Escenario

Se cumplen 48 años del inigualable festival de Woodstock

Fueron tres días de música y pacifismo que marcaron a una generación

Jimi Hendrix tocando la guitarra en un concierto
Jimi Hendrix tocando la guitarra en un concierto Jimi Hendrix tocando la guitarra en un concierto (La Crónica de Hoy)

Nadie se imaginaba que en un pequeño pueblo a las afueras de la ciudad de Nueva York se iban a concentrar 400 mil personas; todos, unidos por la música, proclamaron sus ideales de paz y amor libre manifestándose así en contra del sistema y la sociedad en general. El llamado Festival de las Flores consagró el movimiento hippie.

El legendario Festival de Woodstock, que en tres días de paz, música y amor reunió a casi medio millón de personas los días 15, 16 y 17 de agosto de 1969, para escuchar a figuras como Jimi Hendrix, Joan Báez, Santana o The Who, cuyo principal objetivo fue protestar por la guerra de Vietnam, cumple 48 años.

En ese verano del 69, cientos de miles de personas se congregaron en la neoyorquina localidad de Bethel, en una cita que, casi cinco décadas después, sigue considerándose única, pese a los sucesivos e infructuosos intentos por recrearla.

Por esa razón, en 1994 y 1999, los organizadores del festival musical que moldeó el espíritu de toda una generación intentaron reproducir con grandes actuaciones el ambiente hippie que se vivió a unos 129 kilómetros de Nueva York.

 “El público consiguió que Woodstock funcionara y fuera algo irrepetible”, dijo recientemente Joel Rosenman, uno de los organizadores del festival, durante la presentación en Nueva York de la edición de coleccionista del documental Woodstock (1970), cinta dirigida por Michael Wadleigh.

Para aquellos que asistieron a la celebración la primera frase que les viene a la mente es: “Woodstock fue algo casi mágico, un momento en el que las reglas quedaron en suspenso, los hippies tomaron el control, los grandes del rock como Jimi Hendrix estaban en su apogeo y el mundo era realmente maravilloso”.

Cantantes como Richie Havens, quien abrió el festival, Janis Joplin, Jimi Hendrix, The Who, Joan Báez, Santana, Sly & The Family Stone, Jefferson Airplane, Canned Heat, Joe Cocker, Crosby, Stills & Nash y Arlo Guthrie fueron algunos de los participantes de este mítico concierto, que se ha convertido en una tradición rockera.

“En términos prácticos, Woodstock fue de verdad un milagro”, cuenta Mel Lawrence, director de operaciones del evento realizado en Nueva York.

Tanto él como Michael Lang y Artie Kornfeld, las otras mentes que, en palabras de Rosenman, hicieron que “una idea tonta” se convirtiera en “un acontecimiento histórico”.

Pero las dificultades apenas comenzaban, ya que los organizadores tenían planes para 100 mil personas y llegaron cuatro veces más.

El lugar donde se tenía planeado el concierto estaba resguardado por un alambrado, el cual duró menos de dos horas en ser derrumbado y los organizadores decidieron que la entrada sería gratuita, aunque algunos ya habían pagado 18 dólares por entrada.

“Durante el festival hubo muchas carencias, no fue suficiente el espacio, los baños, en cierto punto, el segundo día nos quedamos sin comida”, contó Lawrence.

Y sin embargo, a medida que aumentaba el caos, los organizadores, los líderes de la contracultura, los habitantes del lugar —que en su mayoría era gente conservadora— y los miles de fanáticos del rock, se las arreglaron.

Los lugareños suministraron comida; los organizadores consiguieron platos de papel y cientos de miles de personas recibieron alimento, el cual, recuerda Lawrence, muchos rechazaron porque estaban tan metidos en el viaje que no les importaba comer.

El año pasado falleció Elliot Tiber, uno de los responsables de conseguir el terreno en donde se  realizó el festival, a los 81 años. Tiber, diseñador y activista, fue inspiración para el cineasta Ang Lee, para dirigir en 2009 la cinta Taking Woodstock, basada en el libro que Elliot escribió en 2007 y en el que describe que cuando Tiber se entera de que una localidad cercana prohibió la celebración de un festival de música, el joven se pone en contacto con los promotores para ofrecerles su motel y, de paso, enseñarles unas tierras donde podrían celebrar el evento.

El premiado Ang Lee declaró al enterarse de la muerte de Elliot, “un día en San Francisco se acercó un hombre y me obsequió un libro, tiempo después terminé haciendo una película sobre ese regalo, y quien me lo dio fue Tiber”.

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