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Toma de posesión: del gran discurso revolucionario a las complicaciones e incomodidades de la democracia

La transición democrática vino a trastocar los ritos que a lo largo de los regímenes posrevolucionarios se habían ido construyendo. De la zozobra con que asumieron la Presidencia los sucesores de Francisco Madero, se transitó a una etapa que ahora se ha dado en llamar “la presidencia imperial”. La alternancia le quitó solemnidad y le cargó las tintas a la militancia partidista.

Discurso de Perón
Discurso de Perón Discurso de Perón (La Crónica de Hoy)

Muy tensa debió haber sido la toma de posesión de Pedro Lascuráin Paredes, en febrero de 1913. Aquel hombre que fue Presidente de la República durante 45 minutos, llevaba en el alma, con seguridad, la zozobra y la incertidumbre con respecto al futuro inmediato. Desde hace 115 años, se discute si a Lascuráin lo movía el pánico y la cobardía, o realmente estaba convencido de que con su acción estaba allanando el camino para la salvación de Francisco Madero y José María Pino Suárez.

Se aprobó la renuncia a la carrera de ambos mandatarios; a las 10:28 de la mañana, Pedro Lascuráin rendía protesta, pronunciando el juramento ya conocido, para acto seguido designar a Victoriano Huerta, secretario de Gobernación. Después, renunció y Huerta se convirtió en Presidente. Todo ocurrió en menos de dos horas.

Así empezó la etapa más cruenta de los movimientos revolucionarios de aquel todavía joven siglo XX.

Como es sabido, el encontronazo entre zapatistas, villistas y carrancistas fue grande e inevitable. La Convención destituyó a Carranza como cabeza del movimiento y nombró un Presidente provisional de la República, el general Eulalio Gutiérrez. Pero en el conflicto entre fuerzas, Gutiérrez terminaría acusado de infidencia, y en enero de 1915, la Convención reasumió el Poder Ejecutivo, por medio de su presidente, Roque González Garza, a quien Otilio Montaño, delegado a la Convención por el zapatismo, le tomó la protesta.

Pero tampoco González Garza duró en el cargo a causa de las pugnas en el seno de la Convención. Renunció en junio de 1915 y la Presidencia fue asumida por su secretario particular, Francisco Lagos Cházaro, quien, aparte de un breve juramento, ofreció integrar un gabinete con representantes de todas las fuerzas encontradas. Pero finalmente, el cimiento del rito de la toma de posesión de la Presidencia de la República se generaría con los trabajos del Constituyente de 1916-1917.

Así, las crónicas de prensa aseguran que la llegada de Carranza a la Presidencia se dio en una ciudad engalanada con banderas tricolores y manifestaciones de alegría popular. La toma de posesión se convirtió en un acto público, destinado a construir un nuevo vínculo entre el Presidente y el pueblo.

Carranza salió de Palacio Nacional para dirigirse a la Cámara de Diputados, en la calle de Donceles. Doble valla de soldados, marchas ejecutadas por bandas de guerra flotaban en el aire. Se soltaron dos jaulas de palomas que llevaban, atadas en las patas, cintas con las fechas de inicio y terminación de la lucha armada que defendió el orden constitucional.

La composición del público que presenció la toma de posesión de Carranza también cambió: no solamente eran los integrantes del Congreso quienes lo presenciaban; hubo invitados: Militares, diplomáticos, abogados. Se trataba de la nueva élite nacida de la Revolución construyendo uno de sus ritos fundacionales.

Muerto Carranza, De la Huerta asumió el poder en la Cámara de Diputados en 1920, igual que lo hizo Álvaro Obregón un año después. El trayecto del nuevo mandatario, custodiado por vallas militares, era de Palacio Nacional a la Cámara de Diputados. Ese recorrido permitía a la gente ver al nuevo Presidente. Con Plutarco Elías Calles, ese movimiento se modificó: Calles no tomó posesión en el recinto de la calle de Donceles, sino en el Estadio Nacional, en la orilla de la aún nueva colonia Roma, y prácticamente en las afueras de la capital.

Entonces, la toma de posesión se convirtió en un acto completamente masivo: en el Estadio Nacional hubo, se afirma, unas 50 mil personas, aparte de los cientos que apostados en las calles, vieron pasar al Presidente saliente y al entrante, juntos, en dirección al Estadio.

Asesinado Obregón antes de que tomara posesión como presidente reelecto, en 1928, su sucesor, un interino, fue Emilio Portes Gil, y asumió el cargo también en el Estadio Nacional, y lo mismo ocurriría con Pascual Ortiz Rubio, electo en 1930 en comicios muy accidentados. Portes Gil reanudaría la costumbre de que el Presidente entrante pronunciara un discurso que, de alguna forma, resultaba una especie de programa y declaración de principios, de lo que esperaba y quería el nuevo gobernante respecto a los resultados de su gestión.

Como Ortiz Rubio sólo gobernó dos años, el Congreso designó sustituto a Abelardo L. Rodríguez, quien llegó al poder con mucha menos parafernalia que sus antecesores inmediatos. Sin discursos, sin fiesta popular, apenas cumpliendo con el juramento de rigor.

En cambio, Lázaro Cárdenas volvería al ritual masivo y también tomaría posesión en el Estadio Nacional, entre el clamor popular. Su sucesor, el último general en llegar a la presidencia, Manuel Ávila Camacho, lo hizo en la Cámara de Diputados, en 1940.

Los escenarios fueron cambiando a medida que el ritual estrictamente político se consolidaba: Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos  y Gustavo Díaz Ordaz, asumieron la Presidencia en el Palacio de Bellas Artes, y desde Alemán, la transmisión televisiva se agregó al procedimiento. Luis Echeverría y José López Portillo asumieron el poder en un espacio aún mayor, el Auditorio Nacional. Hasta los años 80 del siglo pasado, el rito volvió a la sede del Congreso de la Unión, alojado, desde entonces, en el enorme Palacio Legislativo de San Lázaro. Nadie ha dejado de pronunciar ese mensaje inicial y clave de lo que serán sus primeras intenciones; ninguno de los presidentes que vinieron después, se sustrajeron a la presencia de la ciudadanía en las calles, a veces como testigos silenciosos, a veces como entusiastas participantes.

Se fueron acabando los traslados en autos abiertos, pero la lluvia de papeles de colores permaneció mucho tiempo. Con el surgimiento de un nuevo sistema de partidos, mucho más plural, afloraron voces en disidencia, que desde entonces permanecen, como reflejo de la pluralidad, a ratos muy accidentada, que vivimos.

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