Nacional

Siete meses de lucha: la campaña de Xavier Mina

En 1817, el movimiento insurgente atravesaba por una etapa de crisis y dispersión. La muerte de Morelos había desarticulado el poderío militar rebelde, y mientras Guadalupe Victoria se ocultaba en la selva de Veracruz, Vicente Guerrero resistía en las montañas del sur. Entonces, apareció un español que venía a poner su espada al servicio de la causa.

Siete meses de lucha: la campaña de Xavier Mina

Siete meses de lucha: la campaña de Xavier Mina

La Crónica de Hoy / La Crónica de Hoy

Martín Xavier Mina, conocido en la historia mexicana como Francisco Xavier Mina, llegó a las costas de la Nueva España en abril de 1817, dispuesto a invertir recursos e inteligencia en apoyar a los independentistas. Una campaña relampagueante, que duró apenas siete meses, fue suficiente para que la corona española reaccionara con ferocidad ante la aparición de aquel personaje al que, de inmediato y sin ninguna concesión, calificó de traidor.

En realidad, el restaurado rey de España, Fernando Séptimo, sabía muy bien quién era Mina y no lo apreciaba en lo más mínimo: pertenecía a aquel conjunto de españoles héroes de la resistencia antinapoleónica, formado en las ideas liberales y que miraban, con muy malos ojos, a este monarca limitado y de mala índole que había desconocido la Constitución de Cadiz para retornar al absolutismo.

BATALLAS POR LAS IDEAS. Xavier Mina era navarro, nacido en 1789 en una población llamada Otano. Desde los once años se crió con unos tíos en la ciudad de Pamplona. En el seminario de aquella ciudad estudió latín, humanidades y matemáticas. Luego, decidido a estudiar Derecho, se había trasladado a la ciudad de Zaragoza, donde ingresó en la universidad. Allí fue donde lo sorprendió la invasión napoleónica. Se convirtió en uno de los dirigentes estudiantiles, dispuestos a enfrentar a los franceses.

Regresó a Pamplona, donde entró a la resistencia, a las órdenes de un coronel apellidado Aréizaga. Con él, desarrolló tareas militares y de espionaje, siempre en la zona de Zaragoza. Después, fueron enviados a Navarra para hacerse cargo de las tropas que eran conocidas como el Corso Terrestre de Navarra y que desplegaron una intensa actividad guerrillera.

Allí, Mina se convirtió en líder y pronto su nombre fue sinónimo de la rebelión contra el reinado de José Bonaparte. Popular entre los jóvenes de su edad, su fama sirvió para que el batallón creciera y su fama se extendiera, a grado tal, que, muy pronto, el joven Xavier fue tenido por cabecilla peligroso y objeto de persecución. Había órdenes expresas de darle fin, a él y al Corso de Navarra. En marzo de 1810, herido, fue apresado y enviado a Francia, al castillo de Vicennes, donde compartió cautiverio con un galo, opositor de Napoleón, el general Víctor de Lahorie, quien simpatizó con el muchacho español.

Lahorie consolidó las ideas libertarias de Mina y lo formó en el ideario liberal. El joven navarro pasó cuatro años encarcelado, hasta que la caída de Napoleón, en abril de 1814, propició su liberación.

LA EXPEDICIÓN A LA NUEVA ESPAÑA. De regreso en España, Mina se encontró con una realidad que no le gustó: eran los primeros días de mayo de 1814 cuando regresó a Pamplona; poco después se enteraba que el restaurado rey Fernando Séptimo había desconocido la Constitución liberal de 1812, promulgada en Cádiz. El choque entre el monarca y los antiguos combatientes fue inevitable. Xavier se convirtió en un proscrito, junto con numerosos militares que también se oponían al proyecto absolutista del rey.

Mina llegó a la conclusión que la defensa de la España liberal no podía hacerse en Europa: resolvió trasladarse a los reinos americanos, donde los movimientos independentistas llevaban años de lucha.

Asilado en Francia, el joven Xavier se trasladó a Londres, que, en aquellos días, era un hervidero de conspiradores a favor de la independencia americana y las ideas liberales. Allí conoció a algunos promotores de la causa de la Nueva España, y resolvió armar una expedición militar para apoyarlos.

