Miguel León Portilla y la Leyenda del Alacrán
En noviembre de 1958, a unos meses de que viera la luz su libro más difundido (Visión de los vencidos), el joven historiador Miguel León Portilla publicó también el texto que a continuación reproduzco, en la Revista de la Universidad Nacional dirigida por Jaime García Terrés.
Dos años antes se había doctorado con todos los honores con una tesis sobre la filosofía náhuatl. Y en el transcurso de un trienio, publicaría, además de la tesis de doctorado, otros cuatro títulos, todos en la imprenta de la UNAM: un libro con siete ensayos sobre cultura náhuatl (1958); un estudio sobre los ritos, sacerdotes y atavíos de los dioses prehispánicos (1958): uno más breve de divulgación sobre el pensamiento náhuatl (1959); y su libro más difundido —y el más venido hasta ahora en la historia del catálogo de la UNAM— sobre las relaciones indígenas de la conquista (1959).
Además del texto que aquí presentamos, publicaría otras seis colaboraciones largas para la revista de la UNAM entre 1956 y 1958. El nivel de productividad del joven historiador nacido en 1926 —de poco más de treinta años de edad en aquel entonces— es impresionante. En recuerdo del gran historiador mexicano que ha muerto a los 93 años, rescato este texto:
Quienes se interesan por nuestro pasado prehispánico suelen preguntar si en el mundo náhuatl existían narraciones que pudieran asemejarse a las fábulas de las culturas indoeuropeas. He aquí una posible. La llamaremos la leyenda del alacrán.
En ella se refiere la suerte de Yappan, hombre que existió en uno de los soles, o edades anteriores a la nuestra. Supo Yappan que al terminar el sol, o período de tiempo en que vivía, él habría de ser, según su destino, transformado en alguna especie de animal. Y para ganarse la benevolencia de los dioses, se apartó a hacer penitencia sobre una peña llamada tehuéhuetl: tambor de piedra.
Pero los dioses comprendieron que si Yappan se mantenía fiel a su penitencia, observando castidad, al llegar el cataclismo que acabaría con ese sol o edad, y al consumarse por tanto el destino de Yappan, éste se convertiría en alacrán venenoso capaz de matar a cuantos picase. De otro lado, si el penitente quebrantaba su abstinencia, cuando se volviera alacrán su picadura no sería necesariamente mortal.
La leyenda prosigue relatando cómo fue tentado Yappan, su pecado con la forastera XochiquétzaI y su transformación en colótl (alacrán). Pero Yappan y Xochiquétzal no son los únicos personajes que aparecen en acción. Encontramos también a Yáotol, “el enemigo” siempre al acecho de Yappan; a Tlahuitzin, “la encendida”, mujer del penitente, así como a la diosa Citlalcueye “la del faldellín de estrellas”, la cual aparece al fin impartiendo justicia.
La leyenda del Alacrán, recogida de labios de los indios a principios del siglo XVII por el bachiller don Hernando Ruiz de Alarcón (hermano del célebre dramaturgo), es una pequeña joya de la literatura náhuatl prehispánica. Conservada parte en náhuatl y parte en la versión castellana de don Hernando, guarda todo el sabor y la forma de composición de los antiguos textos nahuas del mundo prehispánico.
Ofrezco en seguida mi versión de aquella leyenda. Dividida en cinco tiempos o cuadros, casi se diría el meollo poético de una pieza dramática; o mejor, de un drama coreográfico.
IEn aquella primera edad,
cuando eran hombres los que
ahora son animales,
había uno cuyo nombre era Yappan,
Por mejorar su condición
en la trasmutación que sentía cercana;
por aplacar a los dioses
y atraer su benevolencia,
dejó casa y mujer,
se apartó a hacer penitencia
en abstinencia y castidad,
y habitó sobre una piedra
llamada tehuéhuetl, tambor de piedra.
Perseverando Yappan en su pretensión,
Lo supieron los dioses,
le pusieron por guarda a otro, llamado Yáotl, “el enemigo”.
En ese tiempo Yappan fue tentado por algunas mujeres,
pero no vencido.
Con esto, las dos diosas hermanas,
Citlalcueye y Chalchicueye,
sabiendo que Yappan había de ser
convertido en alacrán,
previeron que, si mantenía
aquella pureza, una vez
convertido en alacrán
mataría a cuantos picase
y procuraron remedio a
este peligro determinando
que Xochiquétzal, su hermana,
bajase a tentar a Yappan.
IIDescendió Xochiquétzal
al lugar donde estaba Yappan,
y le dijo:
“Yappan, hermano mío,
he venido, yo, tu hermana,
yo, Xochiquétzal,
vengo a saludarte,
vengo a cumplir contigo el ministerio de la mujer.”
Yappan respondió:
“Has venido, hermana mía,
Xochiquétzal”,
“He venido”, dijo ella,
“¿Por dónde subiré a la piedra?”
“Espera”, dijo Yappan,
“que voy allá”.
Entonces subió Xochiquétzal,
cubrió a Yappan con su huipil,
y él faltó a su promesa.
Y esto aconteció
por ser Xochiquétzal forastera,
diosa que venía de los cielos,
de los nueve travesaños
que están sobre nosotros.
IIIY Yáotl, que estaba de guardia,
vio esto y dijo luego a Yappan:
“¿No te avergüenzas,
sacerdote Yappan,
de haber quebrantado tu propósito?
Por ello, durante todo el tiempo
que has de vivir en la tierra
nada bueno harás,
ningún buen oficio habrás de cumplir.
Te llamará la gente cólotl, ‘el torcido’,
pues yo aquí te doy tal nombre;
y advierte que te has
de convertir en cólotl,
alacrán; y lo serás.”
Luego le cortó la cabeza,
y se la echó a cuestas:
por eso tomó Yáotl el nombre
de “el carga cabezas”: Tzonteconmama.
Ya descabezado, Yappan
convirtióse luego en alacrán.
IVSe fue después Yáotl
en busca de la mujer de Yappan
llamada Tlahuitzin, “la encendida”.
Yáotl la puso en la piedra
donde su marido transgredió,
y luego le dijo:
“Sabe, Tlahuitzin,
que por mandato de Citlalcueye,
que para ello me envió,
te he traído aquí,
donde pecó tu marido
y yo corté su cabeza.
Si acaso fuiste tú la causa
de que él te abandonase
emprendiera su retiro,
asimismo, cortaré la tuya.”
y luego le cortó la cabeza a Tlahuitzin,
y ella se convirtió en alacrán
se fue, por debajo de la piedra,
adonde estaba su marido,
vuelto también alacrán.
Y pues era el nombre de ella Tlahuitzin,
que quiere decir “la encendida”,
por eso hay alacranes colorados.
VY llegando ya el tiempo
de la trasmutación de
los hombres en animales
y de los animales en hombres,
Yáotl se fue con Xochiquétzal
a dar cuenta de todo a Citlalcueye.
Enterada la diosa,
determinó que los picados de alacrán
no tuvieran necesariamente que morir,
pues el alacrán, cuando era Yappan,
había transgredido.
Y ordenó Citlalcueye
que Yáotl no quedase
tampoco sin castigo,
por haber obrado así con Yappan.
Por haberle cortado la cabeza,
y echándosela a cuestas,
debió convertirse en Tzonteconmama (o sea, en langosta);
que quiere decir “carga cabeza”,
pues parece que va cargada,
porque sólo puede andar a saltos:
como que lleva consigo, a cuestas,
la cabeza de Yappan.
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