Opinión

#Sismo: Tres fases de un día raro

El actor mexicano Demián Bichir
El actor mexicano Demián Bichir El actor mexicano Demián Bichir (La Crónica de Hoy)

Mi experiencia con el sismo se divide en tres fases: Fase anecdótica, vinculada a la conmemoración y el simulacro previos al temblor de las 13:14; fase telúrica, ligada a la manera en la que sentí el sismo y fase de observación postsísmica, que comprende lo que hasta el momento de entregar este texto despertó mi sensibilidad y desde luego mi curiosidad.

Este sismo tiene una carga simbólica porque coincidió con el que padecimos hace 32 años y se dio casi tres horas después de los simulacros “conmemorativos”. En otras palabras, la tierra decidió también “conmemorar” con otro temblor. Desde esa simple coincidencia, para la que no dudo ya se estén elaborando elucubraciones complotistas, lo sucedido en las horas y minutos previos al sismo, generó con toda posibilidad un mar de anécdotas en casi todos los chilangos. En estas horas de expectación, y en muchos casos de angustia, no es el momento de dar detalles de mi fase anecdótica pero algún día de estos tendré que comentarla porque tiene resabios colectivos y merece contarse en un tiempo más propicio.

Conversaba con una compañera de trabajo en mi oficina cuando me pasó lo que a la mayoría de los chilangos, sentí los primeros ramalazos del temblor. Nos paramos y salimos con velocidad. El movimiento ya era severo después de los primeros pasos. Por lo regular me da tiempo de bajar hasta la planta baja, esta ocasión opté por no hacerlo: Descendí un piso y me resguardé en una estructura relativamente estable recomendada por protección civil. Fue una decisión rápida, tomada de momento, más por instinto que por los simulacros reales o las falsas alarmas como la que el día 10 de septiembre padecimos en la UAM-Xochimilco. El temblor lo sentí durísimo y aunque traté de conservar la calma, no pude evitar asustarme al ver los rostros de la mayoría de los estudiantes que no padecieron el sismo del 85. Tampoco pude borrar de la mente que el edificio central en el que estaba, fue objeto de reparaciones de carácter estructural tras el temblor de hace 32 años.

Nos pidieron desalojar. Al subir a mi oficina vi algunos libros en el suelo, los recogí, apagué la computadora y saqué mi bicicleta. En la salida reporté con un asesor un ventilador que se había quedado prendido en uno de los cubículos evacuados y cerrados. Durante el trayecto de regreso a mi casa me tocó ver y escuchar a gente muy asustada en las calles, a vehículos con conductores desesperados por llegar a sus destinos y con el radio a todo volumen, a sirenas y luces de todo tipo y a un helicóptero que volaba en círculos cerrados, con toda probabilidad en torno a las instalaciones colapsadas del colegio Rebsamen. El mismo que atraparía la atención de varios medios por las horas de expectativa que aún viven los esperanzados familiares de muchos de los niños y niñas en calidad de desaparecidos.

A la altura del Tecnológico de Monterrey había vehículos sobre la lateral del periférico estacionados en doble fila. Sus ocupantes esperaban noticias de los daños que sufrieron las instalaciones del tec campus sur, daños que muy probablemente no hubieran tenido desenlaces fatales si las autoridades de dicho planten hubieran tomado con más seriedad los avisos que les dio el sismo de hace unos días.

En el centro de Tlalpan hice una escala para cruzar información, de manera muy dificultosa por la caída de redes, con mis familiares más cercanos. Al llegar a casa sólo faltaba mi hija menor que se había alcanzado a reportar bien pero ya no pudimos comunicarnos con ella para acordar un punto de encuentro. Tanto por lo que observé en mi regreso en bici, como por las recomendaciones escuchadas en la radio, consideramos que sería poco útil el uso del automóvil, por esa razón mi esposa y yo decidimos ir a buscarla a pie e intentar encontrar alguna red para restablecer comunicación. Salí con un cargador de emergencia para celular, pero apenas llevábamos unas cuadras cuando nos tocó el claxon una vecina, llevaba consigo a mi hija, a la suya y a otra vecina. Me sentí mejor. Poco a poco pude ir avisando que nos encontrábamos bien.

Salvo las lacras que asaltaron automovilistas en Santa Fe, y alguno que otro incidente similar, el comportamiento de la sociedad chilanga fue de nuevo ejemplar. La capacidad de autogestión volvió a emerger y se refinó gracias a las redes sociales. También hubo esfuerzos mal canalizados por la sobredemanda de gente dispuesta a apoyar y algunas fallas en las estrategias de comunicación puntual.

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Al cierre de estas líneas quiero hacer tres comentarios finales: ciudadanos y organizaciones vecinales particularmente críticos con el salvajismo inmobiliario de Mancera, han hecho una pausa y se han sumado a las labores de comunicación y ayuda horizontal de manera muy eficaz para demostrar que para todo hay tiempos. El segundo comentario tiene que ver con la esperanza de mucha gente que aún espera encontrar con vida a sus familiares: mis mejores deseos para ellos. El último parte de las siguientes preguntas: ¿cuántas familias perdieron sus casas y cuántas propiedades sufrieron daños estructurales? Aquí el gobierno de Mancera tendrá que rendir cuentas claras antes de que prosiga con sus sueños de salvapatrias.

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