Con financiamiento inglés, Mina armó una compañía de soldados italianos, ingleses y españoles con la que se hizo a la mar en mayo de 1816. Se dirigió a los Estados Unidos, donde pudo armar dos barcos, tripulados por norteamericanos. En una ruta un tanto accidentada, que incluyó la ciudad haitiana de Puerto Príncipe, Nueva Orléans y Galveston, la tropa del guerrillero navarro desembarcó en Soto La Marina, Tamaulipas, el 15 de abril de 1817.

UNA CAMPAÑA DE VÉRTIGO. Siete meses duró la campaña de Xavier Mina en la Nueva España. Cargaba con una imprenta, que le permitió producir diversas proclamas en las que explicaba su presencia: no venía a defender la soberanía española, sino a combatir a Fernando Séptimo.

Al principio, la fortuna le sonrió: cruzó San Luis Potosí; tomó varias poblaciones y para fines de junio entraba, junto a una columna insurgente, en el Fuerte del Sombrero, donde estableció una alianza con el líder jalisciense Pedro Moreno. La buena racha de Mina aún le permitió, en agosto de 1817, auxiliar al insurgente José Antonio, El Amo Torres, en el Fuerte de los Remedios.

Pero su estrella declinó. Sus tropas, indisciplinadas, no ayudaban en la lucha. Intentó hacerse de Guanajuato, pero fue rechazado y sus hombres dispersados. Junto con Pedro Moreno, se refugió en el rancho de El Venadito, donde los sorprendió un ataque español. Moreno muere en combate y lo decapitan de inmediato. A Mina lo conservan con vida y lo trasladan al Cerro del Bellaco, cerca de Pénjamo, donde lo fusilaron y enterraron el 11 de noviembre. Lo ejecutaron por la espalda, acusado de traidor.

Ahí lo dejaron hasta 1823, cuando fue incluido en el famoso decreto del Congreso que construyó a los héroes fundacionales del imperio mexicano. Sus restos, acta de exhumación incluida, fueron entregados en la Ciudad de México, acomodados en la Catedral junto a los de personajes a quienes nunca trató en vida, como Hidalgo y Morelos, y desde entonces no se ha separado de ellos. Ahí siguen, juntos, en la Columna de la Independencia, después de pasar por otros domicilios menos laicos.

EPÍLOGO CON MUCHOS PERSONAJES. La expedición, la captura y la ejecución de Xavier Mina tuvieron resonancias hasta en la política mexicana del siglo XX. De entrada, Apodaca fue ennoblecido: en una de esas puntadas perversas que solía tener Fernando Séptimo, acomodó al pobre virrey el título no muy elegante de Conde de El Venadito, en alusión al sitio de la captura del rebelde navarro. Comparado con Félix María Calleja, que se había convertido en el Conde de Calderón al vencer a Hidalgo y a sus huestes en el Puente de Calderón, en 1811, el título de Apodaca dio para numerosas burlas y pitorreos (los novohispanos eran incorregibles en ese sentido y nos lo heredaron). Una consecuencia menor fue que a la pobre virreina le asociaran de manera festiva el título de su marido. La pobre mujer, doña María Rosa Gastón, que era piadosa y caritativa, terminó por ser conocida en toda la Nueva España como La Venadita.

Entre los hombres que desembarcaron con Mina en aquel abril de 1817 venía un religioso novohispano que llevaba un par de décadas jugándole al escapista en Europa. Cuando fue capturado con parte de la expedición, los soldados realistas se dieron cuenta de que tenían en las manos a un personaje un tanto estrafalario, más adecuado para un proceso inquisitorial que para una causa militar, pues, en sentido estricto, no era un combatiente más a las órdenes del guerrillero español. Así fue como fray Servando Teresa de Mier fue a dar al Santo Oficio, donde declaró, no sin cierto descaro, que él andaba buscando barco para la Nueva España y que Mina se ofreció a “darle un aventón” sin cobrarle. Lo divertido del asunto fue que le creyeron.

historiaenvivomx@gmail.com