
En nuestro país, como en muchos otros en vías de desarrollo, ciertos fantasmas se resisten a desaparecer. Dos de ellos son la intolerancia y la discriminación, los cuales se manifiestan en una de sus más deleznables expresiones: la homofobia. Muchas personas de mi generación crecimos educados para rechazar y condenar a mujeres y hombres que revelaban una preferencia sexual distinta a la de la mayoría, a los cuales considerábamos anormales y hasta “antinaturales”.
Respecto a este tema, el diario El País publicó un artículo que me ha conmovido hasta lo más íntimo. En él, nos relata la historia de Miren. Los padres de una niña trans de cinco años en el País Vasco enviaron una carta a otros padres de su escuela para describir el proceso y la decisión de la niña de adoptar el género femenino. En una de sus partes más sensibles, los padres dicen a otros padres: “Este viernes, 4 de mayo, Miren va a dejar de ser Miren solo en casa: también va a ser Miren en la ikastola (centro educativo en vasco), en la plaza, en el parque, en el cine..., y en los lunes de otoño que llueva, y los jueves de invierno que nieve”. Los padres supieron de este proceso cuando su hija les comentó que ella se percibía como niña. Relatan la forma en que afrontaron dudas y cuestionamientos, pero también la manera en que, por encima de dichos sentimientos, mantuvieron un ambiente de afecto y respeto a sus elecciones y al ritmo en que su amada hija ha querido manifestarlas.
Los padres señalan que ha sido ella quien ha decidido qué hacer durante el proceso. Al principio, sólo se manifestaba como niña cuando se sentía protegida, en espacios seguros. Pero con el tiempo, dar a conocer su decisión ante sus compañeros de clase la hizo “la persona más feliz del mundo”. En la carta, los padres han reconocido la apertura del colegio durante esta etapa y piden a la sociedad “que la traten como lo que es y quiere ser: una persona normal y feliz”.
Ciertas partes de la misiva no tienen desperdicio y así las relata el artículo en cuestión. “‘Le pusimos de nombre Jon y le traspasamos la ropa de su hermano, y no la de su hermana… ¡Cómo no íbamos a equivocarnos si le asignamos su sexo fijándonos únicamente en sus genitales!’”, detallan. A pesar de ello, reconocen que se dieron cuenta ‘muy pronto’ de su equivocación. ‘No sabríamos precisaros exactamente cuándo, si al año, al año y medio o a los dos años, pero muy pronto vimos, supimos y comprendimos que Jon, como le llamábamos entonces (y como le hemos estado llamando hasta hace escasos días), era una niña. Una niña con pene, es cierto. Ni la primera ni la última. Pero una niña’”.
“‘Ni neska naiz’ (Soy una niña). Los padres de Miren jurarían que esta fue la primera frase con sujeto, verbo y predicado que construyó su hija. ‘Una frase que no ha dejado de pronunciar un solo día desde entonces, y habrán pasado ya unos tres años... o más’, precisan. ‘En todo este tiempo, y tras superar las lógicas dudas iniciales, siempre hemos visto y querido a Jon como una niña, pero hemos respetado sus ritmos y sus tiempos. Si a los mayores en ocasiones nos cuesta tanto decidir qué zapatos ponernos o dónde ir de vacaciones, cómo no le va a costar a una niña de cuatro o cinco años decir a todas las personas que conoce que están equivocadas, que ella no es un niño sino una niña, y que si tiene pitilín porque hay otras muchas niñas que también lo tienen, del mismo modo que hay niños que tienen vulva, y que a partir de ahora quiere que la llamemos por su verdadero nombre, que es Miren, y no por el que por error le asignaron su aita y su ama…’”
Esta historia nos da una impresionante lección, no sólo de tolerancia, sino de verdadero amor incondicional y espero que sirva para que muchos padres en nuestro país que viven atormentados por situaciones similares y que se resisten a aceptar y respetar a sus propios hijos, lo hagan. Pero también a millones de hombres y mujeres que siguen instalados en atavismos, rechazando a personas con preferencias sexuales diferentes.
Ahora, esta historia se sitúa también en un marco de derechos y garantías para quienes toman una decisión sobre su género y preferencias sexuales. Naciones Unidas señala que el enfoque para entender estas decisiones desde los derechos humanos es observar que la identidad de género se basa en la experiencia de una persona con su propio género. Las personas transgénero tienen una identidad que es diferente del sexo que los padres y el Estado les asignaron al nacer. El derecho al reconocimiento legal de esta identidad ha sido uno de los retos que diversos países enfrentan.
En 2011 nuestra Constitución incorporó la prohibición a discriminar por género y preferencias sexuales; y a la fecha 30 estados han incluido este combate a la discriminación en sus constituciones. Posteriormente, la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación fue reformada en 2016 para incluir la responsabilidad federal para crear acciones de inclusión. Sin embargo, estas leyes aún no se traducen en comportamientos en la sociedad.
Según Conapred, cuatro de cada diez personas no estarían dispuestas a que en su casa viviera un homosexual o lesbiana. Por otra parte, 42 por ciento de mujeres trans, 38 por ciento de hombres trans y 39 por ciento de mujeres lesbianas expresan haber sido víctimas de discriminación en el espacio público; mientras que 7 de 10 personas LGBTI se han sentido discriminadas en espacios educativos y 43 por ciento de las personas LGBTI considera intolerante a la policía mexicana.
Desde 1990, el Día Internacional de la Lucha contra la Homofobia se conmemora el 17 de mayo; el gobierno mexicano adoptó esta fecha en 2014 para establecer un posicionamiento para combatir la homofobia con políticas públicas. El gobierno del presidente Peña Nieto emitió el Programa Nacional para la Igualdad y No Discriminación 2014-2018; éste busca integrar la igualdad como criterio en los servicios de salud, educación y procuración de justicia. Sin embargo, en 2016 Presidencia emitió una iniciativa para garantizar el matrimonio igualitario en el artículo 4°, misma que no prosperó en el Congreso.
Pareciera que historias como las de Miren suceden en un ambiente de respeto a los derechos humanos y a la libertad para tomar decisiones. Si bien estas libertades están plasmadas en nuestra legislación, la sociedad, a mi modo de ver, aún debe adoptar un ambiente de respeto a quienes adoptan decisiones diferentes a las que han sido tradicionalmente aceptadas. Todo un reto.
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