
Como lector, siento una afinidad especial por las novelas que relatan cómo se maquinan las conspiraciones. Los pasos tras bambalinas que preparan el ataque, la invasión o el golpe de Estado. En Chicago tuve la oportunidad de estudiar cómo se fraguaron algunas operaciones encubiertas en América Latina y los resultados son una lección para quienes sentimos atracción por la narrativa del complot. Un caso clásico fue la fallida intervención en Bahía de Cochinos. Un desastre como presunta conjura. Por otro lado, algunos hechos se recrean como confabulaciones que desembocan en la frontera de la ficción. Los magnicidios son un ejemplo: el asesinato de Kennedy o el de Julio César. Más que una maniobra estratégica, el complot es una estructura narrativa (un modo de organizar los acontecimientos, que de otra manera serían inescrutables).
En sus memorias, Martin Amis afirma que el inconveniente con la vida es que no tiene trama; casi sin tema, con sesgos predecibles y de un material informe. Lo que significa que, a diferencia de los géneros literarios, no es una tragedia, tampoco una comedia, mucho menos una farsa. A veces no supera los devaneos de un melodrama. La existencia no incluye instrucciones de uso ni dispositivos en caso de emergencia. A diferencia de lo que relatan los mitos griegos, el destino no está escrito y la carencia de un argumento predestinado en nuestras vidas causa sentimientos encontrados. Mientras algunos opinan que la indeterminación es el principio de la libertad, otros buscan refugiarse en los relatos religiosos o ideológicos para no hundirse en la desesperanza.
Este rodeo existencialista es un pretexto para abordar el tema de las conspiraciones, como el arquetipo para analizar las redes del poder. Karl Popper refutó esta interpretación con una hipótesis sencilla. Ante lo inexpugnable del azar y lo aleatorio de las coincidencias, la teoría del complot es un mecanismo psicológico de defensa. Nada teme más el ser humano que el sinsentido de la casualidad. El vértigo de imaginar que, aquello que sucedió, pudo no ocurrir. La intriga ordena el complejo e incierto devenir de una existencia contingente y le otorga sentido.
El origen de esta manera de concebir la realidad se encuentra en las narraciones míticas de Homero. Todo lo que ocurría en Troya era fiel reflejo de diversas conspiraciones en el Olimpo. “La teoría conspiracional de la sociedad es justamente una variante del teísmo, de una creencia en dioses cuyos caprichos y deseos gobiernan todo”. ¿Cómo procede? Primero anula la participación de los dioses y los sustituye. “Para luego preguntar: ¿quién está en su lugar? Su lugar lo ocupan entonces diversos hombres y grupos poderosos, grupos de presión siniestros que son los responsable de haber planeado la gran depresión y todos los males que sufrimos… El teórico de la conspiración creerá que es posible comprender totalmente las instituciones como el resultado de designios conscientes; y en cuanto a los colectivos, habitualmente les asigna un tipo de personalidad de grupo y los considera como agentes conspirativos, como si fueran personas”. La teoría del complot se origina en el pensamiento mágico. Crea novelas fascinantes, pero nunca aclara la complejidad del mundo.
Agrego dos reflexiones para sospechar de todo recurso literario que evoque el complot para elucubrar sobre el desorden del poder:
1. La vida dista mucho de alcanzar la perfección, pero el eje narrativo de la conjura se sustenta en un orden implacable e impecable. Nada tan humano como errar y malograr. Las maquinaciones conspirativas simulan un mundo libre de confusión, errores y malentendidos. Nadie que se tome la molestia de organizar un evento con algún grado de complejidad podría aceptar que el complot es un recurso infalible.
2. Cuántas personas participan en la conspiración. No dudo que en la historia existan testimonios reales de conjuras exitosas y fallidas. Pero justo la participación de garganta profunda refuta la teoría del complot como una manipulación que ocurre bajo un pacto de silencio y secreto.
Bien advierte el profesor Sunstein: mala idea es combatir a los profetas del complot, cuanto más esfuerzo se dedica a refutar una teoría del complot, más se refuerza entre los devotos.
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