máscara tiene valor en todos los ámbitos de la vida”.
En México se dividen entre tradicional y popular, señaló. “La tradicional es la típica de danza, ritual o hecho de la región, mientras que la popular tienen que ver con el sincretismo de la zona en el que se incorporan elementos naturales propios del lugar.
“Influye mucho la flora y fauna de la región de la que es el indígena porque utilizan materiales propios del lugar. Hay máscaras que se hacen con semillas, cuernos de animales, palma y madera, entre otros materiales”.
Históricamente, la máscara puede dividirse en tres etapas: la prehispánica, la colonial y la contemporánea, no obstante, Badillo resaltó que existen subdivisiones que se relacionan con características propias de cada pieza.
“En nuestra cultura las máscaras surgieron principalmente por una cuestión fúnebre y no cualquiera las portaba ya que eran símbolo de jerarquía. La máscara fúnebre no tenía rasgos detallados por el material, barro o piedra, pero trataban de elaborarla incorporando rasgos del difunto. Después se hicieron otras técnicas que permitieron mayor semejanza con la persona que iban a enterrar, pero por lo regular sólo tenían los orificios de los ojos, nariz y boca”.
No obstante, resaltó, hay algunos registros anteriores de que se utilizaba para una cuestión de caza o un totemismo, es decir, agarrar elementos de algún animal para poder ahuyentarlos o cazarlos. Muchas de estas máscaras se perdieron durante la época de la Colonia pues se pensaba que portarlas era cuestión de herejía y su uso podía tener castigos como una multa monetaria, azotes o quemarse en la hoguera junto con la máscara.
Hoy en día, esta tradición sigue existiendo en la mayoría de los estados y principalmente en Guerrero, Michoacán y Oaxaca. Sin embargo, Mario Badillo señala que Guerrero es la entidad federativa con más diversidad de máscaras por la influencia de los estados con los que colinda.
“La máscara, depende cómo la veas, puede ser extremadamente exigente de lo que es normalmente una de arte popula,r sin que llegue a ser una obra de arte o una máscara más desarrollada de arte popular”.
El anticuario destaca que la elaboración de máscaras en nuestro país no es un trabajo documentado ni de interés pues se desconoce el valor que tiene poseer una máscara de algún rito o danza y conocer su historia.
Durante los 20 años que Mario lleva al frente de este negocio iniciado por su abuelo, quien fuera patrón de artesanos, señala que en nuestro país la máscara más buscada es la danzada o bailada. “Estas máscaras fueron utilizadas en un rito, carnaval o alguna festividad. Además, hay máscaras usadas por nietos, papás y abuelos, las cuales se llaman generacionales y traen una carga tanto mística como familiar”.
— ¿Hay alguna máscara específica para un médico, curandero o para combatir la enfermedad?
— Existe la máscara ritual que tiene un cigarro en la boca y simboliza la marihuana como elemento de reunión usado como analgésico. Es de la época de principios del siglo XVIII (1730 -1735) y representa el rito de fumarla para poder sanar algún dolor o llevarte a otro plano y poder bajarte efectos de la enfermedad.
La máscara ritual tenía que ser utilizada por el curandero o por quien tenía la capacidad para sanar y por lo regular había un rito previo para que se pudiera tallar, portar y utilizar.
Esta máscara se puede confundir con la máscara de los Manueles que es una cuestión españolada. También hay máscaras donde tienen la boca chueca, las cuales se tallaban para enfermedades psicomotrices, que ahora podemos ver como embolias en los que se va el rostro de lado.
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