
La segunda mitad del siglo XIX fue, en México, escenario de duelos detonados por las más variadas causas; todas iban hacia un mismo problema: el honor herido, la dignidad lesionada. Pero esos ataques se materializaban en los más distintos asuntos: un artículo en alguno de los periódicos de la época, una frase pronunciada al calor de una polémica, un comentario fuera de lugar o con una dosis de ironía o de agresividad mal calculada. Eso explica que, militares aparte, los protagonistas de muchos de aquellos duelos fueran personajes, grandes y chicos, en la república de las letras.
La capital entera se fascinaba con los duelos y con los sucesos que les daban origen. Algunos incluso resultaban asuntos de interés colectivo, pues tenían que ver con los pequeños y grandes escándalos de aquellos días. Uno, en particular, mereció notoriedad, no sólo por el duelo en sí mismo, sino porque, su publicación en un periódico, mereció ser considerado “el primer reportazgo” (nombre que hace 130 años se daba a los reportajes) del periodismo mexicano. Su autor fue Manuel Caballero, a quien muchos especialistas consideran el primer reportero mexicano, en el sentido contemporáneo del término, y le permitió “ganar una nota”: la de un sonado duelo entre el general Sóstenes Rocha y el general Antonio Gayón, que se pretendió librar en privado y acabó siendo material de primera plana.
Una vez más, lo que realmente aconteció en el sitio de Querétaro, una década atrás, fue material polémico. El periodista Ángel Pola acababa de publicar una entrevista con el general Mariano Escobedo, donde se revelaba que el coronel Miguel López había facilitado la caída de la ciudad por instrucciones de Maximiliano. Los ánimos se calentaron. La alta jerarquía militar del país, esa misma que se había ganado los galones en el campo de batalla de la guerra de Intervención, se vio obligada a tomar partido y dar por buena la versión que redefinía al coronel López como un traidor. Uno de tantos periódicos del momento cayó sobre el general Gayón, al que le exigió públicamente declarar si López entraba en el padrón de las infamias históricas. Al responder Gayón afirmativamente, se detonaron muchos chismes que llevaron al pobre militar al campo del honor.
Se dijo que el debate acerca de López había llevado a Gayón a pelearse con el general Rocha ¡nada menos que en una cantina! Lo cierto es que el general Rocha era propietario de un periódico, El Combate, y desde allí respondieron, descalificándolas, a las declaraciones de Gayón, quien en esos momentos era funcionario público: Jefe del Departamento de Infantería de la Secretaría de Guerra. Cuando Gayón se enteró de la publicación, renunció a su cargo y envió sus padrinos a retar a Sóstenes Rocha, como cabeza y propietario del periódico.
Los padrinos de uno y otro general cumplieron con su cometido, pues sabían bien que nadie podría disuadir a los militares confrontados. Así, se pactó: El duelo se llevaría a cabo el 19 de septiembre de 1887, con pistola. Pero todos los involucrados acordaron no revelar fecha, sitio y hora del encuentro.
Claro que eso no fue obstáculo para un reportero tenaz.
Al seguir a uno de los contrincantes, Caballero dio con el sitio del duelo: el cuartel de La Libertad. Obviamente, el periodista no podría entrar. Pero inventiva era lo que le sobraba.
Dio varias vueltas en torno al cuartel. Llamó a la puerta de una finca contigua, y haciéndose pasar por “Policía secreta”, en “misión especial”, subió a la azotea de la construcción, que, por ser de dos pisos, permitía ver lo que ocurría en el patio del cuartel. Así, con los binoculares que usaba para el teatro, Manuel Caballero pudo ver los detalles del duelo: miró cómo se lanzaba un peso al aire para escoger las armas, cómo avanzaron 30 pasos para girar y disparar; cómo Gayón recibió un rozón en el primer tiro, y aun así exigió continuar. Pero Sóstenes Rocha, generoso, insistió en que cargaran la pistola de su contrincante para que pudiera tener una oportunidad más.
Conmovidos, padrinos y médicos insistieron y por fin lograron que el duelo se diera por terminado.
Pero el reportero Manuel Caballero ya tenía su nota, que fue publicada al día siguiente.
El duelo se pactó para llevarse a cabo en Tlalnepantla: ambos duelistas fallaron el primer tiro, lo que, al paso del tiempo, se interpretó como que nadie quería herir a nadie. Volvieron a cargar las armas y dispararon. Sierra pareció mirar a otro lado, no queriendo apuntar. En cambio, el tiro de Ireneo Paz, hombre maduro, antiguo campeón de tiro, atravesó la frente del joven Sierra.
Durante décadas, Justo Sierra lamentó la muerte de su hermano, treintañero apenas, y no vacilaba, si la ocasión se presentaba, en referirse al “asesino Ireneo Paz”. Quienes conocieron al abuelo del Nobel Octavio Paz, contaba cómo, en su vejez, recordaba a aquel muchacho, al que mandó al otro mundo de un solo tiro.
Hasta personajes tan distintos a Ireneo Paz, como Manuel Gutiérrez Nájera, el famosísimo Duque Job, fueron, en algún momento, duelistas. En 1893, Gutiérrez Nájera, que escribía su columna “Plato del Día”, bajo el seudónimo de “Recamier” desafió a su amigo cercano, Gonzalo Esteva. El problema es que Gutiérrez Nájera era más diestro con la pluma y la copa de champaña que con la espada o la pistola. Su contrincante, al contrario, era buen tirador y excelente esgrimista.
Los padrinos de Esteva intentaron negociar un duelo a espada, para que, al primer rasguño, el enfrentamiento se diera por saldado. Pero los representantes del Duque Job se negaron en redondo: querían duelo de a deveras y con pistola. Obligados, así se verificó el encuentro: 20 pasos y un solo tiro, que ambos contendientes fallaron (probablemente el Duque por mala puntería, y Esteva por no hacer daño a su amigo), y la historia cerró con tranquilidad para todos.
Pero casos tan trágicos como el de Santiago Sierra llevarían, a la larga, a la prohibición de los duelos, y con ellos, desapareció un aspecto terrible, pero emocionante, del siglo XIX en México.
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