
El escritor César Aira señala que la telenovela también es fuente de la literatura y por eso su novela La Liebre tiene un final con base en la estructura del culebrón: el naturalista inglés, Clarke, encuentra a su verdadero padre: Cafulcurá, el cacique mapuche.
En entrevista, durante su visita a México, el autor argentino habla de su escritura, ésa donde cabe todo y no es un tratado de erudición, sino una forma de diversión para los lectores, de cómo hoy los escritores no escriben por placer, sino para tener vigente el carnet de su profesión y obtener privilegios o premios y asegura que “no debemos tomarnos en serio lo que dicen los escritores, porque la literatura no tiene una función social”.
Definido como un ermitaño en su país y uno de los escritores más influyentes desde hace cuatro décadas, el autor de Cómo me hice monja dice que le frustra un poco cuando las críticas a su obra van siempre buscando esos elementos ideológicos, filosóficos o sociológicos e históricos. “Mi intención sólo es el placer de relatar y la mayor satisfacción que tengo como autor es que alguien me diga que gozó con la lectura y la historia, que se dejó llevar por mis locuras y delirios”.
El goce es escribir, añade, y dice que “si tomo un tema filosófico o lo que sea, lo hago para variar el ángulo del gusto por escribir”.
En este punto se le pregunta por qué los escritores buscan premios, reconocimientos, ser las figuras y responde: “Creo que son pocos los escritores a los que realmente les gusta escribir. A otros les gusta ser escritores porque eso les da identidad social, privilegios, viajes. Buscan tener el próximo libro y publicarlo y así tener el carnet de escritor vigente”.
Aunque explica que hay que publicar, “porque si no el juego sería algo patológico. En mi caso, aunque no lo busqué, hubo equilibrio entre el placer de escribir y la publicación. Si no tienes respuesta del lector, ese placer se agota”.
—En tu obra no hay ese sesgo de mostrar un mundo de conocimientos.
—No tengo intención de que mi obra sea erudita, de decir grandes verdades, sólo cuando conviene al relato para que fluya la historia. Tampoco hay que tomarse muy en serio lo que decimos los escritores, porque para nosotros si suena bien, está bien. Muchas veces me citan y recuerdo una: “La verdadera tarea del escritor es transformar el mundo en mundo”. Me dicen: qué profundo, explíquenos eso. ¡No sé! Me pareció que sonaba bien la frase.
Porque la literatura no tiene ninguna función social real, cuando intentas dársela, es que te estás saliendo des ésta, yendo al periodismo, a la filosofía o la ética. Podríamos preguntarnos qué función social tiene la obra de Mozart. ¡Ninguna!, y es injusto pedirle a la literatura, como arte, lo que no se le pide a las otras artes.
Pero también la literatura se ha quedado muy atrás de las otras artes, como la música y la plástica, que han experimentado más y son más radicales, hay rupturas e innovaciones. En las letras, cuando intentas hacer eso, terminas en un callejón sin salida y tienes que volver atrás. Todas las innovaciones literarias terminan donde empiezan. Una novela escrita hoy tiene la misma estructura que las de Balzac, porque la narrativa no ha variado.
La verdadera innovación viene más bien en términos de sabotaje: hacer algo que parezca una novela convencional, como esta Liebre, cuya estructura la hace convencional, pero está soboteada por dentro con elementos raros. Esto tiene que ver con mi método de escritura que es la improvisación: no hago un plan del relato de lo que voy a escribir, sino trato de dejar algo en la niebla para dejarme influir por cosas que van pasado en mi vida, con las lecturas o cosas que veo en la televisión y puede pasar algo hoy o mañana y entra en el relato.
—Esta novela me remite a una telenovela, porque su final es: encontró a sus papás.
—Sí, tiene el clásico final de una telenovela: yo soy tu padre, soy tu madre. Esta novela la escribí a partir de una vaga idea de un naturalista inglés que va en busca de un animal rarísimo. Ahí descubrí que me convenía decir que los personajes, entre ellos Clarke, eran adoptados, porque si uno es adoptado tiene un padre verdadero, que es el biológico en algún lado, entonces empecé con uno, luego con otro y así sucesivamente y cuando llegué al final anudé estos hilos sueltos y Clarke conoce a su padre: Cafulcurá, el cacique mapuche.
El placer de leer las novelas de aventuras que teníamos en la infancia, hoy lo buscamos en el cine, en las series de moda, las telenovelas y todos estos culebrones venezolanos, mexicanos y argentinos. Todos van a un punto central que es la identidad, porque los temas son el hijo no reconocido que descubre quién es; los gemelos, representados por el mismo actor y donde uno es bueno y el otro malo… son los temas básicos que van al punto de la identidad y algún sociólogo o científico tendrá que explicar por qué es así, pero la telenovela también es fuente para la literatura.
—¿Cómo analizas la literatura actual?
—Creo que está un poco floja, justamente fui jurado de un premio importante en español para darle un reconocimiento a un escritor o escritora por su obra y fue difícil encontrar una de esas grandes figuras continentales. Estuvimos deliberando cinco jurados y coincidimos que el único que se acercaba a esa categoría era Fernando Vallejo. No quedan más. Y esto se ve en la literatura mundial. Basta ver a quiénes les dan el Premio Nobel que son de segundo plano, de tercer plano. Ya no hay figuras como Faulkner, Beckett…
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